Llega la emoción con los novilleros
ENVIADO ESPECIALLas emociones, la diversión, en definitiva, el buen espectáculo, han llegado con los novilleros. El festejo de ayer, interesantísimo de principio a fin, en nada se parecía a la carnavalada del domingo. Para empezar, las reses exhibían la casta agresiva que es propia del toro de lidia. Luego había en el ruedo unos espadas con voluntad de hacer el toreo, y entre ellos la sorpresa gratísima de un Pedrito Castillo, que en la versión al natural lo interpreta como los ángeles.
De tipo era muy cómoda la novillada, con tres ejemplares chicos, todos brochitos y dos gachos exagerados. Pero una cosa fue el tipo y otra los lechos, pues los seis productos de Manolo Gonzálei sacáron genio, y algtino, como el que abrió el lote de Pepe Luis, resultó francamente deslucido.
Plaza de Valencia
Segunda corrida fallera (lunes). Novillos de Manolo González, terciados, encastados. Pepe Luis Vázquez: aplausos y saludos, palmas y pitos. El Soro: oreja, vuelta protestada. Pedrito Castillo: oreja y dos vueltas, vuelta. Y un novillo de Diego Romero para Alvaro Domecq (vuelta).
A varios de ellos, pese a sus escasas carnes, hubo que pegarles en varas. En Valencia ha decidido el presidente, por sugerencia de los críticos locales, que todos los toros entren al caballo cuantas veces manda el reglamento, ocurra lo que ocurra. Esta es una sana medida que abortará los fraudes, pues obliga a servir el ganado con las condiciones físicas debidas, y de momento ya, sirve para que los diestros hayan de intervenir en quites. En la corrida del domingo, con unos borregos de Domecq que no tenían nada que picar, lo de «las tres varas» era, a pesar de todo, una pantomima, mas en la novillada la norma coincidía con la necesidad. Y aún así, astado hubo que llegó demasiado entero a la muleta.
Este fue el caso del primero, como decíamos, al que acabó cogiendo asco Pepe Luis. Al otro, que tenía nobleza, el sevillano le hizo una faena medida, pulcra y quintaesenciada, cuyo único reparo fue, precisamente, la frialdad académica con que instrumentó las suertes. El público valenciano no estaba para aquilatar la pureza de los cánones y agradeció en muy poco el repertorio de pases que Pepe Luis iba desgranando con depurada técnica.
Al público valenciano -a salvo esa afición entendida y justa que hay en esta tierra- le va mejor el alboroto de El Soro, un mozallón que es todo entusiasmo y entrega, tanto como tosco en el manejo de los engaños. Pone a la plaza en pie con sus saltos primitivos al clavar banderillas -que normalmente quedan prendidas donde caigan- y se la mete en un bolsillo cuando ejecuta el derechazo, el natural y el inevitable circular, despatarrado, trapacero y montaraz. La pasión que suscita este voluntarioso coletudo de Foyos estalla en las triunfales vueltas al ruedo, y sus incondicionales se tiran a la arena para ofrecerle gallinas, palomas y lechugas.
Ayer, sin embargo, le salió a El Soro un competidor de campanillas, tan entregado como él, mucho más torero, que siendo de Algeciras se ganó la valencianla honorífica a golpes de valor y de arte: Pedrito Castillo. Colocó vibrantes y muy auténticos pares de banderillas (que, por cierto, recuerdan a los de Miguelín) cuando se echaba la muleta a la izquierda, el cite medio de frente -como está escrito que sea-, ponía la plaza boca abajo. Pedrito Castillo, un novillero que empieza, dibujó el toreo de escuela, hondo y primoroso, en perfecta ligazón, y además lo ejecutaba con tanto arrimo como es hábito entre los de su categoría. Recién llegado a una fería de tronío, como es la fallera, sale de ella pidiendo guerra a todas las figuras del toreo. El camino que lleva a la fama ya lo ha empezado a andar.
Con un novillote de Diego Romero, Alvaro Domecq rejoneó con sobriedad y acierto. Fue el digno prólogo a la tarde novilleril de las emociones y el buen espectáculo.
Babelia
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