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Tribuna
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Los Victorino se fueron con otro

Mal comenzó junio, y no tan sólo por la tarde bochornosa metida en viento -una de las que, como escribió Quevedo, «echó el cielo su capote»-, sino porque Alcalá abajo, ya cerca de la plaza, me encontré con que la taberna Los Timbales estaba cerrada. Mal fario, me dije. Ritual parada desde los primeros años cincuenta, aquellos novilleriles de Aparicio y Litri y de las duraderas faenas de Antonio Ordóñez. Timbaleros, areneros, monosabios, matarifes, entre el humo de los puros y el olor a sudor y a pescado frito.Y, aún más a mi lado, ya en la plaza, me tocó uno de esos matrimonios que van a los toros como si fueran a un cóctel: «Mira, ya la he visto. Pili va de blanco»... Y, para más inri, finalizando el espectáculo, una charanga los volvió a abochornar dedicándonos sentimentalmente canciones de nuestra juventud: «Si Adelita se fuera con otro / la seguiría por tierra y por mar», y «Ursula, ¿qué estás haciendo esta noche en la cocina?». No es que uno sea un castizo a lo Cañabate, por ejemplo, y, piense que estamos en San Isidro, pero esa musiquilla, entre verbenera y culinaria, está bien que suene en el baile de la plaza del pueblo, pero no en la autenticidad, nunca en la seriedad, de una plaza de toros.

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Bueno, iba pensando en esas cosillas saliendo del desolladero, tras comprobar lo cariavacado de las cabezas de los Albaserrada (da pudor llamarlos Victorino, porque da pudor enturbiar una leyenda), cuando de pronto me di cuenta de que había visto una corrida de toros normal.

Bastaba con recordar el par de El Formidable, otros dos de Pepe y Manolo Ortiz, los naturales vibrantes de Miguel Márquez a su primero, su lance comprometido a una mano, las oleadas cantábricas del manso quinto. Pero ¿qué hice yo allí9, me dije. Y me respondió Ruiz Miguel, el delfín, hoy enmascarado, de Victorino, como antes lo fue mi paisano Andrés Vázquez. ¿Qué hace este hombre vestido de azul purísima y oro Y con las nubes del atardecer por fondo, nubes algodonosas de Tiépolo, una estampa de primera comunión? ¿Tocar un pitón, eso sí, muy astifino, como único alarde?

«¡Vete ya!», dijo el desconocido a su primer toro, marrajo perdido. Entre la mala lidia, sobre todo en varas, parecían vagamundos, sigue escribiendo Quevedo, y oler la arena y en seguida engabanarse, con más sentido que un judío, como decían los antiguos cronistas, y mas en guardia que los partidos políticos. Lo cortés no quita lo valiente. Sólo la planta. Parece mentira. Las oleadas son para hacer surf, lo comprendo. Si un torero de su clase se calla, así también se calló el toro con la boca muy cerrada.

Como debería callarme yo. Mal empezó junio. Mi primera salida al tercio -sin saludar- ha tenido mala suerte. Ya en el hotel Wellington, con unos amigos, oía incesantemente, como si lloviera, «toros valientes vi yo / entre los que conocí / pasados por agua, sí / pasados por hierro, no». la querida canción cuartelera de Adelita. Y todavía «si Adelita se fuera con otro»...

Claudio Rodríguez, poeta, es autor de Don de la ebriedad y Conjuros, entre otros libros.

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