Nacha Guevara, contestataria de blanco satén
Argentina, argentinísima la voz y el estilo de Nacha Guevara, que anteanoche presentó en Florida Park su nuevo espectáculo, con el que tras la actuación madrileña hará una gira estival por las principales ciudades españolas. Por que Nacha Guevara es en la canción, en el show, como una Victoria Ocampo igualmente refinada y trabajadora.Manos liliales, tipo de maniquí, rasgos bien maquillados de mundana, la Guevara utiliza sus sutilísimas prendas, su aire de Coco Chanel, para satirizar e ironizar -sin estridencias- ese alto mundo del que pudiera ser representante.
Y así su espectáculo nuevo -con algunas repeticiones y maneras del anterior- comienza ridiculizando refinadamente a las señoras que van a los conciertos, pero odian la música; a las que hacen calceta para los pobres y abominan del socialismo («Yo tuve que borrar de mi lista / a una pobre que amaba a un comunista»), y a las que, en fin, censuran a sus amigas, pero quisieran tener sus mismos amantes y vicios...
En una suerte de repaso biográfico-musical, Nacha, sin dejar de convertir la ironía en protesta, y utilizando las viejas artes del cabaré, y todos los charoles del París de Cocteau y de los tangos, juega a la Gioconda que se burla de sus visitantes o a la dama que se lamenta, abanico en mano: «¿Qué fue de la distincón? / Hoy cada paso que das / te encuentras un cabrón». Es después Nanette, la cocotte francesa, más allá del bien y del mal achampañada e inútil como la mejor vida, o la cantora de las almas de los viejos guerreros que retornan al mundo -según una leyenda- en forma de mariposas Y si hasta ahí (en un espectáculo sin interrupción, con la sola compañía al piano de Alberto Favero) la protesta contra el mundo hipócrita se enmascaraba en rituales de minué y máscaras de seda o cigarrillos turcos, el final del show se irá haciendo -sin perder el irreprochable buen tono- más directo. Canciones del uruguayo Mario Benedetti, con la eficaz Te quiero, oscilando entre el frenesí y la militancia, o versos musicados del cubano Martí, en este caso La niña de Guatemala. Un homenaje postrero a Jacques Brel -«cuando no hay más que amor»- y un final contándonos, en interrogante, que todo es teatro, «un mundo que inventamos cuando comienza la noche». Labios rojos, tonos malvas, arlequín de candilejas, lo evidente es que Nacha Guevara, coqueta como una feminista de los veinte, es un completo espectáculo. Una showwoman perfecta.
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