Tristeza
¿Volveré, después de tan largo desánimo, a escribir en este órgano de formación pública?, dejándome mover por esta tristeza que no acaba de quitárseme al cabo de los días: tristeza no ya por la fantochada que una pasada noche tuvimos ocasión, de padecer, sino por su posterior manejo de parte de los poderes, y sobre todo por la inerte obediencia de, al parecer, una gran masa de conciudadanos. ¿Podrán hoy algunos leer serenamente, tras los días de las vanas exaltaciones, unas pocas palabras de vergüenza pública y de desengaño?Porque al fin, aquello de esa noche, ¿a qué montaba? Aspavientos de títeres ilusos, señores míos, que les importaban mucho a ellos, en todo caso a cuatro gatos que, aunque la función durara sólo un día, podíamos vernos favorecidos por la atención de algún Idealista caldeado; pero ¿a lo público?, ¿a la cosa pública?, ¿a eso que llaman ustedes pueblo? ¿Qué le iba ni venía al pueblo en esos eructos de pesadilla trasnochada?
¡Señor de los Ejércitos!, pero ¿es posible que a estas alturas no sienta todavía la gente de esta bendita tierra cuál es el tipo de poder que está pesando sobre sus sufridos lomos?: ¿no reconoce en sus llagas de cada día las señales de esta máquina de dominio, actual y real, que los cultos titulamos tecnocracia?; ¿la condena a la carrera de precios y salarios que el nuevo capital necesita, para asentar en la inestabilidad peirpetua su permanencia y su manejo de masas distraídas en el anhelo de un futuro sempiterno?, ¿la destrucción de sus ciudades por la construcción planeada desde arriba?, ¿las áreas de desiertos en sus campos y los millones de horas de paro, ansioso, sin embargo, de trabajo?, ¿la invasión de autos, televisores y chismes que nadie pide, pero que hay que tragarse porque así lo necesitan no sólo las empresas, sino también los defensores de puestos de trabajo?, ¿el agobio de unos impuestos destinados al derroche de billones anuales en autopistas y en aparato de seguridad (¡una santa sería su madre!) y en otras atenciones por el estilo?, ¿el caos organizado desde arriba por las planificaciones burocráticas y cibernéticas?, ¿la progresiva idiotización de los consumidores, que debe acompañar necesariamente a la proliferación progresiva de sus masas?, ¿la condena a un ideal de progreso que ahogue todos los lamentos y nos ciegue para cualquier análisis de los sufrirnientos y mentiras cotidianos? ¿Tengo que dar más señas?, ¿no saben de verdad ustedes todavía, señores conciudadanos, lo que es ese tipo de dominio que padecen? ¿O es que no calculaban ustedes bien el peso enorme de esa máquina, para creer que semejante artilugio pudiera desmontarlo un espanto de los cuernos de don Friolera?
Pero vamos a ver, señores: que haya entre las filas del numeroso y democrático y progresivo oficialato del Ejército una media docena de cabezas estrelladas que no acaban de enterarse, y que se creen que este tipo de Estado es del que se toma a golpes, como en el... (¿iba yo a decir el 36?; ¡no, hombre no!, que aquello ya fue un fracaso por mitad y le costó a la dictadura tres años de guerra el establecerse), como en el veintitrés -digamos-, o como en Bolivia (¡con lo de prisa que va el progreso, Jesús mío! eso al fin y al cabo, ¿qué tiene de particular?; eso pasa hasta en las mejores tecnocracias. Y que surjan, de cuando en cuando, un par de idealistas duros y puros dispuestos a morir por la regeneración y por la idea (y a matar, claro, que para eso sirven las ideas), eso ¿a quién puede sorprenderle?; son amenidades de las que ni mucho menos se pi, ívan los más serios y progres de los Estados, y que cumplen dentro de ellos su función debida: la que en estos días justamente, señores míos, han cumplido y siguen cumpliendo entre nosotros. Y que las tristes jerarquías de la Iglesia y los no menos tristes prohombres americanos de esa ominosa Alianza Atlántica, de quieries se me dice que unos y otros guardaron una prudente reserva durante la noche del divertimento, ¿hasta ver qué pasaba?, que tampoco esos personajones se enteraran demasiado de qué iba, ¿qué más da?, si además, el breve lapsus de esa noche va a serles generosamente perdonado, para que continúen unos y otros sus tejemanejes con la democracia salvada y normalizada. Más aún: que esos pocos eentenares o millares de políticos que le han cogido gusto a lo de hacerse de representantes de la voluntad popular y que en justa penitencia se pasan los días, los pobres, con la cabeza llena de nombres, cifras y preocupaciones burocráticas que no pueden dejarles mucho vagar para pensar sobre las cosas que ellos tampoco acaben de discernir mucho entre las cuestiones reales y los, como dice el camarada, fenómenos superestructurales, eso también es comprensible: no va uno a pedirles a los políticos que entiendan lo que pasa: si no, no sé de qué iban a discutir en sus congresos.
Pero ¿ustedes, señores?, ¿ustedes, los que andan por acá abajo y no tienen grandes ideales ni grandes intereses en el aparato del capital y del Estado que les estorben para entender?, ¿cómo han podido ustedes, en tan gran número como cantan los órganos de conformación (que se han hecho pagar, como siempre, unas líneas de noticia útil con una balumba de retórica obnubiladora), cómo han podido ustedes en tan gran-número seguir seriamente tantos días los sustos y bambollas de pistolones de la España eterna y de líderes de la nueva España sus algaradas y sus bulos frenéticos y sus entusiasmos de allá arriba?
¡Habría sido tan hermoso que, al menos después,de unas horitas para cerciorarse de que no pasaba nada (porque, ¡quién sabe!: siempre podía pasar algo, ¿no?), hubieran ustedes dormido la consiguiente indignación de que un Estado serio (y que se lo hace pagar, ¡loados sean sus muertos!) permita que de propina se le impongan al público semejantes carnavaladas, pero la hubieran ustedes dormido. y se hubieran levantado despejados, con un digno olvido de los mequetrefes idealistas y de los que los aguantan y cultivan para honrarse en la comparación, y clue se hubieran ustedes ido a sus quehaceres, algo cabizbajos por la, vergüenza pública, ocultando honestamente la amargura de la afrenta, y que todas las comidillas, bullas y jaleos posteriores hubieran caído por las calles en un inmenso, en un espléndido silencio por parte de ustedes, señores míos! ¡Habría sido tan hermoso!
Pero no ha podido ser: han tenido que hacer ustedes lo que estaba mandado hacer: lo que estaba hecho.
¡Ay!, ¿no bastó con tener, durante toda una noche, que contemplar cómo un aparato que, pesando sobre ustedes como el de un Estado a la moderna y como Dios manda, les ofrece en compensación la promesa de seguridad (y que en efecto, a la menor les planta a ustedes dos metralletas en plena Gran Vía, a la esquina de cualquier banco que ha percibido la más leve sombra de amenaza) ese mismo no servía para guardar de una docena de cabecitas locas las puertas de la casa donde sus propios prohombres discutían sus asuntillos, y les proporcionaba, en cambio, a ustedes (en directo, ¡cómo les gusta!) un trozo de película mala de terror y de heroismo negro? No, no bastó -parece-; encima han tenido que aguantar durante semanas a los progres y enteraos sacando de los cajones de sus viejos fantasmas toda clase de noticiones secretos y de proclamas, y enalteciendo y engordando en importancia los nombres y las fuerzas y la inteligencia y la preparación de los figurones; y no sencillamente falsificando; porque -atentos, amigos- no se hace propaganda impunemente: lo que en aquella noche podía todo lo retrógrado del Ejército y la derecha tuvieron holgura de horas y ocasión para demostrarlo, y en esa noche ciertamente lo mostraron para quien quisiera verlo; pero eso no garantiza nada para el futuro: porque si ahora, a fuerza de atención, jaleo y exaltación de dichos figurones y sus complós, se llega a crear un clima, como dice la Prensa, de miedo de fantasmas, y de paso a los fantasmas mismos se les hace cobrar una conciencia de su poder y su seriedad («iCómo debíamos de ser de fuertes y de preparados, cuando los rojetes nos atienden y jalean tanto! »), entonces, amigos, cualquier cosa puede llegar a conseguirse, hasta dentro de'una situación tan poco propia para ello. El futuro, por desgracia y por fortuna, no está del todo escrito todavía.
Yno bastó con eso: encima han tenido también ustedes que soportar (y hasta, al parecer, intervenir en ello algún millón que otro de ustedes -¡qué lástima, senores míos!- con manifestaciones programadas desde arriba) toda una serie de actos de reconciliación y de profesión de fe y contento con las formas reales de poder que pesan sobre ustedes: ¡Democracia querida!: justamente en el momento que cundía ya entre las gentes el desánimo y el desengaño a tu respecto, cuando ya el contraste con el régimen del fallecido dictador iba perdiendo la fuerza para ilusionarnos contigo y hacértenos amable, he aquí que un rebullimiento de lagartos, en las sombras de los zarzales, el susto de haberte podido perder, oh dulce prenda nuestra, te nos haces de nuevo más amada que nunca, renace nuestra fe y nos rindes a tus pies incapaces de musitar la más leve queja que pueda empañar el brillo de tus ojos. ¡Ah vosotros, camaradas del fascio siempre jóvenes, ah vosotros, generalotes de los ideales regenerativos, no sabéis vosotros qué buenos servicios les prestáis a los regímenes normales y corruptos, a las santas democracias!; servicios ciertamente que ellas os pagan a vosotros con el homenaje de engordaros con su miedo y reportajes y levantar vuestras cabezas hasta las nubes.
Y no ha bastado todavía: tendrá todavía la buena gente y señores míos que seguir recibiendo noticiones y soflarnas a todo pasto, seguir aprendiendo los nombres y distintivos de todos los dragones del terror oculto, que no se dejará que la tierra piadosa se los trague, y también los de los repúblicos y padres de la Patria que les salgan al encue ntro a los dragones; tendrán que aguantar, después de los negros titulares de los diarios y las invasiones de las ondas, las revistas de colores con las nuevas personales y sensacionales sobre los héroes de la
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Tristeza
Viene de página 9 pantomima; y luego los libros por docenas que expliquen lo que se tramaba, lo que se sigue tramando, lo que pasó, lo que podía haber pasado, lo que estuvo a punto de pasar, y las causas y las fuerzas y (¡siempre nombres propios!) las personas escondidas que movieron o moverían los hilos del tinglado; y ¡cuántos peliculones no les esperan a ustedes, señores míos, que, inspirados por tan frescos y notables acontecimientos, devuelvan a las sombras de las pantallas aquello que ya en la realidad estuvo inspirado por las sombras y gestos de los peliculones!
¿Para cuándo, entonces, el poder intentar modestamente seguir haciendo algo útil por acá abajo? ¿Cuándo se va a poder seguir desvirtuando, a fuerza de sentimiento y razonamiento y de constancia, alguna idea dominante que otra, alguna de las mentiras que sostienen el apoderamiento de las gentes?; ¿cómo se va a seguir sembrando la viva flor de la duda en los corazones de los hijos de los jefes y ejecutivos, que los desanime de ocupar los destinos de sus padres?, ¿cómo jugar con músicas y palabras y teatros que resquebrajen los moldes de la cultura y del poder que la organiza a su servicio?; ¿cómo seguir las pobres gentes de acá abajo desengañándose de la! ilusiones que las atan, y liberándose acaso así los alientos de su protesta?, ¿cómo hacer ni decir nada interesante para el común de los mortales, si a cada dos por tres cualquier susurro de ánimas de difuntos va a hacer que toda nuestra bendita clase ilustrada y sus trompetas de la fama se pongan a clamar y dictaminar y aturullarnos con distracciones más nefastas todavía que la esperanza en las quinielas y las maquinitas de galaxias y naves espaciales?
En fin, por si hay por debajo de los que hablan en las prensas y las ondas, y por debajo de los que los escuchan y obedecen a sus sustos y entusiasmos, algunos, muchos también tal vez, que no acaban de tragárselo, que florecen todavía en santo escepticismo popular, que vuelven las espaldas cargadas de tristeza a las gestas y clamores de sus clases ilustradas y entorchadas, que siguen sintiendo algo más de lo que les hacen sentir desde arriba, por si algunas de estas palabras aciertan a ser eco de voces que venían de allá abajo todavía, por si acaso.
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