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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El juego de la fuerza

LAS MANIOBRAS militares del Pacto de Varsovia que comienzan dentro de unos días en el territorio centroeuropeo son habituales y programadas con regularidad de tiempo; pero eso no impide la importancia de su repercusión en Polonia en un momento en que la situación interna se recrudece. Nadie olvida que las fuerzas conjuntas del Pacto de Varsovia sólo han tenido que actuar realmente con sus armas y con su enorme capacidad de presión política en las sublevaciones de Hungría y Checoslovaquia, y nadie olvida tampoco que la capacidad militar del Pacto es la de una sola gran potencia; la URSS. A pesar de que hay una nueva deteriorización en las relaciones entre los sindicatos polacos y el Gobierno de JaruzeIski, que no ha conseguido hacer respetar la tregua de tres meses que había obtenido de los trabajadores, no se debe pensar que las maniobras van a ser en realidad una invasión. Pero sí que la presencia de blindados, aviones e infantes soviéticos en los campos de Polonia son una muestra de algo que ha pasado, de algo que puede volver a pasar.Sobre todo, en una etapa histórica en la que vuelve a dominar la psicología de la fuerza y la dureza. Moscú puede creer que « tiene permiso» para penetrar en Polonia si Reagan cree que puede enviar asesores especiales militares a cualquier otro país para intervenir en la lucha contra la guerrilla.

En cualquier caso, una intervención soviética en cualquier país no puede despertar más juicio moral que el repudio, el rechazo y la protesta. Y una sensación de riesgo acrecentado cuando la intervención puede ser mutua, después de la promesa americana de ayuda a la guerrilla en el caso de Afganistán. El asalto soviético al pequeño país fronterizo con el pretexto de la ayuda a un Gobierno que fue instalado después de la entrada de esas tropas extranjeras fue seguido de una condena unánime; hay indicios de que Reagan piensa ahora que esa condena se puede materializar con el envío de armas y ayuda a los guerrilleros afganos que luchan frente a estos invasores soviéticos. La protesta soviética de que esa intervención podría «retrasar una solución negociada» es todo un ejemplo de cinismo y carece de sentido, puesto que la entrada en masa de sus tropas ha cumplido catorce meses, sin que se advierta ninguna señal de retirada. De todos los países del mundo, la URSS es el menos indicado para reprochar a nadie una «injerencia en los asuntos internos de cualquier nación». El problema actual es que se pueden enfrentar directamente armas y milicias de los dos países en una zona realmente peligrosa, con Irán y Pakistán en una permanente efervescencia. Es lo que en política internacional se ha llamado siempre «un avispero».

Junto a esta rudeza creciente de las situaciones está el «diálogo invisible» entre Washington y Moscú a raíz de la última oferta de Breznev en el 26º Congreso del PCUS. Hay probablemente conversaciones y prenegociaciones. Pero todo parece indicar que Reagan no va a dar una respuesta positiva hasta que haya asegurado primero los puntos gaseosos que hay en el mundo y dado la impresión de la también clásica frase de «negociar desde una posición de fuerza». Hasta dónde la fuerza debe extenderse es la pregunta que los débiles o los menos fuertes se están haciendo ahora.

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