La detonación
Pitita con el pelo corto -¿dónde habrá dejado el nido del cuco?-, Paloma Segrelles con turbante de plata, Tessa de Baviera escotada en rojo, Luis Escobar explicándome el rollo de Joy/Eslava (lo van a cerrar después de una inversión de trescientos millones a ojos vistas), Vilallonga tan Vilallonga como en la película que acabamos de ver, Beatriz de Moura comiendo paella en catalán, Luis Berlanga repartiendo las naranjas gananciales de su mujer, María Jesús, Olvido Alaska con minifalda blanca, toda esa gente, oh, sí, toda esa guapa gente, la guapa gente de derechas y la izquierda exquisita,- el militar Pitarch, que me manda versos y pronósticos, Antonio Casado, que me reprende, el beato Ripo con flores en la barba, Silva (de) Martín, Paco Rabal con la nariz partida, como una cabeza fenicia del mar de Murcia, Amparo Soler, Lola Salvador, Diego Galán, Antonio Mingote, con su cierta sonrisa triste de humorista forestal, María José Cantudo, mi querida Cantúa, que me pide otra vez el teléfono, como siempre (para no llamarme nunca), y de pronto, zas, la detonación, por decirlo como Buero.La detonación viene retumbando de periodista en periodista: Agustín Tena, Harguindey Casado. A Reagan acaban de pegarle un tiro en Washington. Otra vez, el sueño roto, los espejos ciegos, la música desnuda, el whisky como un ojo revuelto que nos mira. El romanticismo español comenzó con el suicidio de Larra y terminó con el de Ganivet. La galaxia McLuhan (conciencia de aldea planetaria) comienza con el propio McLuhan (que escribió sus famosas teorías sobre una mesa de pimpón), el asesinato de Kennedy y el telefilme/Oswald, que nos reúne ya, como aldea planetaria, en torno de la mesa camilla televisiva por donde luego van a pasar los cadáveres peatonales de Bob Kennedy y Lutero King, las pingaletas de Aldrin en la Luna y los coños de charol de Tejero.
La era McLuhan o edad de la Aldea Planetario/televisiva, comienza con un disparo y quizá ha terminado con otro: esa bala que los médicos han decidido conservar en el pulmón de Reagan. Muchos veteranos de la guerra española andan por ahí con una bala en un pulmón y un alijo entero de ducados en el otro.
La sociedad transparente americana no ha sido mucho más capaz que la española para explicar y explicarse la muerte de Kennedy/Carrero Blanco. La democracia, en el mundo, lleva muchos años con una bala en el pulmón. Veremos si puede aguantar tanto como nuestros veteranos. La democracia no está inscrita en los cromosomas. Es una creación cultural, como el erotismo, como la matemática, el arte, el suicidio: como todo lo que distingue al hombre del pelícano. Y cuando la democracia ha llegado a ser de alguna forma el Gobierno universal de la aldea planetaria (hasta las dictaduras de derecha/ Izquierda se reciben/reclaman de democráticas), el fondo verdadero de la especie, «la nostalgia del légamo», escupe sangre o fuego (o un simple «coño») contra la construcción racional, poderosa y frágil, de Lincoln y los griegos. Lo dijo Robert Graves y lo he repetido muchas veces:
-Dejemos aflorar todos los venenos que nos acechan en el fango.
Es una filosofía de caída del Imperio Romano. Ahora estamos en la lentísima caída -«ha tantos siglos que se viene abajo»- del imperio americano. Estampidos y «coños» traen, naturalmente, un endurecimiento de la ya endurecida y crispada democracia que gobierna la aldea planetaria del minucioso profesor de Toronto con corbata de nudo hecho. Reagan, con una bala en un pulmón, puede arrojarla todos los días sobre el mundo en forma de missil. Reagan sustituido por Bush/Haig (a los que ya había tenido que tirar de la manga con o sin estrellas) puede suponer el enconamiento del Cono Sur, la huida sin fin de García-Márquez y la pérdida de Cortázar en el anonimato de su Glenda, a la que todos queremos tanto. El golpe, en España -sostienen algunos- está psicológicamente dado. El golpe, en Washington, también. Dispare quien dispare, todo se resuelve en más derecha. Pitita, Paloma, Tessa, bailan en los espejos. Bailad, bailad, benditas.
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