Una celebración confesional
De santa madre queda la concesión del Toisón de Oro o raro vellocino nobiliario de este país, a quien para los gaditanos y andaluces de la Baja ha sido y será «don José María». Un inevitable don que, en su caso, ya es toisón verbal y popular, distinción para andar por casa, paralela a la que ahora se le impone y, a su modo, igualmente declaratoria de la justificada imagen señorial del personaje. Pero señorial no en la altiva acepción antipática que también levanta la palabra, sino en la mejor, en la de una sabia y serena afabilidad acogedora, no paternalista, rica en llanezas, en generosidad y en un sentido del humor refinado y distinto, pero de calibres semejantes al del pueblo llano de Cádiz.La fetén es que Pemán, y a la callada muchas veces, ha hecho lo que no está en los escritos por favorecer a todo bicho viviente. Tiempos hubo, y bien largos, en que se le invocaba como a milagrero y varonil Virgen del Rosario B o patrono civil de Cádiz, tanto para prologar un libro francamente prescindible como para recomendar/conseguir una pensión, un currelo o una licencia de pesca. Pocos se fueron -o se van- de vacío y, ya en más delicados temas culturales y políticos, el liberalismo verdaderamente hormonal y la bonhornía del requerido, procuraban llegar o llegaban bastante más lejos, con tales favores, de lo aconsejado en los vientos del franquismo por las propias conveniencia y tranquilidad.
Ningún escritor gaditano de mí generación y siguientes, que de veras se ponga la mano en el pecho, dejaría de suscribirlo así. Lo mismo que algunos, y me cuento, no dejamos de sentir la renovada incomodidad personal de haberle cuestionado literariamente a Pemán panes y sales, sin negarle destrezas, ingenios o la proverbial maestría de sus artículos. Más acá del clásico parricidio, tal disensión queda explicada por cien factores harto largos de inventariar aquí y en cuyo pelotón de cabeza figuran muy peculiares momentos y circunstancias nacionales e individuales, fulminantes cambios ideológicos y estéticos, necesidad de abrevar en aguas remotas, apeteciblemente diferentes y difíciles.
Pero esa incomodidad que, por encima de todas las razones, persiste en quienes la sufrimos, esa incomodidad vacilana, nada culpable aunque sí bien chunga de no haber podido, o sabido hasta ahora, darle al autor todo lo que al hombre, queda arrollada hoy por la satisfacción que a cuantos niños malos con quienes he hablado -él me lo llamó en cursivas- nos da el adecuado entoisonamiento del, sin duda muy gaditano, y sin duda ya inscrito en la gran historia de la ciudad, cuyo verso también supo ver a la primavera atlántica re guindada como un pilletillo en la trasera de un coche de caballos, Campo del Sur o Alameda adelante. Que sí, don José María.
Babelia
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