_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Querido Alvaro

Por lo menos, querido Alvaro, a estas horas y alturas habrás comprobado ya si en el cielo hay almejas. Tú asegurabas que no, en uno de tus flamantes títulos, que en el cielo no había fruto alguno de tan oval seducción y curioso pelaje, y que, por tanto, sólo se mueren los tontos: otro de tus famosos frontispicios (en este caso, maldita sea, demasiado optimista). Ponías unos títulos a tus libros que casi eximían de leerlos, escépticos tus amigos y discípulos de que la prosa interna del volumen pudiese superar la insuperable expresividad de la sobrecubierta. Si sólo hubieses escrito títulos (como aquel personaje de Saroyan que escribía libros maravillosos de una sola palabra: Arbol, por ejemplo), ya con ellos tendrías un lugar dilatado en el cronicón de la literatura patria: cuarenta líneas de sorpresa y risa infiltradas en tan severo catálogo. Pero te obstinaste en talar varios bosques con tu pluma (si me disculpas la metáfora), y en transformar su madera en resmas y las resmas en risa, capítulo tras capítulo. Creías en la risa más allá de Bergson y Freud al margen, referencias a posteriori del delito que tú orillabas a golpe de olivetti y con salud de caballo. Te gustaba considerarte un purasangre, puesto que lo eras, y repetías en entrevistas y coloquios eso de que el creador (o sea, tú mismo) es un caballo de carreras aguijoneado en su gran derby por las picaduras de los tábanos (o séase, los críticos). Me da la sensación de que los críticos, eruditos en todo tipo de proverbios, no leían exhaustivamente a Alvaro de Laiglesia, pero quizá haya que indultar en parte a los mentados críticos, Alvaro bondadoso, y culparte en parte a ti del presunto desvío. Porque tú, Alvaro incontinente, escribiste más tomos de los que caben en un currículo y no hay crítico, por científico que sea, que se haya leído todo Galdós, todo Azorín, todo Umbral o todo Alvaro, por citar varios polígrafos poco relacionados entre sí.¿Te seguíamos puntualmente los colegas y amigos, o nos limitábamos a quererte y admirarte con la pereza hispánica y pertinaz a seguir a nadie en sus obras completas, tan listos como somos y tan acostumbrados como estamos a colocar a cada uno en su cliché, a ser posible en reducción a escala? De mí diré, con la mínima decencia, que tienes derecho a exigirme dbsde tu inmortal postura de cuerpo presente que estuvieron a punto de expulsarme de aquella biblioteca cuando profané su académico silencio y compostura con varias carcajadas prorrumpidas al echarme furtivamente a los ojos tu Náufrago en la sopa, uno de tus primeros libros, si no el primero. Eran los tiernos años provincianos en que cualquier soplo de vida o vuelo de mosca (tu libro tronchante o las muecas locas de una adolescente que tampoco estudia al otro extremo de la mesa) pueden a uno alejarle para siempre de las matemáticas castas y la vida formal. Te seguiría luego por libros y ateneos, hasta dar con mis huesos en tu hospitalaria (y, a partir de ahora, legendaria) Codorniz, en la que era cierto que había que hacer angosta espera tras entreabierta ventanilla hasta que tú examinabas la carpeta, pero en la que no menos cierto era que, una vez aprobados los dibujDs por tu arriesgado ojo crítico, uno podía contar con la colaboración pagada y tu amistad impagable para los restos. Tú eras maestro de optimismo y propagador de la fe en cosas de suyo tan abstractas como las revistas de humor y la inmortalidad del cuerpo. Creías que La Codorniz era eterna y falleció en tres tiempos. Creías que no te morirías nunca, y aquí me tienes escribiendo una necrológica que tú considerarías confusa y demasiado larga. Por lo menos pon algo gracioso al final, me sugerirías con esa exquisitez tuya para enseñar deleitando. Pondré que te adelantaste varios siglos a Marcelino Oreja declarándole la guerra al Reino Unido y reconquistando la Roca, conio consta en los fondos de la Hemeroteca Nacional. Pondré que lo de Manchester no prueba que hayas muerto, como atestiguarán tus libros. Pondré sobre el halda de la bellísima Anne alegres flores blancas para que te las dé en mi nombre me negaré a ponerme triste mientras te abrazo y lloro.

Más información
Alvaro de Laiglesia será enterrado en San Sebastián el próximo viernes
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_