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La película de un discípulo de Antonioni, una de las atracciones de la Bienal Cinematográfica de Venecia

Juan Arias

La Bienal Cinematográfica Internacional de Venecia se inaugurará el próximo 2 de septiembre y se clausurará el 11 del mismo mes. Una película española que aquí tuvo escasa fortuna, Kargus, de Miñón y Trujillo, representa a España en la categoría de jóvenes realizadores que aspiran al León de Oro previsto para premiar las primeras obras. Entre todas las películas presentadas al certamen, un filme italiano, Piso pisello, de Peter del Monte, un discípulo muy aventajado de Michelangelo Antonioni, ha causado una gran expectación en Italia. El tema, el de un padre prematuro que busca infructuosamente a la mujer que le ha dado el hijo, y su fórmula, un sentimentalismo neorrealista, han cautivado a los italianos, que ven en Piso pisello también una crítica de la pareja tradicional.

Peter del Monte presenta este año en el Festival Internacional de Cine de Venecia, que se celebra del 2 al 11 de septiembre, una película que aún nadie ha visto y ya está llamando la atención de críticos, sociólogos y psicólogos. Se titula Piso pisello. Es la historia de un niño de trece años, padre de un hijo nacido de una relación pasajera con una mujer extranjera que desaparece apenas nacido el hijo.Toda la película es una búsqueda de una mujer por parte del padre-niño Oliviero y de una madre por parte del hijo Cristiano. Peter del Monte es uno de los directores de cine de la nueva generación de vanguardia: italoamericano. Es un seguidor de Michelangelo Antonioni, que no tiene escrúpulos en considerarlo uno de sus «hijos más inteligentes». Su última película, La otra mujer, que sigue a la de Irene, Irene, ha sido proyectada sólo en Francia y, paradójicamente, en Italia ha recibido el premio de la asociación Cine y Sociedad, que cada mes escoge once de entre las películas con máos tensión social, y al final del año premia la mejor de entre 131. Por su parte, Irene, Irene había recibido el año pasado el Premio Globo de Oro, otorgado cada año por la crítica internacional presente en Roma a la mejor película italiana.

EL PAIS pudo conversar en Roma con el director Peter del Monte; con el autor del texto, Bernardino Zapponi, y con algunos de los intérpretes, entre ellos la actriz Valeria d'Obice. La historia, según los protagonistas, es inventada, pero real. Ha sido ambientada en Milán, «ciudad europea, para quitarle a la historia dramática de un niño-padre el sentimentalismo que habría sido típico, por ejemplo, del Sur o la banalidad del crío romano, ambientado en una ciudad perezosa y con poca pasión social».

No es la historia de dos jovencísimos personajes que se encuentran de repente con la responsabilidad de ser padres. Es la historia de un niño y de una mujer ya bregada en la vida. Es un filme onírico ambientado, dice Peter del Monte, «en una ciudad geométrica no a medida de un niño», como es Milán. Es la historia «de una ciudad inquieta de adultos vista con los Ojos de un niño».

Este niño-padre vive con una familia compuesta por un padre medio artista y una madre que no se preocupa del hijo. Una casa abierta a todos por donde pasa la gente más extraña. Oliviero, desde muy pequeño, se ve obligado a pensar en sí mismo e incluso a preocuparse por sus padres.

Cuando nace Cristiano, es su padre-niño el que se ocupa de él. Pero un día May, la madre, coge al niño y se va con él al extranjero. Los padres de Oliviero suspiran de alivio. Se quitan un peso de encima. Pero les dura poco. Cuando Oliviero cumple quince años recibe en un paquete postal a su hijo Cristiano con una tarjeta de la madre que le dice que le confía el hijo porque ella tiene que girar el mundo haciendo fotografías publicitarias.

La vuelta de Cristiano irrita a los padres de Oliviero, que son jóvenes y rechazan el papel de abuelos. ¿Qué hace Oliviero, que ya es mucho más maduro que sus padres? Coge a su hijo de la mano y se van los dos solos por la ciudad de Milán a la búsqueda ambos de una imagen mítica de mujer, que para uno es la primera explosión del amor, y para el otro, la madre.

En esta peregrinación por las calles del frío Milán encuentran de todo: extrañezas de mil tipos y mucha hostilidad. En este momento los padres de Oliviero, paradójicamente, se ponen también en camino a la búsqueda del hijo y del nieto. Pietro, el padre, descubre su vieja pasión de pintor y se pone a dibujar en las paredes y en las aceras dejando mensajes para que Oliviero y Cristiano vuelvan a casa. Mientras tanto, Oliviero tiene que trabajar y deja a su niño en un colegio. Pero éste se escapa y se enfrenta solo con la ciudad, en búsqueda de todo tipo de mujer que le recuerde a su madre. La suerte hace que se encuentren Cristiano y su joven padre. Les da hospitalidad un mendigo que duerme en un viejo circo abandonado. El deseo de vida de Oliviero le empuja a dar vida a unos columpios. Llega en ese momento también el padre de Oliviero, que animado de tanto entusiasmo recupera su papel paterno y ayuda al hijo y al nieto.

El circo toma vida. Vienen los amigos de Oliviero. Pero precisamente cuando todo está en marcha, Oliviero decide volver a su casa con su hijo, Cristiano: «Todo ha sido como una fiesta. ¿Qué sentido tiene ahora para los dos continuar en el circo?», pregunta.

Crítica de la pareja

EL PAIS ha preguntado al director Peter del Monte si esta película es una crítica a la pareja: «De algún modo, sí», ha respondido. «Se desea contraponer la sabiduría y madurez del niño-padre a sus progenitores jóvenes envejecidos y desilusionados de una vida bohemia. Sólo gracias al hijo de quince años, el padre descubre la libertad del circo, mientras el hijo niño-padre se encamina hacia la vida». ¿Cómo definiría esta película? «Grotesca; divertida, pero dolorosa».¿Se puede decir que en este filme la clásica búsqueda freudiana del padre se convierte en la búsqueda del hijo? «En parte sí, aunque en todas mis películas, como en las de Antonioni, en realidad es la búsqueda de la mujer el motivo de fondo». Y añade Peter del Monte que es un gran tímido joven, de ojos inteligentísimos: «Quizá es sólo una proyección (le mi inconsciente, que soy un niño en búsqueda de una madre».

Sonríe y precisa que la cosa más importante de esta película, que ha sido escogida para el Festival de Venecia, es que es toda en directo, sin doblajes, «porque los niños, doblados en el cine, parecen monstruos».

Graciosa fue la elección de este niño-padre. Peter del Monte cuenta que estuvo meses enteros en la puerta de las escuelas de Milán observando miles de niños: «Algunas veces me tomaron por maniaco». Pero al final el protagonista se le presentó solo, per su cuenta, después de haber leído un anuncio en el periódico: «No dudé ni un momento. Le escogí en seguida. Y no me he arrepentido. Lo ha hecho formidablemente. Y lo mismo el hijo de Oliviero, que se identificó tanto con su papel en el cine que, cuando volvía a su casa, toda la familia era la prolongación del cine y quería jugar con sus padres verdaderos al cine en casa. Lo hacía como su juego preferido, aunque los sociólogos y psicólogos han dicho que para el niño la realidad era el cine y el juego su familia. Vaya usted a saber».

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