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Vuelve a editarse la interpretacion que Lafuente Ferrari hizo de la historia de Santillana del Mar

La obra ha sido enriquecida con fotografías y dibujos sobre la villa cántabra

Ediciones Librería Estudio, de Santander, acaba de reeditar El libro de Santillana, de Enrique Lafuente Ferrari, obra clásica ya para quienes se sientan encantados por la singularidad de esa villa, cántabra cantada por el pícaro Gil Blas, de Lesage, como el más, lindo pueblo de España», según cita de Jean-Paul Sartre en La náusea.

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Un libro para la memoria de las gentes

La obra, que no es una guía, sino una magistral interpretación de la historia, el alma y el paisaje de Santillana del Mar y su entorno artístico y cultural, con amplias referencias historiográficas y una abrumadora bibliografía, conserva el texto original, pero incorpora ilustraciones fotográficas de Angel de la Hoz y una serie muy amplia de exhaustivos dibujos de José Luis García Fernández y Jaime Lafuente Niño, que reproducen palmo a palmo plazas y calles, conventos y casonas. En palabras del propio Lafuente Ferrari, lo gráfico multiplica el valor del libro y quedará como testimonio futuro de lo que es (o fue) cada rincón de la villa del marqués de Los proverbios.La primera y única edición de El libro de Santillana, agotada hace varios años, se publicó en 1955 por iniciativa de la Diputación de Santander. En este tiempo muchas cosas han cambiado (y se han perdido, incluso) en Santillana del Mar, aunque, en lo, fundamental, sigue en pie la rigurosa y emocionada visión de Lafuente Ferrari. Por las callejas empedradas circulan ahora más automóviles que carretas, las vacas, que el autor veía bebiendo y rumiando «con su sedante reposo animal», ya no lo hacen «al rítmico ruido de los zuecos o ante la charla de las mujeres que golpean con su pala la ropa», sino ante el bullicio, tantas veces gratuito, de la avalancha turística. Hay antes de televisión, más mesones y posadas que ahora se llaman bares, algún pub, souvenirs de toda la Península, pero también sigue habiendo las viejas casonas que hicieron de la villa «un museo de arquitectura», en el que la historia se hace espectáculo presente.

El problema de las cuevas de Altamira

Lafuente Ferrari, en el prólogo de la edición de Librería Estudio, advierte la necesidad de revisar y actualizar algunas partes del original, pero rechaza la tentación, porque «este libro», dice, «en modo alguno está concebido como, una guía, sino como algo bien distinto», refiriéndose peyorativamente «al contubernio que ha producido el género tan híbrido y detestable, que indica el significativo sustituto de Guía sentimental puesto a algunas descripciones de ciudades». Para el autor de El libro de Santillana, «el goce comprensivo del espíritu de una vieja villa solamente puede cobrar su plenitud de captación exacta de las funciones a que la ciudad ha servido, y que valen para explicar su existencia y sus formas». Por ello, Lafuente Ferrari, al escribir sobre Santillana, ciende las consideraciones estéticas, que, por ' otra parte, son también amplias y magistrales, para penetrar plenamente su sentido haciendo un viaje por el tiempo de su historia, sus antecedentes y sus consecuencias. La polémica sobre las cuevas de Altamira (con amplias referencias bibliográficas) y el estudio del personaje del marqués podrían ser dos ejemplos significativos.En todo caso, el autor dedica algunas pocas páginas del prefacio a destacar «algunos cambios fundamentales ocurridos durante estos veintiséis años». En primer lugar habla de los problemas de las cuevas, cerradas para que una comisión investigadora pueda estudiar serenamente los males que aquejan al techo de la capilla sixtina del arte cuaternario. Se refiere también al entorno de la cueva, en la que no había más edificación que la casa del guarda, «el inolvidable Simón», y donde se levantan hoy dos pabellones que contienen, además de una cafetería y lugares de venta de guías y postales, un museo didáctico de prehistoria.

Cita también «el papel perturbador de los automóviles» y los pocos paréntesis de quietud en la villa, «que nos devuelven a los viejos tiempos». Y, con especial cariño, enumera los cambios que han dado paso al Museo Diocesano de Arte Religioso, instalado en el monasterio de Regina Coeli, al derribo de la sacristía-museo, que permite contemplar mejor la colegiata, a las restauraciones de la torre de Merino, «antes cascarón vacío», y del torreón de Don Borja y casas adyacentes, que pertenecieron a la infanta doña María Paz y que son hoy sede de la Fundación Santillana, «de altas ambiciones culturales».

Lafuente Ferrari completa el prefacio con el capítulo de los agradecimientos: a los hermanos García Barredo, de librería Estudio, «cuyo celo y paciencia en la preparación de esta edición nunca podré estimar bastante»; a Pablo Beltrán de Heredia y Aurelio G. Cantalapiedra, y a los ilustradores, porque los dibujos, planos y alzados de las casas de Santillana le parecen incomparables.

El libro, de formato grande, contiene más de trescientas páginas de texto y centenares de grabados y fotografías en blanco y negro y color. Algunas de las ilustraciones pertenecen a la edición original y permiten advertir los cambios producidos en este tiempo en la vieja villa cántabra.

Descubrimiento, prestigio y encanto de Santillana

El libro de Santillana tiene tres partes fundamentales. En la primera se detalla la historia de la villa en el contexto español y religioso, con una extensa referencia a la caverna de Altamira, su valor y su colección de arte prehistórico, inicialmente rechazado por los investigadores europeos. La segunda parte es un detalladísimo paseo por sus calles y monumentos, especialmente exhaustivo- en la colegiata. Y, por último, Lafuente Ferrari entra en los linajes y casonas de la villa, estudia sus características arquítectónicas («El montañés, por instinto, es constructor; como el vasco es músico, y el andaluz, poeta ... »), dedica un extenso capitulo a la Santillana del reciente pasado, desde el siglo XVIII a la Escuela de Altamira, en 1950, y hace un repaso de la literatura que, tuvo a Santillana como protagonista más o menos principal, desde el pícaro Gil Blas a La náusea, de Sartre, pasando por Jovellanos, Ortega y Unamuno, Pérez Galdós, Pardo Bazán, Ricardo León y los cántabros amos de Escalante, Pereda, Manuel Llano, Jesús Cancio, Concha Espina...Especial es la evocación que Lafuente Ferrari hace del marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza, «el más acabado modelo del buen gusto, del valor y de la hidalguía, docto entre los doctos». Como no podía ser menos, el autor de El libro de Santillana, humanista de fina sensibilidad artística, se siente fascinado por la figura de quien por primera vez escribió en nuestra lengua que «la ciencia no embota el fierro de la lanza ni hace floja la espada en mano del caballero», prudente verdad que a Lafuente Ferrari le parece no demasiado repetida».

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