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Reportaje:

Los afectados por la tragedia están dispuestos "a luchar hasta el final para aclarar el envenenemiento masivo"

Los afectados por la intoxicación masiva de aceite adulterado se preguntan qué nombre, en vez de secuelas, hay que dar a esas consecuencias del envenenamiento cuando un médico dice a uno de estos enfermos que se ha quedado paralítico de las piernas. No se conforman con la información oficial hasta ahora facilitada, y anuncian que lucharán para aclarar todo lo concerniente al fraude que ha provocado la tragedia mientras tengan fuerzas. Desde el inicio de la alerta sanitaria han transcurrido más de cien días. En este reportaje se recorren, con varios afectados, hechos y sentimientos, de lo que aún sólo se ven unos flecos.

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La alerta sanitaria había sido dada. Unas muertes extrañas en Torrejón de Ardoz (Madrid), seguidas d otras muertes en otros lugares, movieron a las autoridades a iniciar un preparativo de defensa contra un misterioso brote epidérnico, ¿guerra bacteriológica, escape radiactivo, legionella?

Quince días después fue hospitalizado Francisco Gómez Mateo treinta años, casado, padre de un niño de dos años y medio y un niña de un año, obrero de la construcción, domiciliado en Leganés (Madrid).

«Me sentí malo a primeros de mayo. Tenía fiebre. El médico de cabecera me dijo que era catarro El día de San Isidro vi que me se iba la vida. En el ambulatorio de Zarzaquemada me mandaron al Primero de Octubre. No había cama En una ambulancia nos metieron a cuatro y nos llevaron al Victoria Eugenia. Llevaba dos días sin comer. El estómago no me aguantaba la comida. Esa noche me dieron antibióticos. Tampoco los aguantaba. Vomité sangre. Me pusieron suero, oxígeno. Me sacaron dos litros de líquido de la espalda. El día 6 de junio me dieron de alta para salir del hospital. Estaba en el paro. Me puse a la chapa. A hacer de todo. Hasta coger cartones. Pero no rendía como los otros. Estuve así un mes. Pero no pude seguir. No tengo fuerzas. Me duelen los brazos. Me duele todo el cuerpo».

En el volante de salida de Francisco Gómez del centro sanitario se dice: «Neumonía atípica. Evite el contagio con otras personas».

En el centro hospitalario, Francisco Gómez y sus compañeros de hospitalización tenían una idea fija: «No vamos a salir ninguno». Francisco sospechaba «que tenía la epidemia; no me se quitaban el frío y la fiebre».

«Las noticias hablaban de la epidemia, de los pájaros, de las fresas, de ese micoplasma, del contagio. Pero nadie nos decía nada claro en el hospital. Y teníamos miedo. Los médicos se portaban muy bien, pero todo era confuso. Un día casi me operan, porque se creían que lo que tenía era úlcera de estómago. Nadie sabía nada, sólo decían que era contagioso. No sé si todo eso tendría algo que ver con la comida, el caso es que nos daban sopa para comer y sopa para cenar, y por el desayuno, un tazón de café con cuatro galletas. Hubo una huelga de hambre, porque incluso una vez había bichos en las acelgas y las chuletas de cerdo no tenían más que grasa. Pusimos las camas en la terraza para tirarlas abajo, y se arregló el asunto. Es que ni siquiera nos dejaron mandar unas cartas a la Prensa: las rompieron. Luego ya nos dieron de comer bien ».

La primera revisión de Francisco Gómez tuvo fecha de 22 de junio. «Ya se sabía lo del aceite. Me quitaron el tratamiento que me habían puesto. Ya no me han puesto más tratamiento. En alguna ocasión me dan calmantes».

Un centenar de días, un centenar de muertos

Ahora, ya mediado agosto, han pasado un centenar de días desde aquella alerta sanitaria. Se ha contado un centenar de muertos. Cada día, el goteo implacable de la media estadística -un muerto por día- parece querer confirmar el temor de Francisco Gómez y sus compañeros de cama: «No salimos ninguno».

En su mayoría, y por expreso deseo de las autoridades sanitarias, son muertos anónimos: se desconoce su nombre y cualquier otro dato identificador de su circunstancia personal. A pesar del ocultismo oficial, los rastros del envenenamiento masivo han revelado un dato socialmente significativo: las víctimas pertenecen a la clase obrera, ciudadanos del extrarradio, gentes rurales, seres humanos de escasa potencia económica.

Si los envenenados no tienen nombre, a excepción de unos pocos, cuya identidad ha podido ser medianamente determinada por in formaciones oficiosas filtradas a los requerimientos periodísticos, en cambio sí hubo prisas por darle nombre y apellidos al causante del brote de neumonía atípica. Pudo habérsele llamado Laborella muris a ese agente desconocido, ni bacteria ni riquezzia, sino algo de ambas y algo distinto, que mataba por vía digestiva, ¿fresas, lechugas, cebolletas?, habría sido un reconoci miento al trabajo del doctor Muro y un recuerdo al día Primero de Mayo, fiesta del trabajo, en que se observaron los primeros falleci mientos epidémicos, Pudo habérsele denominado Vaqueria neunioniaz, en favor de la tesis neumónica de los microbiólogos, entre ellos el doctor Vaquero, en el supuesto de que la causa hubiese sido ciertamente esa, con el consiguiente contagio oral. Pudo habérsele llamado Sancho mircoplasma, tal fue el grado de aceptación asumida por el ministro con el bichito. No faltaban nombres para lo que no era.

« Puede usted hacer vida normal, eso me dijeron al salir del hospital. Cuando fui a revisión, fue otra cosa. Cuando fui a la revisión y dije que estaba trabajando, me lo prohibieron. Ahora también se habla de que quizá convenga evitar las relaciones sexuales. Pero de esto no nos advirtieron nada, ni entonces ni ahora. No es menos raro el que unos días antes de salir del hospital, antes de que se dijera lo del aceite, el cura entraba a visitarnos sin mascarilla. Decía el cura que la enfermedad no era contagiosa; bueno, que no era contagiosa como se decía, por el aire. Ahora se ospecha que puede ser contagiosa por la leche materna al niño o por las relaciones sexuales. Yo no entiendo de todo esto, pero ¿qué nos va a pasar?, ¿de qué vamos a vivir, si ni siquiera podemos trabajar?».

Algo dice sobre esto Arcadio Fernández, miembro de lajunta de la asociación de afectados por el envenenamiento, de Leganés, el cual recoge el historial de Francisco Gómez y su familia.

«No se sabe si es curable o no, no se sabe si deja secuelas o no, no se sabe si vamos a morir lentamente, si vamos a quedar inútiles; no sabemos si las empresas nos despedirán, ni quién se ocupará de los que no tienen Seguridad Social, pero sí sabemos que vamos a luchar por aclarar todo mientras nos sigan quedando fuerzas. Han muerto nuestros familiares, está en peligro nuestra vida. Somos más de 20.000 afectados. Las cifras oficiales hablan de setecientos en esta zona de Leganés, y nosotros sabemos que somos más de 2.000. Las autoridades han reconocido ya la cifra de 11.000 afectados en total, pero sabemos que en realidad. es el doble. Hablan de noventa muertos. Ha habido más. No cuentan a los que están muriendo en sus casas. A los que han fallecido por la misma intoxicación, pero a los que no seles catalogó en el cuadro clínico de la neumonía. ¿Cree alguien que, en la situación a que se nos ha llevado, vamos a andarnos con paños calientes? Dicen que no se puede hablar aún de secuelas. Se escudan en las palabras, en retener la información. ¿Qué nombre hay que darle a la parálisis de piernas que padece un afectado?».

"Antes no se sabia lo que era. No sé qué es peor"

Una semana después de que Francisco Gómez saliera del hospital enfermó su esposa, Eugenia García Rebollo, de treinta años, de profesión sus labores.

«Me ingresaron en maternidad del Primero de Octubre. Habían puesto dos plantas para los de la epidemia, porque ya no se cabía en el hospital. Me sacaron líquido de la espalda. Estuve veintiún días. Conmigo en seguida se supo que era lo de la intoxicación, porque caí unos días después de la noticia del aceite. Nosotros habíamos comprado aceite de ese a granel, sin marca. Lo llevaba a casa un vendedor. Lo habíamos gastado todo unos días antes de que Francisco saliera del hospital. No hemos vuelto a comprar más. Yo, ahora, estoy bien, pero no sé qué nos va a pasar. No sé qué le va a pasar a mi hijo. El niño ha enfermado después que yo. Lo han visto en Zarzaquemada, en el ambulatorio. Lo tiene agarrado a la sangre y en los huesos. Mamá, me duele aquí, y señala un sitio; mamá me duele aquí, y señala otro; eso dice a cada momento, le duele todo y, ¿cómo lo consuelo?, no sé qué hacer. Luego ha enfermado mi madre, hace unos quince días. Tiene hínchada la cara, las manos, las piernas. Tiene todo hinchado. ¿Es que no hay solución? Antes no se sabía lo que era. Cuando iba a ver a Francisco al hospital, sólo podía verlo al asomarse él por la terraza, con la mascarilla. Sólo podía hablar con el médico y no te decía casi nada. Que es taba mejor, que estaba peor, que si era una úlcera. Nada. Y hablabas con algún vecino que también tuviera algún familiar afectado, y lo mismo. Un familiar de un vecino del bloque estuvo en la UVI».

Eugenia García Rebollo interrumpe sus palabras. No puede seguir hablando, porque le sale el llanto. Llora sin que se oiga. Sólo se advierte, porque el rostro se le contrae, se le convulsiona el cuerpo en sollozos secos y las lágrimas corren por las mejillas. Cuando puede, dice: «Nadie te quería hablar, nadie quería venir a casa, todo el mundo tenía miedo al contagio. Nos quedamos sin ayuda ninguna, solos. Ahora se sabe que es un envenenamiento, pero no se encuentra el remedio. No sé qué es peor». Que era una intoxicación alimentaria se supo, en círculos aislados, ya en el mes de mayo. Oficialmente no se aceptó hasta el 10 de junio.

A mediados de mayo ya se iniciaron encuestas epidemiológicas, inconexas de criteros unitarios y centrales, que investigaron la posibilidad de la transmisión de la epidemia por vía digestiva. Aparte del doctor Muro, otros equipos buscaron en lo que, día a día, se evidenciaba cada vez más como una intoxicación en la que no sólo cabía destacar en el cuadro clínico de los pacientes aspectos neumónicos.

Fechas significativas

Puede establecerse un calendario de fechas importante. Días antes de que el 22 de mayo el ministro de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social afirmara, en conferencia de Prensa, que no existían bases científicas para pensar en una transmisión digestiva, y que el agente causante tenía ya nombre y primer apellido: mycoplasma neumoniae, las autoridades sanitarias tenían en su poder el resultado de encuestas científicas -aunque reducidas- que apuntaban transmisión por vía digestiva, que invalidaba -o ponía en serias dudas- la tesis del mycoplasma.

Continuando esta línea de investigación, el delegado provincial de Madrid, doctor Urbistondo, levanta acta, el 23 de mayo, de la relación entre el consumo de aceite a granel y la enfermedad.

El 7 de junio, el doctor Urbistondo averigua que el aceite consumido por la familia Baquero -primeras víctimas en Torrejónlo adquirieron en un mercadillo, y que el vendedor lo había adquirido a su vez en Raelca, SA, de Alcorcón. Urbistondo visita estos almacenes. Observa los depósitos. Ve cómo se realiza la operación habitual de venta de aceite mediante mezclas de los distintos depósitos. Levanta acta.

Por estas fechas, hace ya días que el hospital del Niño Jesús ha informado reiteradas veces al Ministerio de TSSS sus observaciones -y convicciones- de que el aceite es el origen de la epidemia: un agente tóxico, adulterado. Sin embargo, el ministerio no efectúa ningún tipo de acción correctora sobre esta base. La policía tardaría aún en ser enviada a Raelca, SA, una semana.

El rumor del aceite llega a algunos medios informativos con fuerza el día 9 de junio, junto a otros rumores sin otro fundamento que el haberse reconsiderado viejas hipótesis (como la triquinosis). Ese día, en la reunión de expertos celebrada a última hora de la tarde, nada se dice de las investigaciones sobre el aceite. Todo sigue en base a la neumonía atípica. Algo más que los rumores disparan los acontecimientos: a las nueve de la noche, el Laboratorio de Aduanas, donde se analizan muestras de aceite encargadas por el hospital del Niño Jesús, obtiene la prueba que hace que por fin que las autorida des centrales de Sanidad se bajen del bichito y lo manden un poco más lejos de Atlanta. Con resistencia aún. Así. el ambiguo comunicado de las once de la noche, en el que se establece la relación del aceite con la epidemia, no lo identifica como el agente de la misma.

El resultado es que la población no se lo llega a creer. la gente continúa consumiendo el aceite tóxico, se escabullen temporalmente algunos de los responsables directos de la adulteración, se hace confusa la determinación de la red de distribución y, en resumen, la policía se ve lanzada a la busca y captura de una liebre a la que se ha hecho saltar antes de tenderle el cerco (por mucho menos que esto ha imputado la. policía a la Prensa en infinidad de ocasiones que se le ha estropeado un servicio). Algunos de estos datos ya constan en el sumario judicial que se instruye.

La evidencia de la toxicidad del aceite sorprende no sólo a los responsables del departamento de Sanidad, sino a los de otros ministerios. Sale a la luz un gigantesco fraude. Durante varias semanas, el ministro de TSSS, Jesús Sancho Rof, ejerce el papel de pararrayos, atrayendo hacia sí todos los trallazos de la tormenta que se desencadena, en tanto toman posiciones los titulares de Economía y Comercio, Agricultura y Hacienda, y hasta el propio presidente del Gobierno. Pasan días hasta que -con excepción del de Hacienda- comparecen juntos en conferencia de Prensa, aunque sigue siendo TSSS el portavoz gubernamental hoy día. También tarda dieciséis días el ministerio fiscal en presentar querella criminal, trece días después de la iniciativa tomada en este sentido por un particular, el abogado Antonio García de Pablos.

Transcurridos dos meses y medio desde la noticia del aceite, todavía no se ha esclarecido la identidad de los responsables directos e indirectos, ni el proceso de un fraude cuya existencia pudo observarse hace diez años en documentos oficiales.

Dos meses de artrosis

Juana Navarro Olmo empezó «con dolores de tripa y en la nuca» el día 5 de junio. «El médico de cabecera dijo que era artrosis».

Juana Navarro, 45 años, domiciliada en Leganés, vendedora ambulante de madalenas y dulces en los mercadillos, casada, madre de cinco hijos, «no sabía si era artrosis o no, pero sí que cada día empeoraba». Y se dirigió al Primero de Octubre.

«Me hicieron radiografías. Artrosis. A los tres días tuve otro dolor muy fuerte. Me pusieron un cuello en la garganta. Luego me mandaron a casa. Me empezaron picores y sarpullidos. Volví a la residencia sanitaria. Me dijeron que era del aparato que me habían puesto del cuello. En casa seguí con dolores por todo el cuerpo y me cansaba. Me dijeron otra vez lo mismo: artrosis. A primeros de julio estuve en Salamanca a ver a mi hijo. Me llevó a ver la catedral y no pude entrar. Dije que no tenía ganas. y, me quedé tirada en el parque mientras ellos pasaban. No podía andar y no quería que él me viera así. Ya se sabía lo del aceite. Se lo dije, al volver. al médico de cabecera, pero le quitó importancia. Me mandó al ambulatorio, en Zarzaquemada. Me hicieron otra radiografía y análisis. Esto era ya, mire usted. el 29 de julio, casi dos meses después de que empecé con los síntomas. Entonces me dijeron que era cierto, que tenía una intoxicación muy alta, Y es que no puedo ni sentarme en el servicio».

Después del diagnóstico, Juana Navarro recibe diariamente asistencia sanitaria: «Voy a que me den corrientes». El día 20 le harán nuevos análisis. Mientras, toma la medicación prescrita: «principalmente vitaminas C y E y calmantes».

Su marido, Hilarlo Sánchez Cifuentes, de 46 años, obrero metalúrgico en paro, la había acompañado a Zarzaquemada. Ante el resultado de los análisis, los médicos le dijeron que también tendrían que hacérselos a él y al resto de la familia. Tanto él como tres muchachas, de 16, 9 y 6 años, de los cinco hijos del matrimonio, están afectados. La mediana, de doce años, se ha librado hasta ahora. «Es la que demuestra más su miedo. El otro día le dijo a una vecina: si mi mamá se muere, quien nos va a cuidar a nosotras. La mayor aguanta más».

Hilarlo es el más frío en apariencia. Su gesto es de tragar rabia. Es el menos intoxicado. Juana está quieta, completamente quieta, sentada, como si sólo sus labios pudieran moverse, y las lágrimas le asoman un instante a los ojos. Francisco Gómez continúa con una expresión ausente, preocupada. Su esposa, Eugenia, deja escapar su tensión moviendo el cochecito del pequeño Francisco, que se queja y lloriquea con frecuencia. Arcadio mantiene una sonrisa amarga y sarcástica, y pregunta: «¿Quiere conocer a más afectados?»

Dice Juana Navarro: «Compré el aceite en el mercadillo de Aluche. Cuando oí la noticia ya no tomamos más. Lo tengo guardado por si nos lo cambian. Me quedan unos veinte litros. Quizá a mí me afectó más porque soy diabética. Todos lo tomamos. Mi hermana venía a casa muchas veces. También está intoxicada. Quizá también sus hijos. Esto es terrible. No sabe una qué hacer. He ido a una curandera. Me dio masajes y me recetó un gazpacho que no puedo hacer porque no encuentro rabanitos en todo Madrid; también me recetó un jarabe que me costó setecientas pesetas, pero no he vuelto porque ella se ha ido de vacaciones. Cuando se duda de todo se recurre a cualquier cosa, ¿usted lo comprende? Ahora mismo no sabemos qué hacer con todo lo que tenemos de conservas en casa. Se han dicho tantas cosas. ¿Es cierto que hay tantos alimentos en malas condiciones? A nosotros es que ya no nos compran nada. Yo creo que nuestras palmeras y madalenas están bien. Pero es que ya nadie compra en los rastrillos. Tendremos que tirar todo lo que teníamos, se ha puesto duro. se ha estropeado, y además, que no podemos salir a vender conforme estamos. No sabe usted qué pérdida».

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