El teatro Kirov, de Leningrado, presenta a los maestros rusos en la temporada de ópera de Madrid
Hoy comienza sus actuaciones, dentro de la XVIII Temporada de Opera de Madrid, la compañía de ópera del teatro Kirov, de Leningrado, que representará en el teatro de la Zarzuela Boris Godunov, de Mussorgski, y en días sucesivos, Bodas en el monasterio, de Prokofiev; Eugenio Oneguin, de Chaikovski, y La novia del zar, de Rimski Korsakoff. La compañía, que cumple casi doscientos años de antigüedad, se ha especializado, según explica su director, Maxim Krastin Eduardovich, en representaciones de obras clásicas y en combinar los géneros ópera y danza. La presencia de este teatro de ópera y ballet de Leningrado, no sólo uno de los más antiguos, sino también de los más importantes que existen en estos momentos en la Unión Soviética y en el mundo, no es nueva en España, puesto que ya estuvo aquí en 1972, invitado también, como en esta ocasión, por el Gobierno español.
Más de doscientas personas se han desplazado a Madrid para poner en escena cuatro de las principales óperas rusas. Además, la orquesta del teatro Kirov ofrecerá por separado un programa musical (Quinta sinfonía, de Shostakovich, y la cantata Alejandro Nevski, de Prokofiev) en el teatro Real, de Madrid.
«Nuestro teatro va a cumplir doscientos años», cuenta su director, Maxim Krastin, «y aunque no hemos llegado a ser como la Scala o el Bolshoi, desde el principio hemos mantenido unidos los dos géneros de ópera y ballet, porque esta combinación es natural y orgánica. La principal dedicación ha sido a las obras clásicas, tanto de autores rusos como de otros países. Una prueba de que ha interesado a la -ente es que ha habido obras que se han representado por una de las dos compañías que integran la ópera del teatro Kirov, con intermitencias, durante 75 años».
El teatro Kirov, inaugurado en la época zarista, ha subsistido con varios nombres (Marynsky, teatro Académico Estatal de Opera y Ballet). A partir de 1935, en plena época estalinista, comenzó a llamarse Kirov, en memoria del miembro del Comité Central del Partido Comunista soviético Sergio Kirov, que había sido asesinado un año antes. La ópera se desarrollaba sola en Leningrado, la ciudad soviética más rica en huellas culturales. En 1862 había abierto sus puertas en esta ciudad el primer conservatorio de música ruso. Paralelamente se desarrolló la escuela rusa de ballet, que ha dado figuras como Marius Petipa, Nijinski, Tamara Karsavina y Ann Paulova. El mismo Rudolf Nureiev se formó en el teatro Kirov.
«Ahora», continúa explicando Maxim Krastin, «lo esencial para nosotros sigue siendo la calidad de las obras, sobre todo la de las clásicas; pero también dedicamos parte de nuestro trabajo a las obras experimentales, siempre que estén en la línea de las tradiciones».
El director del teatro de la Opera y Ballet Kirov, de Leningrado, cree que en aquellos lugares que existe alejamiento de la opera clásica del público joven este fenómeno se debe a que probablemente no se dedica la suficiente formación a la juventud en el fenómeno musical clásico.
«Hace cinco años», explica, «tuvimos en la URSS un debate sobre la necesidad o no de la ópera clásica. El resultado fue que la ópera sigue siendo necesaria. Los jóvenes acuden a la ópera. Este interés por la ópera se pasa de generación en generación, en parte porque desde niños los ciudadanos reciben una formación musical. Nuestro grupo estrena muchas obras: primero, para los niños, y después, para los adultos. Además existe en la Unión Soviética un trabajo de instrucción y educación operística a través de la radio, la televisión y otros medios».
Maxim Krastin cree que ópera clásica y ópera rock nunca llegarán a encontrarse, porque llevan caminos paralelos. «La aparición de la ópera rock es natural, porque supone un intento de llevar a la gente a la ópera a través del rock, pero está muy lejos de la clásica, tanto en sus planteamientos como en la utilización de los instrumentos. Además tenemos que pensar que hay también un público aficionado a la ópera clásica, y para este público trabajamos nosotros».
Son frecuentes en el mundo de la música clásica soviética las deserciones de primeras figuras de la interpretación y la composición. Dos de estas últimas figuras que han pedido recientemente asilo político en la República Federal de Alemania son el compositor y director Maxim Shostakovich y su hijo Dimitri, componente de la orquesta de la radiotelevisión soviética. «Han cometido un error», comenta sobre este último caso Maxim Crastin, «porque eran muy estimados en la URSS; pero se trata de una decisión personal en la que no podernos entrar. Yo conocí a Shostakovi.ch padre porque fue durante ocho años director de la Orquesta Filarmónica de Leningrado. Fue un director que, aunque tuvo sus dificultades en la época del realismo soviético, sin embargo pudo asistir al estreno de todas sus obras. Había sido bien tratado y había recibido muchas condecoraciones. Pero no hay que olvidarse que los buenos músicos han sido en muchas ocasiones incomprendidos».
Babelia
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