La guerrilla hostiga al Ejército a 60 kilómetros de San Salvador
El toque de queda, desde las siete de la tarde, aún de día, hasta las cinco de la madrugada, aún de noche, es casi la única huella de la guerra en la capital, San Salvador. Hace un mes era rara la noche que no estaba cruzada de disparos. Desde que empezó la ofensiva general de la guerrilla, hace cinco días, apenas si se ha oído un tiro. Vista desde la capital salvadoreña, la guerra parece casi una invención.
ENVIADO ESPECIALHay que salir hacia el interior del país para comprobar si los tiroteos, las bombas y los nuertos son o no una fantasía periodística. Es jueves 15 de enero. Dicen que en Zacatecoluca hay combates entre la guerrilla y el Ejército.
Desde San Salvador hasta Zacatecoluca hay 57 kilómetros de carretera estrecha y sinuosa. Un sube y baja continuo, curvas a uno y otro lado, en medio de un paisaje montañoso y siempre verde. A la salida de la capital se ven fábricas cerradas y algunos, todavía no muchos, comercios con las persianas bajadas. «Parece que la huelga va para arriba», comenta uno de los tres periodistas que viajamos al frente.
A dos kilómetros escasos de Zacatecoluca, el esqueleto de tres camiones trailer humea aún en la cuneta izquierda. Unos metros antes, todavía se aprecian las huellas de una zanja, ya cubierta, que ayer cortaba en dos la carretera. Por el lado derecho, una veintena de operarios de ANTEL, empresa nacional de comunicaciones, tratan de recomponer los cables del teléfono y el telégrafo. «Fueron cortados con un machete. Desde hace tres días hemos tenido que poner hilos nuevos en muchos lugares».
"Hay un hombre muerto"
Uno de los muchachos más jóvenes comenta: «Ahí delante hay un hombre muerto». El camino es angosto, con el piso de tierra. Apenas a veinte metros, en una zanja bastante profunda que corre paralela a la pista, hay un cadáver de bruces contra el suelo, descalzos los pies, las manos atadas a la espalda por un alambre que une los pulgares, con el cuerpo encogido como si hubiera estado de rodillas cuando le dispararon por la espalda; junto a la cabeza, en la tierra, una gran mancha de sangre. Era un hombre de unos cincuenta años, seguramente un campesino. «Así los deja la Guardia», dice eljoven. «Debió ser en represalia por el ataque de los muchachos». Los guerrilleros son «los subversivos» en boca del Gobierno y «los muchachos» para sus simpatizantes.En Zacatecoluca -unos 35.000 habitantes-, las calles están más desiertas que de costumbre. A la derecha de la plaza, ante el cuartel de la Guardia Nacional, la calle ha sido cortada y varios hombres uniformados arman sus fusiles sobre un parapeto.
El coche, con un gran cartel que dice «Prensa internacional» y que nunca se sabe si es un escudo o un blanco, se para en seco. Pac, pac dos tiros suenan por encima del cuartel, en la zona de la estación del ferrocarril, justo allá donde el pueblo se convierte en vegetación Salvador Lara, 45 años, veintisiete de ellos en la Guardia Nacional, es el segundo jefe del puesto Tiene cuarenta hombres a sus órdenes. El sonido de los disparos pac, pac, pac, uno a uno, apenas a cuatro manzanas del cuartel, no altera para nada su hablar monótono.
Esto ha estado tranquilo desde ayer, pero hace un rato volvieron a disparar». Admite que todos los días hay cruce de disparos a algun hora. Según él, «los subversivos intentaron tomar la ciudad el sábado, atacando por diverso puntos, pero sólo lograron ocupar el hospital de Santa Teresa, donde estuvieron unas dieciocho horas». Con gesto cansado -admite que lleva dos días sin dormir- cuenta que ellos no tuvieron ninguna baja en el asalto y que mataron al menos a cincuenta subversivos. «La mitad de ellos iba uniformada de verde olivo, igualito que nosotros, y la otra mitad de civil. Aparecieron por ahí, por la barranca, bien cerca de aquí».
En la penumbra de su despacho -hace calor en este invierno tropical salvadoreño-, un fusil G-3 se apoya en la pared. Varios cartuchos adornan su mesa. El inspector asegura que la guerrilla ha lanzado un ataque con todo, pero que no ha podido alcanzar su objetivo. Hace un gesto de alivio cuando señala: «Por lo menos, ahora se enfrentan abiertamente».
Al preguntarle por qué el Ejército no contraataca y se limita a contestar el fuego de la guerrilla desde su propia trinchera, explica que los alrededores del pueblo «están infestados de subversivos». Se le ve satisfecho cuando dice que la misión de la Guardia termina en los límites del pueblo y que más allá es ya cuestión del Ejército. El sonido de los disparos se ha callado por unos minutos. Ahora se escucha el ronroneo de un avión. Ahí está el DC-3 de reconocimiento. Se le ve pasar despacio por el hueco que abrió en la pared del cuartel un proyectil de mortero. «Tienen morteros y bazookas y fusiles G-3, Galil y Fal. No, no tienen canones».
Pac, pac, pac, vuelven a sonar los disparos. Siempre al término del pueblo, entre las últimas casas y la vegetación. Salvador Lara está seguro de ganar, aunque en las últimas horas le han dado bastante guerra y sabe que en Zacatecoluca hay mucho tiroteo y que la carretera de la costa está cortada con zanjas y camiones en llamas. A la salida del cuartel, un civil dice que el domingo los muchachos aparecían muertos por las calles. «Los cargaron en un camión y los llevaron a una fosa común, fuera del pueblo».
En el regreso hacia San Salvador todo vuelve a ser casi normal. A un lado de la carretera, una gran valla azul, con las siglas de Agroman, pide disculpas por las molestias que causa con las obras de la autopista al aeropuerto. Desde hace casi un año nadie trabaja ya en esta autopista inacabada. a la que se entra por una pista de tierra blanca y que permite acelerar el regreso a la capital. En San Salvador tan sólo la huelga general parece ganar seguidores muy poco a poco. La guerra está aún lejos, a sesenta kilómetros, casi en otro país. Aunque más allá de los cerros hayan muerto al menos mil personas en cinco días.
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