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Un trío de dudas

Hay que reconocer que esperábamos del concierto de anteanoche más de lo que dio de sí. Ron Carter, un bajista con antecedentes muy envidiables, se presentaba en el teatro Salamanca con trío propio que era, antes de comenzar, un trío de dudas: piano, bajo y batería. Al principio, al ver un chelo reposando en el escenario, las dudas se acrecentaron: para apoyar a un chelo se necesita un contrabajista verdaderamente bueno, máxime si tenemos en cuenta que Carter es uno de los mejores en la actualidad y que esa noche su instrumento iba a ser el chelo. Pero las dudas empezaron a disiparse rápidamente: era un cuarteto un tanto extraño que arrancó con una atmósfera a lo modern jazz quartet, apoyado por un público que parecía tener ganas de un jazz más efervescente y, sanguíneo; pero la cosa iba y venía a lo largo de temas sorprendentemente anómalos que funcionaban bien sin más. Carter comenzó con el chelo como si fuese una guitarra, y así sonaba de bien, con unos armónicos deliciosos; eso y el apoyo del bajista se destacaban como lo más interesante.Carter, como decía antes, necesita un bajista de gran calidad detrás suyo. Lamentablemente, a Leo Maleson no le dieron el suficiente volumen y apenas disfrutamos de unos pocos solos, sostenidos por Carter con el chelo, que fueron de lo mejor de la noche. Maleson tiene una gran digitación y un ritmo notable y su trabajo de retaguardia fue en todo momento excelente. Los otros dos jóvenes componentes del cuarteto estaban por debajo de ellos. El pianista -Ted Lo- comenzó sonando a lo Jarrett con empuje y brío, pero toda su actuación se redujo a no más de un metro de teclas (prácticamente, dos octavas). con lo que su trabajo resultó simple, estrecho, más bien plano, y todo él muy estudiado, hasta en un tema que finalizó tocando el arpa del piano con los dedos. El baterista -Wilby Fletcher- tiene una sola pierna, la izquierda, con la que sacó bastante partido al charlestón, porque la derecha (la del bombo) la escuchamos solamente tres veces a lo largo del concierto; con las manos acompañaba al grupo con esquemas excesivamente simétricos que recorrían de un.lado a otro los cuatro tambores; una cierta falta de convicción al golpear producía la impresión de que tocase con tenedores en lugar de palillos.

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La primera mitad del concierto estuvo salpicada de melodías muy varlopintas, como una de corte español o una bossa nova, junto a un tema como el tercero, bastante jazzístico, y donde se lució el bajo (o el que fue un solo de chelo casi todo él), y, por fin, en la se-unda, Carter volvió a sus orígenes y apareció -lo mejor de la noche- Someday my prince will come, que, tras un alarga exposición, fue seguido por All blues y ambos acabaron entremezclándose con un final que remató. admirablemente la gran belleza de toda su ejecución: la sombra de Miles Davies alumbraba lo mejor de este cuarteto, que ahí perdió su esquematismo para vibrar con una fuerza que encandiló a todos. Después, tras mucho insistir, volvieron al escenario en plan propina para tocar Three little words, muy ágil y muy convincente, con Carter y Maleson haciendo un gran dúo lleno de unísonos y con un formidable solo del primero.

Una sorpresa: tras dejar el último gran quinteto de Miles en favor de Dave Holland, en 1968, nos encontramos a un Carter lírico que regresaba anoche a él con temas del repertorio del gran trompetista. Una constatación: el público esperaba quizá una música más acorde con ese Carter que ha trabajado tanto en el jazz más cercano a Hancock, Shorter, Corea, Hubbard, etcétera, la gente de The Quintet. Si al Carter lírico, reposado y Davislano de los sesenta unimos el hecho de que, por lo ya explicado, la monotonía del piano y el baterista no animaban a un dúo de cuerdas de parecido timbre quizá se entienda que el público -que aplaudió con entusiasmo al final de cada pieza- no acabara de conectar durante cada ejecución. Fue una noche de dudas y encuentros.

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