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La cuestión agraria polaca inquietó siempre a los soviéticos

«Un polaco es siempre un polaco». Desde los tiempos de Lenin, los soviéticos han repetido millones de veces esta frase: «Ratspoliak, vsiegda poliak», cuando sus camaradas polacos les han deparado alguna sorpresa desagradable. Aún en vida de Lenin dos factores característicos de la sociedad polaca inquietaban ya a sus vecinos orientales: su naconalismo y la «cuestión agraria». A raíz de la primera reforma agraria en este país, al final de la segunda guerra mundial, seis millones de hectáreas fueron repartidas entre los campesinos. Hoy, el 75,6% de la tierra pertenece a propietarios privados, y el resto se distribuye entre explotaciones estatales -poco rentables, se dice- y cooperativas.Según el decreto para la reforma agraria de 1944, los propietarios privados podrían acumular cada uno hasta cien hectáreas en las provincias occidentales y cincuenta en el centro y este del país. Gabriel Janowski, catedrático de la facultad de Ingenieros Agrónomos y líder de Solidaridad del Campo, comentó a EL PAÍS que, de todas formas, aquel decreto no se ha cumplido, y de hecho la media de acumulación de tierras en manos privadas oscila entre diez y veinte hectáreas. Un objetivo futuro de Solidaridad del Campo, pendiente aún de legalizar, será el de exigir que se cumpla el decreto de la reforma y se permita una mayor propiedad privada efectiva por el agricultor individual. Josef Lipski, miembro del Presidium y secretario del Partido Agrario, segunda fuerza parlamentaria, con 480.000 afiliados, explica a este diario que «eso es una utopía, porque en Polonia no hay tanta tierra para satisfacer esta hipotética demanda».

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El problema se plantea en estos términos. La mayor dificultad del momento es la provisión de alimentos a la población. La escasez y los precios han puesto en marcha en Polonia durante los últimos años una larga serie de acciones de protesta. Lejos de aumentar la producción, en 1980 ha disminuido un 11%. Las autoridades se vieron obligadas a realizar importaciones masivas de alimentos, sobre todo de países occidentales.

Los agricultores propietarios desean ahora agruparse para exigir una mayor dotación de maquinarias y abonos, y para reclamar una participación en la fijación de precios en el mercado. Algunos, como Gabriel Janowski, pretenden un régimen de autogestión pleno para los propietarios, también en cuanto a la fijación de los precios de los productos. «De todas formas, somos imprescindibles », dice en tono de advertencia.

Solidaridad del Campo, cuya legalización ha aplazado el Tribunal Supremo por no ver en ella carácter sindical, cuenta, sin embargo, con unos estatutos cuyo texto se ha colocado, «para general conocimiento», en un tablón de anuncios de la facultad de Ingenieros Agrónomos.

En el bar se reúnen periódicamente la directiva provisional, integrada por propietarios. Janowski nos dice que el sentido de la propiedad privada de la tierra está firmemente enraizado en el polaco, y que, por ello, al constituirse Solidaridad del Campe como «sindicato profesional» se ha preferido no dar paso a los trabajadores agrícolas a sueldo.

En 1978 y 1979 se intentó ya crear esta asociación, pero «aún no había ambiente para ello». En septiembre surgieron tres grupos de intereses. Uno, independiente; otro, en las regiones de Zienu Dobraynski y Kujaroskiej, y un tercero se aglutinó bajo la denominación Asociación Autogestionaria de Productores.

Los campesinos a sueldo también han formado su sindicato -Solidaridad Campesina-, que también ha solicitado su reconocimiento oficial. Los propietarios parten, para justificar sus reclamaciones, de que mientras el 80% de los productos del campo que se consumen en el país provienen de fincas privadas, éstas sólo reciben la cuarta parte del presupuesto de promoción agraria. De ahí que un objetivo primordial suyo sea ahora el de la «autodefensa contra los mecanismos de la Administración del Estado.

Dos Solidaridades

¿Qué podría ocurrir el día de mañana si Solidaridad del Campo contase con la facultad de fijar los precios en el mercado? ¿Cómo reaccionarían los militantes de la Solidarnosc (Solidaridad) de Walesa, en cuanto consumidores, si encuentran los precios desproporcionados a sus salarios? Ambas Solidaridades tienen contactos, pero la delimitación entre ellas es clara: sólo en la segunda militan trabajadores por cuenta ajena, incluidos muchos asalariados que antes figuraban en los sindicatos oficiales y en el POUP (partido comunista polaco). Para lipski, «no cabe imaginar una lucha de clases en el agro polaco», porque en realidad se trata de una «díferencia de categorías». Los propietarios se beneficiarán de una compensación proPorcional al alza de los costes de producción. Para él no tiene sentido crear Solidaridad del Campo. Más bien habría que concentrarse en renovar -odnowa- los círculos agrarios y los consejos obreros ya existentes. «Somos de la opinión», dice, «de que los agricultores cuenten con algo parecido a los sindicatos, verdaderas asociaciones para la defensa de sus intereses».

Para Lipski, «en el pasado se han cometido grandes errores»; el primero de todos, el repetido intento de proceder a nacionalizaciones y el abandono sistemático del sector agrario por un interés desmedido de fomentar la industria. Ahora resulta que faltan tractores, abonos, productos e infraestructura. Estas «faltas terribles» desanimaron a los agricultores militantes del Partido Agrario y han «abonado el terreno» a los descontentos que ahora pretenden asociarse al margen. De 35.000 pueblos que hay en Polonia hay círculos oficiales en 24.000. Sólo en setecientos, dice Lipski, no se ha aceptado la propuesta de renovación de estos círculos de campesinos. Precisamente en los pueblos en los que se habían cometido antes los mayores errores.

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