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Tierno sabe, pero toca madera

Estábamos cuarenta, ni uno más ni uno menos, rodeando al ilustre presentador. Y él nos miraba fijamente a todos, como casi animado a preguntamos con palabras de Alceo: «¿Qué pájaros son éstos de un país del confín del océano, / que vienen como gansos de largo cuello y amplias alas?». Pero se contentó con llorar sobre la copa de lo obvio: «Están ustedes lejos para que sea posible la convivencia». Así. Con benévolo ánimo, moviendo lentamente la mano derecha, paladeando la infrecuencia de su nueva función. Y todos entramos jovialmente en el exilio.Desde el muro central de la sala, exclamaba Mafalda: «Siempre es tarde cuando la dicha es mala». Pero Tierno prodiga dicha buena, de modo sobrio y puntual. Nada se le escapa, salvo lo equívoco. ¿Habla de Madrid o habla de una novela? El nos ha amaestrado desde antaño: «Preguntando se piensa». Se piensa, pues, en Madrid. Porque Tierno analiza La tríbada falsaria con sorprendentes datos: «No tiene apoyatura de espacio no apoyatura de tiempo».

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Y, a su vez, se pregunta: «Pero, entonces, ¿en qué se sostiene?». Y, a su vez, se responde: «Fundamentalmente, en el lenguaje. No digo en el idioma. Porque, siendo señores del lenguaje, somos señores de la realidad». Y, de paso, nos cuenta el araumento: «El narrador es abandonado por una mujer que se vincula a otra por relaciones que normalmente se califican de lesbianismo». Lo cuenta de un tirón. Porque es de suyo contradictorio el engaño, pero reviste particular mezquindad si es «para dar vinculación no masculina-femenina, sino femenina-femenina». ¿Seguirá hablando de Madrid?

En cualquier caso, tiene Tierno la habilidad de no expulsar el aire de lo fricativo. Y habla de personajes novelescos como de ciudadanos madrileños: «En las últimas novelitas que he leído, lo curioso es que no hay deudores, sino sólo acreedores». Dado que Barrionuevo no se hallaba presente, todos sonreímos sin rubor. La sonrisa se convirtió en franca carcajada cuando el alcalde se dispuso a elogiar el lenguaje de Espinosa: «Aunque no se entienda, uno tiene conciencia de que estamos leyendo excelso castellano».

Espinosa, llegado su tUrno, se sorprendió en voz alta de que un hombre entregado a la política siga intersándose por el saber. Tierno, ostensiblemente, empezó a tocar madera. Pero la mano derecha se le paralizó cuando tuvo que escuchar: «Su clase de saber ya no es de profesor. Su saber es intransitivo. Es el sabio. Sólo podemos decir que don Enrique sabe».

El bien lo sabe. Uno, incluso, podía sospecharlo. ¿Pero acaso se piensa respondiendo? O, lo que es más grave, ¿no es saber que se sabe el crimen primordial del saber? Por fortuna, Tierno sigue interesándose por la política, por la madera y por lo infrecuente.

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