El trasvase de agua al Pirineo oriental, freno a las aspiraciones de la margen derecha del Ebro
Durante siglos no ha habido proyecto político o planteamiento de futuro en Aragón que haya olvidado mencionar una palabra mítica: regadíos. Es la baza siempre utilizable para la demagogia en el sentido que más convenga, la eterna promesa aún incumplida que sólo arroja un aspecto positivo, el de ser casi el único tema que hace reaccionar en bloque a los aragoneses. El ejemplo más llamativo, en una época reciente, fueron las 200.000 firmas que esta población escasa y dispersa logró juntar para detener -al menos en su día- el proyecto de gran trasvase del Ebro al Pirineo oriental.
No es casual que Aragón haya dado un Joaquín Costa, que Aragón fuera la sede del I Congreso Nacional de Riegos, en 1913, y que la primera confederación hidrográfica en crearse fuese la del Ebro.El río más caudaloso de España lo es por las aportaciones de sus afluentes pirenaicos, según afirman las enciclopedias y los libros de texto. Pero Aragón no ha obtenido el debido rendimiento de su enorme potencial de recursos hidráulicos. Sus planes de riegos fueron los primeros en proyectarse, pero ninguno está terminado por completo. A pesar de tener en la actualidad algo más de 400.000 hectáreas regadas, sigue habiendo más de medio millón sin regar. Sus pantanos producen abundante energía hidroeléctrica, pero apenas tiene industria. Mientras, como consecuencia, la población ha ido disminuyendo por la emigración.
Aragón cifra en el agua sus esperanzas de desarrollo. Ha comprobado que son las zonas regadas las que se han potenciado y se han convertido en los principales focos socioeconómicos de la región.
El regadío, dicen los expertos, trae la industrialización, potencia la ganadería, multiplica por cinco las producciones agrícolas con respecto al secano y, al mismo tiempo, cambia las estructuras sociales, porque se logra un mejor reparto de la tierra: hace falta más gente para trabajar -aumento de la población- y globalmente se obtiene mayor riqueza.
Obras interesantes para Aragón y para España
«Los riegos de Aragón», declara a EL PAIS Juan Antonio Bolea, autor de uno de los libros más completos sobre el tema, «son de interés no sólo para la propia región, sino para toda España. Por sus características -grandes extensiones de tierra y poblaciones pequeñas-, Aragón puede hacer algo mejor y mucho más rentable que el cultivo de huerta, puede llegar a producir todo el maíz que España importa anualmente, por el que paga más de 70.000 míllones de pesetas, además de alfalfa, sorgo y la posibilidad de la soja, precisamente los productos de los que Europa es deficitaria».
Es obligado decir que los regadíos de Aragón, al menos en parte, son una realidad; que la cifra de hectáreas regadas se ha duplicado en lo que va de siglo; que se sigue avanzando en su construcción y que el Estado ha invertido en todo ello un cuantioso presupuesto, del que, sin duda, también ha obtenido considerables beneficios. Esto, sin embargo, ha costado sudor y lágrimas a los aragoneses, ya que, si se repasa la historia de todos los proyectos hidráulicos, se advierte una serie de constantes: interminable espera desde la solicitud a la aprobación de la ley (cien años en el caso del canal de Aragón y Cataluña) y un prolongadísimo período de ejecución con numerosas interrupciones y modificaciones en el proyecto, siempre en el sentido de reducir las previsiones iniciales. De esto pueden servir de ejemplos el canal Imperial, que tardó doscientos años en hacerse realidad, o el Plan de Riegos del Alto Aragón, aprobado por ley en 1915 y todavía sin terminar. De otra parte, existe la constante del trabajo contra viento y marea de una serie de personas (Joaquín Costa o Félix de los Ríos) y la presión como forma última de conseguir el propósito. La moderna campaña contra el gran trasvase a Cataluña sería equiparable a las concentraciones y mítines enfervorecidos de finales del siglo XIX. Hay, además, otra evidencia repetida: el despegue económico de todas las zonas que se han ido viendo favorecidas con el riego.
En primer lugar están los regadíos tradicionales, ligados a las riberas de los rios principales. La mayor parte de ellos se construyeron en la época romana y fueron mejorados y ampliados durante la dominación musulmana. En general presentan una estructura deficiente -consecuencia de su antigüedad- y precisarían obras u, acondicionamiento, como el revestimiento de las acequias.
El canal de Tauste, la primera gran obra
La primera gran obra de regadío fue el canal de Tauste, que se terminó en 1256 (según Costa, fue también el primero de Europa). Su zona regable es de 8.000 hectáreas de las provincias de Navarra y Zaragoza, de las que corresponden a esta última cerca de 6.000.
La segunda obra de envergadura fue el canal Imperial de Aragón, comenzado en la época de Carlos V y terminado en 1784. Su construcción fue decisiva para la configuración y desarrollo de la comarca que tiene como centro a Zaragoza. Con las obras de regulación ha llegado a regar 27.500 hectáreas. Ahora, las demandas cada vez mayores de abastecimiento de agua a la ciudad de Zaragoza y la necesidad de ampliar la zona regable precisan un aumento de la capacidad del canal e, incluso, su prolongación. Sería fundamental el revestimiento completo del trazado, que en parte se ha ejecutado con aportaciones de los propios regantes.
Según los estudios realizados, y concretamente el del Consejo Económico Sindical Interprovincial del Ebro (CESIE), se podrían alcanzar en los próximos veinte años 829.000 hectáreas de regadío. Se incluye aquí un ambicioso proyecto: el gran canal de la margen derecha del Ebro, de dudosa ejecución, pese a que se presentó un anteproyecto en junio de 1974, que permitiría regar en Zaragoza ,otras 163.000 hectáreas, y, sobre todo, 54.000 en Teruel, la provincia más necesitada, ya que sólo posee el 7,5 % de todo el regadío aragonés. Este proyecto es una aspiración conjunta de Aragón, Logroño, Navarra y Alaya -que también se beneficiarían-, pero haría inviable otros proyectos de aprovechamiento del Ebro, y concretamente el gran trasvase al Pirineo oriental.
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