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Estados Unidos incrementa su ayuda militar al Gobierno de El Salvador

La entrada en El Salvador de una gran cantidad de armas procedentes de Cuba y otros países socialistas con destino a las organizaciones guerrilleras ha sido la razón que ha movido a Estados Unidos a reanudar la ayuda militar al Gobierno salvadoreño, según una declaración distribuida por el Departamento de Estado en la que se afirma que el presidente Carter ha ordenado el incremento de cinco a diez millones de dólares de la ayuda militar a la Junta.

El presidente, José Napoleón Duarte, había negado días atrás que la Junta hubiera solicitado apoyo militar norteamericano para hacer frente a la insurrección. Según sus palabras, la ayuda en cuestión no era otra que el préstamo de cinco millones de dólares concedido el año pasado para la compra de equipos de radio y vehículos de transporte, que la Administración Carter nunca llegó a entregar.El comunicado del Departamento de Estado contradice parcialmente esta versión al especificar que los préstamos incluyen «armas y municiones requeridas urgentemente por el Gobierno salvadoreño» para reemplazar sus pérdidas y equilibrar la potencia de fuego de las organizaciones guerrilleras.

La ayuda militar estadounidense comprende también la entrega de cinco helicópteros de transporte de tipo medio, que pueden resultar vitales para un Ejército que controla las grandes poblaciones pero se mueve con dificultad en extensas zonas rurales del país, por el hostigamiento de la guerrilla.

La pretendida superioridad del poder de fuego del Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FMNL) que se deja entrever en el comunicado es algo que hasta ahora no se ha demostrado -más bien sucede lo contrario- y, desde luego, las propias autoridades salvadoreñas se niegan a reconocerla. Las expediciones periodísticas que durante una semana han recorrido el país en todas las direcciones han podido constatar que el Ejército dispone de un armamento mucho más sofisticado -tanquetas, helicópteros, aviones de reconocimiento y cañones de grueso calibre- que el utilizado hasta ahora por la guerrilla -morteros y lanzagranadas-.

Este desequilibrio se ha puesto en evidencia en casi todos los combates abiertos, sobre todo durante los tres primeros días de la insurrección. Tal vez por ese motivo la guerrilla prefirió luego replegarse a las zonas rurales y hostigar desde ellas al Ejército.

La última batalla de cierta envergadura tuvo lugar la tarde del sábado en el departamento de Santa Ana, en tomo al cerro Peñas Blancas. Un campesino que vive en la zona dijo a los periodistas que en la madrugada había visto pasar varias columnas de soldados a las que precedía una chica joven, probablemente una guerrillera detenida en Santa Ana. El Ejército se limitó a rodear el campamento y bombardearlo con morteros.

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En el campamento fueron recogidos 97 cadáveres, en tanto que el Ejército sólo reconocía la pérdida de un soldado y seis heridos. Algunos periodistas fueron testigos, el domingo, de cómo eran incinerados los cadáveres con gasolina en una fosa común. El campesino dijo también que al término de la batalla, en el descenso hacia Santa Ana, escuchó los gritos de una mujer que imploraba que no la matasen. Poco después oyó un tiro.

Guerra sin prisioneros

Esta guerra es así: caer en manos del enemigo significa la muerte segura por uno y otro bando. Tanto el Ejército como la guerrilla necesitan todos sus efectivos para la lucha y no pueden distraer hombres en la vigilancia de los prisioneros.

La crueldad de esta guerra ha sido puesta de manifiesto por el arzobispo de San Salvador, Arturo Rivera, quien en su homilía del domingo llegó a la conclusión de que, desde un punto de vista moral, la Iglesia no podía apoyar la ofensiva guerrillera. Según el arzobispo, que se había mantenido en silencio desde el martes, deben darse cuatro condiciones para que una guerra de esta naturaleza pueda considerarse justa: que haya abuso grave del poder político, que lo hay; que se hayan agotado todos los medios pacíficos, cosa que los dirigentes de izquierda no han hecho; que los males que va a traer la nueva situación no sean mayores que los actuales, lo cual no está claro para el pueblo salvadoreño, y que existan posibilidades reales de éxito, algo que tampoco se ha visto hasta ahora.

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