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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Historia de una escalera

Vicente Molina Foix

La triunfante colonización televisiva con que la BBC se está apoderando de nuestros ratos de ocio en el hogar- puede alcanzar, a partir de esta noche, su cota más gloriosa y su día de luto. Hoy empieza a emitirse la serie Upstairs, Downstairs, llamada aquí, con previsible falta de imaginación, Arriba, abajo (segunda cadena, 21.50 horas), un programa dramático sobre la vida familiar en una vivienda de regla escalinata en el barrio londinense de Be1gravia, que ha hecho historia en la televisión británica, y que, por ser precisamente el producto más descarado y puramente inglés que conocerse pueda, uno desesperaba ya de verlo adaptado a nuestras pequeñísimas pantallas. Pero aquí está, en una primera entrega de veintiún capítulos, que sólo constituye una fracción minúscula del todo original.Y de ahí los temores. Si esta serie pega (y yo, sinceramente, no concibo que nadie, tenga estudios o no, trabaje en la labranza o dirija un consorcio, deje de entusiasmarse), los archivos donde se guarda Upstairs, Downstairs tienen capacidad para proporcionarnos durante largos años, lustros, décadas, una hora semanal, diaria si se quiere, llena de emoción, carcajadas, zozobra, lágrimas y pasión. El fenómeno, cercano a una huelga nacional de «piernas caídas, que ya se dio aquí al emitirse Holocausto, podría repetirse en un continuo eterno, que dejaría nuestras calles y cines, los teatros, los bingos, todas las discotecas y los cafés danzantes, desiertos y en silencio, en total bancarrota. Acres voces de queja se oirían por doquier, las empresas dañadas (y lo serían todas) pedirían medidas al jefe del Gobierno, y no es impensable una seria ruptura de nuestras relaciones con la pérfida Albión.

Yo no sé si aún es tiempo, pero lo más sensato sería, desde luego, prohibir esta serie antes de que produzca hábito. La presentación que en ella se hace del carácter inglés, de los modos, la historia, la sociedad y el habla del país es tan deliciosamente convincente, tan dramáticamente perfecta, sutil y elegante, que podría incluso peligrar nuestro espíritu patrio, ya tan baqueteado últimamente, En Estados Unidos, por ejemplo, se pensó durante muchos años que Upstairs, Downstairs no podría gustar por ser tan intrínsecamente inglés, y sólo tardíamente se empezó a pasar a manera de prueba (incluso se dudó en doblarlo; otro fuerte británico, la variedad de acentos, social y regional, es especialmente rica). Y, claro, el programa batió todos los récords y se convirtió en la serie favorita de los americanos.

Pocas familias británicas habrá que no hayan visto crecer a sus hijos al filo de la serie. ¿Pasará igual aquí? El nostálgicamente atractivo período eduardino, que nuestro telepúblico ya ha amado antes, la belleza y minuciosidad de decorados y trajes, la memorable interpretación (Gordon Jackson, de mayordomo escocés, me temo que intraducible, y Angela Bacdeley, en la benigna señora Bridges, la cocinera, sobresalen del resto), la música, el suspense, hacen de este programa, que ideara, por cierto, una de sus actrices, Jean Marsh, la doncella, y luego fue escribiendo toda una escuadra de unionistas, una obra maestra irresistible. Es cierto que los marxistas escolásticos de la revista Screen denunciaron avinagradamente el cariz tendencioso de los tipos sociales, acusando al programa de conformista y falso; pero el romance, si ha de cautivar, tiene que falsear, y la serie en cuestión es el mejor ejemplo de ese prisma romántico, colorista y jovial que emplea la BBC para contar la historia.

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