El esperpento
Somos esperpénticos y queremos ser democráticos. Eso es todo. Lo de la otra noche ha sido el último esperpento que se improvisa, por ahora, en la historia natural de España. Digo historia natural porque parece que Historia propiamente dicha no tenemos.Un guardia con una pistola en la mano, secuestrando la diputación múltiple y pensante, civil y gobernante, de las Cortes, es historia natural. La historia natural agrediendo una vez más a la Historia, borrándola. Quevedo, Cervantes, Valle-Inclán, Solana, Goya, Valdés Leal hicieron esperpento, dejaron que el esperpentismo nacional cuajase en ellos. Llevaba yo en el bolsillo la invitación de Summers para el preestreno de sus Angeles gordos, cuando la radio del taxi me puso tenso, en posición informativa, periodística. Summers encarna una de las últimas herencias -a veces amable, a veces cruel- del esperpento. En la farmacia, en las porterías, en la calle, al personal esto le parece cosa de locos. Seguramente es cosa de cuerdos que saben engatillar/ engatusar a los locos. Hemos montado otro esperpento para el mundo. O un auto de fe calderoniano, ahora que estamos en el centenario de Calderón. Fe fanática en la violencia, en la autoridad, en la pistola. Lo he escrito alguna vez, y precisamente en la revista Tribuna Policial: «Es muy difícil ser demócrata con una pistola en el bolsillo». Por eso, para mí, el hombre profesionalmente armado que se comporta en demócrata asciende a la angeología de dandy.
En Argüelles, durante las primeras horas del golpe, se trapicheaban pipas (pistolas). Unos querían la pipa para defender la democracia y otros para suicidarla. Otros, sencillamente, para defenderse a sí mismos. Pero todos oficiaban en la cólera del español en pie, en el fanatismo de la pistola. Fernando Fernán-Gómez me lo dice, a propósito del centenario calderoniano:
-Aquel señor era insoportable. Aparte El alcalde. Decía cosas hueras con muchas palabras.
Completamente de acuerdo con el gran hombre de teatro. Machado ponía a Calderón como ejemplo de barroquismo inútil. De barroquismo malo, diría yo (hay otra vena de barroquismo bueno y nuestro). Lo del oro cano, por la plata, es fácil y ocioso. Los autos de fe puede que sean esperpentos a lo divino. En el gran teatro de las Cortes también se representan de vez en cuando esperpentos a lo divino o a lo bizarro. Unas veces con pistola y otras sin ella. Quedamos en que de lo que hay que salir ya de una vez no es de la dictadura ni de la oligarquía ni de la transición, sino del esperpento. Antonio Garrigues-Walker lo ha dicho -qué noche la de aquel día- ya por la mañana:
-Espero que de este episodio salga una democracia consolidada y fuerte, dando por terminada la transición.
La transición ha sido una larga duda entre la democracia y el esperpento. Cuando la democracia llegaba a su ápice, con la investidura legítimamente escarpada de Calvo-Sotelo, también el esperpento -siniestra simetría- ha llegado a su ápice, y hasta se ha escapado, del mazorral de palabras de los golpistas, el taco de los esperpentos de Lauro Olmo:
-iQuieto, coño!
Se lo decían a Adolfo Suárez.
Ese coño nacional, tan nuestro, tan conversacional, es quizá en lo único que coinciden la izquierda y la derecha, la democracia y el golpismo, la historia natural y la Historia. Aquí se lleva al personal de calle el que primero acierta a decir coño a tiempo con autoridad y gracia. Cela acertó en su literatura esperpentista. Los golpistas parece que no han acertado.
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