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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lluvias y precios

SI LAS lluvias de abril se entremezclaran ahora con una subida de los precios agrícolas instalada en los dos dígitos, los resultados para la economía española podrían ser tan desastrosos como la sequía. En tal caso, los consumidores tendrían que organizar sus rogativas, y el proyecto de concertar una moderación salarial a través de una gran negociación política, empresarial y sindical quedaría muy mal parado. Por supuesto que esto no quiere decir que todos los males que nos amenazan se reduzcan a la elevación de los precios agrarios. Pero un alza de los precios agrícolas igual o superior al 9% establecido en la CEE sería una nueva incitación para que nuestra inflación fuera superior a la europea durante un período en que nuestro ritmo de crecimiento es inferior y nuestra tasa de paro es superior.La justificación para solicitar, como hacen los agricultores, un aumento de precios entre el 20% y el 30% para 1981, aparte de la finta negociadora de poner dificiles las cosas al adversario, se basa en una supuesta caída de las rentas agrarias en 1978, 1979 y 1980. Sin embargo, la memoria del Banco de España para el año 1979 calculaba que la renta disponible del sector agrario creció en torno a un 24% en 1978 y a un 9% en 1979. Si se toma en cuenta el descenso del empleo en 1979, el crecimiento de la renta disponible por persona ocupada se eleva al 16 %.

Según el Ministerio de Agricultura, en 1980 la renta del sector agrario se ha elevado en un 7,5 %. Si a este porcen-a taje se le agrega el aumento de las prestaciones de la Seguridad Social, la renta del sector agrario ha crecido en un 11,5%. Pero además en 1.980 se ha producido una nueva disminución del número de personas que trabajan en el campo, de manera tal que el incremento de renta por persona ocupada durante el pasado año fue del 19,6%.

Además está el eterno dilema de los productos agrícolas con precios administrados y mecanismos oficiales de salvaguardia, por una parte, y de los productos con precios libres y sin más salvaguardia que su compra por los consumidores, por otra. Todas las frutas y las hortalizas están en este último capítulo. Los agricultores y exportadores del ramo de la naranja, con un producto cada vez más prestigiado en los mercados europeos, no han recibido ninguna ayuda regular del Estado. En cambio, la producción de aceite de oliva ha recibido muchas ayudas, pese a que cada vez se consume menos aceite de oliva y más de otras grasas vegetales. Los cereales panificables son otro gran ejemplo de esa política de salvaguardia, sin que parezca importar demasiado que los trigos sean cada vez menos aptos para panificación. En cualquier caso, los precios agrícolas administrados han crecido en 1980 casi el doble que los precios agrícolas libres. Si la proporción se mantuviera en 1981, más que una política de apoyo de rentas a la agricultura, lo que realmente se estimularía sería la conversión de nuestros cultivos de exportación en tierras de cereal protegidas por el manto del Estado.

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