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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Militarización del lenguaje

Ahora que el Ejército parece buscar por un lado y otro la idea de patria, para defenderla, y no porque el Ejército haya perdido esa idea, sino porque los políticos se la confunden y nos la confunden a todos, ahora, digo, yo soy partidario de una militarización del lenguaje.En la búsqueda y defensa de la idea de patria (idea de España), unos aciertan intelectualmente, como Diez-Alegría, y otros se equivocan emocionalmente, como Tejero. La idea de patria no está, desde luego, en la carta de vinos de Tejero, que publicó un periódico y difundieron todos, ni en la tierra y los muertos de Maurrás, porque los muertos son de otros muertos y la tierra siempre es de un terrateniente. Una idea de patria, más o menos aproximada, imprecisamente precisa, pero ancha y duradera, la encontramos en el idiorna, en el castellano, en todas las lenguas de fuego que arden, apostólicamente, sobre cada uno de los pueblos de España. El castellano, como proa de todos los otros idiomas peninsulares, ha vivido siempre en lo militar con rigor disciplinario (eso que los paramilitares intolerables y joseantonianos llamarían «el laconismo militar de nuestro estilo»). El laconismo militar es patrimonio verbal de los militares, y apropiárselo me parece una profanación. Luego está la retórica militar, no más vana que la retórica académica o cualquier otra. Hay retórica cuando el militar imita al civil, discurseando, o el civil al militar. Cuando uno de ellos ambos se falsea. Desde que Quevedo habló del «llanto militar», en asombroso verso que todavía tiene perplejo a Borges, hasta Merry Gordon, que a su vez ha citado a Quevedo mientras «el descontento muerde la sal», por decirlo con un título socialrealista y barroco, nuestro idioma ha venido teniendo una arrogancia militar que pasa por Garcilaso, Lope, Espronceda y Valle-Inclán, por no remontarnos al Romancero.

No estoy con esto glosando el tópico de la Lengua compañera del Imperio (uno crea sus propios tópicos), sino recordando que los idiomas los hace el amor y la guerra: Baudelaire, Villiers de L'Isle Adam, Barbey D'Aurevilly, Vigny, Schiller, Apollinaire, Marinxetti, todo el verso y la prosa castellanos de nuestra guerra civil, en ambos bandos, desde Machado a César Vallejo. La ocasión en que he tenido más cerca el laconismo militar (herreriano del lenguaje) ha sido un día tenso y feliz en que me llamó a casa Gutiérrez Mellado. Aparte el honor de la llamada, me quedó el laconismo cordial del estilo, Corno lección. para el prosista. En mi reciente conferencia de la Universidad Menéndez y Pelayo (elegantemente ignorada por este periódico) he elucidado. las nacionalidades y sus culturas. Asistimos hoy a una militarización del catalán, del vasco, del gallego. ¿Y el castellano? El castellano está herido por el costado multinacional del inglés comercial y el inglés literario (algunos jóvenes ilustrados confiesan negarse a leer otra lengua). El castellano de América ha ardido en llamarada gloriosa, oro de García Márquez, plata sutil de Cortázar, barroco de Carpentier, conceptismo gongorino de Lezama Lima, sobrio lirismo de Onetti, alejandrino genital y telúrico de Neruda, sibilinismo de Borges. Ahora que Reagan vuelve a apretar el cerco en torno de Cuba, la militarización del castellano supone que las revoluciones del Tercer Mundo se están haciendo en este latín batallón, y la callada revolución española hacia la democracia, también. En la lengua, en las lenguas, encontramos hoy militares y civiles la mejor idea de patria.

Gerentes del trilateralismo, vendespañas y tránsfugas del dinero, prófugos de la finanza, agiotistas de la mala publicidad mal traducida erosionan hoy el farallón de nuestras viejas lenguas latinas. Frente al rearme bélico de la OTAN, hay que rearmar el castellano. Hoy que nos compravenden en inglés, la literatura se convierte en milicia de la lengua.

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