Santa Teresa
Tengo hace días anotado en mis páginas amarillas el nombre de Santa Teresa, para dedicarle una columna al mejor escritor/ escritora de nuestra prosa, cuando el corresponsal RM, de este periódico, quien sea, uno de nuestros buenos informadores, hace una deliciosa y miniada crónica de la santa, relatando que Alba de Tormes no permitirá que lleven a Avila el cuerpo de Santa Teresa, para que allí lo venere Wojtyla, Wojtyla tendrá que ir a Alba.Mi idea inicial era que, así como Franco se apropió maniáticamente el brazo de la santa (supongo que no le haría firmar sentencias de muerte), el brazo que ha escrito la mejor prosa místico/erótica de todos los tiempos, el poder en general tiende a apropiarse el brazo del escritor, aunque no sea tan grafómano e inspirado como el de Teresa de Cepeda (mi querido Guillermo Moreno de Guerra parece que desciende de ella, según me contaba en noches de vino y risa, entre el Gijón cerrado y la panadería de Bárbara de Braganza aún no abierta). El poder, los poderes, sí, tienden siempre a utilizar el brazo del escritor como reliquia, como ex voto o, lo que es más práctico, como amanuense al dictado de sus verdades mentirosas. Ahora mismo, el proyecto político y la realidad cotidiana nos dicen que hay poderes que están tratando de meter nuevamente el brazo del escritor, de cualquier escritor, en un maletín, como hiciera Franco con el de la gran prosista. O sea la censura. Alba de Tormes no permitirá que lleven a Avila el cuerpo de la santa. Elabio Briñón, alcalde independiente del pueblo salmantino, se niega al traslado, y hace bien, y Florentino Gutiérrez, el párroco, está con él.
Por fin, frente a tanto episcobispal sumiso a las contraseñas de Innocenti, hay un párroco rural -Ortega hablaba de «la mano gastada de un párroco viejo- que se atreve a contradecir a los pontificios. Como sabe mi querido y admirado Jesús Aguirre, en el vicio pleito entre abulenses y albenses por el cuerpo de la doctora, los duques de Alba decidieron acertadamente, hace siglos, en favor de Alba de Tormes. Me parece que ya he hablado aquí de Stanislaw Lem, polaco, y de Ossip, rusopolaco, dos genios literarios divulgados ahora en España (Bruguera/Alianza) que sufrieron persecución de Stalin. Stalin, como Franco, habría querido el brazo incorrupto y su rrealista de Ossip para pasearlo por todas las santas Rusias e inaugurar con él planes quinquenales. Hace bien Carrillo no yendo a Varsovia a escuchar a Breznev. Para los políticos, el mejor escritor es un escritor muerto, porque entonces resulta utilizable. Fraga inauguró muchos paradores de turismo en el santo nombre de san Antonio Machado, a quien el fragafranquismo obligaría a un turismo final y trágico con meta doblemente fúnebre en Colliure.
Víctor Márquez (sobra literariamente el Reviriego, amor, porque es largo y difícil), a quien he definido como «el Fernández-Florez del nuevo parlamentarismo» (se parecen hasta físicamrnte), saca en libro sus crónicas de Cortes, y es uno de los pocos cronistas del rollo que ha sabido hacérselo con el brazo fuera de la maleta, desvendado y por libre, independiente y a su aire. A lo mejor, querido Víctor, cualquier día nos meten este brazo escribidor, el tuyo y el mío, en un portafolios, primero para archivarlo en un Ministerio y luego, cuando seamos glorias póstumas nacionales, para pasear el portafolios en nombre de la libertad que ahora ralea.
Cada vez que se muñen proyectos de cosa contra la libertad de expresión, estamos metiendo otra vez en la maleta el brazo grafómano y adorable de Teresa. Estamos cayendo en manía franquista, no se olvide. Que dejen a la santa en Alba y a nosotros libres en el alba.
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