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Tribuna
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A propósito de un caballero

Pemán era un caballero, lo cual no significa más de lo que adecuadamente significa. Eso de ser un caballero ya se lleva poco, incluso no se lleva más que como una indumentaria subalterna, más anacrónica que meritoria. Recuerdo que, cuando yo me iniciaba como aprendiz de escritor, acudí a Pemán -tito José María, para muchos jerezanos con apellidos extranjeros- en demanda de nada. Quizá iba a husmear qué cosa podía ser un escritor de éxito tan superlativo, y me encontré a una persona de tan buenas maneras que hasta tenía tiempo para dilapidarlo con quien quiera que fuese.Alguna vez lo ví en El Cerro, una viña deliciosa en el campo de Jerez, y más a menudo, en su casa de Cádiz o de Madrid. Su sentido de la hospitalidad consistía en su forma de no aparentarlo y en el hecho de no hablar de sí mismo más que como punto de referencia con el interlocutor. Un detalle muy de agradecer. Lo único que se le podía escapar a veces entre su discreto ceceo era el matiz de una oratorl a que debió aprender de su paisano Castelar -aunque sólo fuera eso-, y que a mí me dejaba de lo más acomplejado. El resto de esa imagen de hace treinta años habría ya que ponerlo a cuenta de su obra. O sea, que ya es otro cantar.

Más información
El carácter polifacético de Pemán.
Un escritor popular
Las intuiciones del naufragio

Se ha hablado mucho de las imperativas militancias ideológicas de Pemán -tan visibles en el fárrago dialéctico-patriótico de sus libros de relativa juventud-, pero se ha comentado muy poco su manifiesta dignidad en algunos intransitables recovecos de «la guerra de nuestros antepasados». Me refiero sobre todo, a sus públicas y privadas gestiones en favor de gentes de letras -y no tan de letras-, en segura o posible situación de reos. Más de uno recordará aún esa intachable generosidad, repartida en parabienes, prólogos, estímulos, pero también en posturas justicieras.

Hay que admitir que Pemán pertenece de hecho a una órbita cristiana de la mejor ejecutoria, no ajena tal vez a la más acreditada vía liberal del gaditanismo. Siento el mayor respeto por ese tipo de conductas, incluso aunque a veces pequen de grandilocuentes.

Lo que menos me atraía de Pemán es lo que quizá le acarreó más lectores: la elaboración literaria de un personaje andaluz -no sé si colectivo- que se identificó con algo similar a un populismo senequista. Eso no me convenció nunca, quizá porque tampoco me convence para nada el pensamiento moral de Séneca. Pero estoy con los que opinan que hay bastantes artículos de Pemán suniamente atractivos en su género. Ese gracejo nada estentóreo, adobado sin duda con una muy buena educación literaria, sigue pareciéndeme de lo más estimable de su copiosisima obra. A estas alturas, no es mucho más lo que prevalece. Pero ahí está el Pemán que sólo coincide con Don Guido -el «caballero andaluz» de Machado- en que no tiene nada que ver con él.

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