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Enemigos de la libertad

Augusto Delkáder

Los autores necesitados de argumentos para sus novelas pueden encontrar en estos momentos en España un extraordinario campo de inspiración si quieren conducir su creación al terreno de las tramas negras. Los últimos sucesos de este país llevan a la certeza de que la joven, frágil y acosada democracia española es el centro de una conjura con la que los enemigos de la libertad están dispuestos a abortar la vida civilizada, utilizando las técnicas más refinadas de la conspiración.Un grupo terrorista diez veces desarticulado, de oscuros orígenes, cuyos principales miembros se escaparon de una cárcel de seguridad, reaparece en el macabro escenario de las representaciones del tiro a la nuca, para asesinar en Madrid a un general de inquebrantable lealtad constitucional, rematar a un policía nacional en circunstancias de inigualable crueldad y acabar en Barcelona con la vida de dos guardias civiles, sin que uno de ellos pudiera haber sacado la mano de su bolsillo para pagar los dos cortados que acababan de consumir.

Estas dosis de crueldad se superponen a la intentona golpista del 23 de febrero, cuyo más consumado activista, el teniente coronel Tejero, ha dejado, con su cobarde toma del Congreso, la condición de español en las fronteras próximas del canibalismo. El general Pavía no entró en el hemiciclo para interrumpir, la legalidad constitucional, y, además -de esto hace ya un siglo-, utilizó métodos simplemente más civilizados que este sedicioso guardia civil de finales del siglo XX, cuya afrenta al grado de civismo de todos los españoles ha podido comprobar el mundo entero en las pantallas de televisión.

Quienes a la salida de las discotecas o después de haber holgazaneado todo el día. embadurnan las paredes de nuestras ciudades con elogios a Tejero deberían pensar que expresan su admiración por unos hechos históricos de los que ningún pueblo puede sentirse orgulloso.

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Así las cosas, nadie puede, desde otras posiciones, ejecutar, encubrir o disculpar otros tiros a la nuca sacralizados por objetivos revolucionarios. Quien no respeta la vida difícilmente puede modernizar una sociedad, y en la España de finales del siglo XX es simplemente un enemigo de la libertad. Es alguien que, consciente o deliberadamente, participa en la trama trenzada por oscuros arquitectos para impedir, una vez más, las posibilidades de modernizar nuestra nación.

Los resultados objetivos del terrorismo en España no pueden ser más reaccionarios. Las clases populares han tenido que ceder en sus reivindicaciones sociales y económicas para apuntalar el débil siltema de libertad iniciado a la muerte del dictador. Se levantan insospechadas voces para demandar una reforma constitucional que limita el ámbito de las libertades consagradas en nuestra ley fundamental. Y, por último, se logra un deterioro en la confianza de amplias capas de población, para las que el paro y la deteriorada situación económica no son sino consecuencias del sistema, abatido por la estrategia ruin y desestabilizadora urdida por los artífices en la sombra del golpismo de todo género. Estos son los enemigos de la libertad, la laya de buscones que incita a los militares a volver contra el pueblo las armas y el uniforme que ese propio pueblo le entregó. No caigamos en la tentación que nos han preparado.

La Constitución de 1978 no necesita más reformas que aquellas que vayan dirigidas a definir mejor el modelo de Estado que la propia Constitución se propone crear. No habría, pues, ningún inconveniente en introducir modificaciones, para mejorarlo técnicamente, en el título octavo de nuestra ley fundamental, referente a las autonomías. Otra cosa sería proponer alteraciones en lo que la Constitución tiene de conquistas indispensables para una democracia avanzada. Es el caso, por ejemplo, de la abolición de la pena de muerte, norma legal que honra a la mayoría de las democracias occidentales a las que nos queremos acercar. Hecha esta salvedad, la Constitución de 1978 fue concebida, con sus defectos, para que los ciudadanos transitáramos por los caminos de la libertad y la modernidad. Los que empedran el camino de su desarrollo son sus enemigos, y el primer triunfo que les concederíamos es comenzar a reformarla arbitrariamente cuando no tiene ni tres años de vida. Sacar de sus toperas a los enemigos de la libertad y confinarlos al recaudo de la ley es la única tarea que nos debemos proponer.

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