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Tribuna
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Las intuiciones del naufragio

El mundo y la inspiración de José María Pemán -a semejanza de bastantes cosas españolas- resulta, en varios aspectos, la expresión de una paradoja más. El abanderado del sentimiento tradicional, de la religión y la patria, como él se contemplara en los momentos álgidos de su popularidad y boga, era un producto de determinadas influencias francesas, especialmente. Bien sabido es que en el arco de las ideas definidoras de nuestro viejo y romántico tradicionalismo figuraban ya desde sus orígenes las de importación francesa. Haciendo de lado nombres como el de Barruel -el beligerante jesuita contrarrevolucionario-, de tan indiscutible influjo en la instrumentación antiliberal y reaccionaria de los comienzos del siglo XIX, las figuras de Bonald y José de Maistre -el de Las veladas de San Petersburgo- van a tener una importancia decisiva en la dialéctica de los ardorosos defensores españoles del «trono y el altar».De manera parecida a la de otros supuestos casticiÍsmos españoles, hay que aprender a mirar por encima de los Pirineos para descubrir sus auténticos orígenes. Del mismo modo que para rastrear la espectacular carrera literaria de José María Pemán no podemos conformarnos con la referencia a su amanecer poético a la sombra del popularísimo regionalista Gabriel y Galán, para estudiar el desarrollo de su presencia social y política se hace necesario desbordar los influjos juveniles recibidos de un Balmes, un Donoso Cortés, un Vázquez Mella e incluso un Cándido Nocedal.

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Cuando, por ejemplo, escribe sus Cartas a un escéptico en materias de formas de Gobierno, los conceptos que maneja, así como sus maneras de razonar -descontado su brillante e ingenioso gracejo andaluz-, proceden en no pequeña medida de la lectura de las gentes de «Acción Francesa», no tanto de sus capitanes Maurras y Daudet, como de su ágil y revisionista alfil Jacobo Bainville.

El cielo intelectual pemanlano se nos muestra así, examinado bajo esas luces, de una mayor complejidad. El costumbrismo de distinta graduaciones, con Fernán Caba llero, los hermanos Quintero y el padre Luis Coloma, en una andaluza gradación de dioses mayores va a fundirse con unos ingredientes de muy diversa valoración. Sus primeros y magníficos artículos de temática andaluza -recogidos en un libro temprano que creo recordar que se titulaba La vencedora mantenía, con gracia directa, una frescura aparentemente sin otras intenciones, aparte del moralismo que nunca falta en la vasta producción del autor de El divino impaciente.

En efecto, José María Pemán fue un moralista muy recortado con arreglo a los patrones del conservadurismo español, todavía pren dido a las nostalgias tradicionales La burguesía española que inicia la reacción frente a la II República e impone muchos de sus gustos durante los cuarenta años de la era franquista, lo toma por autor de cabecera. Sus artículos periodísticos -sin duda lo mejor de su producción- fueron la consagrada frase, de obligada lectura.

El historiador futuro de la sociedad españoladel tiempo que acaba de nasar tendrá que resolver en la selva ingente de sus, artículos para formarse una idea cabal del el clima sociológico español del último medio siglo.

Pese a su clara adscripción a una sensibilidad de sentido tradicional, en Pemán se perciben nítidamente -los barruntos de la crisis. Recuerdo a ese respecto una luminosa explición de José Ortega Gasset. «Eso que se llama crisis». escribe el autor de La rebelión de las masas, «no es sino el tránsito que el hombre hace de vivir prendido a unas cosas y apoyado en ellas, a vivir prendido y apoyado en otras».

José María Pemán pertenecía a los primeros; tenía no obstante las intuiciones del naufragio, pero estaba poseído por una preclamada vocación de centinela de Pompeya.

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