Un republicano reflexiona sobre el "Guernica"
En pleno desarrollo de nuestra infausta guerra española (9-1937) fui designado por el Gobierno de la República como el miembro más joven de una delegación científica que lo representase en varios congresos a celebrarse en París, coincidiendo con la exposición universal. Uno de esos congresos consistió en inaugurar el Palais, de la Découverte, museo científico original que todavía sigue instalado en el Grand Palais y en cuya organización había intervenido predominantemente el matrimonio Joliot-Curie, Federico e Irene, que estrenaban Premio Nobel por la radiactividad artificial. La brillantísima personalidad de Joliot no sólo se desvivía en cooordinar los últimos detalles de museo tan original, sino que atendía en forma preferente a la delegación española. Mi asombro juvenil, no exento de orgullo nacional por las deferencias a la ciencia española -¡atención a los ministros que declaran no haber existido ciencia española!-, crecía al contemplar el respeto con que los científicos de todo el mundo iban saludando al físico don Blas Cabrera, codescubridor del magnetón y antiguo rector de la Universidad de Madrid, al químico inorgánico don Enrique Moles, de quien se esperaban las últimas cifras todos los años para publicar las tablas internacionales de pesos atómicos; al químico orgánico don Antonio Madinaveitia, mi maestro, o al biólogo don Antonio Zulueta, precursor de la genética y miembro distinguido de la valiosa escuela bolivariana -de don Ignacio- del abandonado Museo de Ciencias Naturales.El pabellón de España
En ese ambiente tan saturado de ciencia internacional, una tarde me escapé de los congresos, solo, para ir a visitar la exposición en los jardines del Trocadero, nombre despectivo para España porque ensalza aquella menguada batallita en que la ultraderecha francesa, poderosamente armada e invasora de la Península, acosó a los civiles liberales doceañistas en el Trocadero de Cádiz. En la avenida central de la exposición destacaban las moles de dos edificios rematados con símbolos antagónicos: la picardía francesa, en el verano del 37, había colocado la hoz y el martillo frente a la cruz gamada, a la misma altura, máxima en ambos casos para toda la exposición.... con la salvedad de la propia torre Eiffel, que contemplaba irónica el enfrentamiento desde más arriba. Creí que ahí estaba el núcleo de la exposición, el atractivo mayor. Pero cuál no sería mi sorpresa al ver un río de gente que se desviaba de la avenida central hacia el apartado rincón donde se hallaba un modesto pabellón.... el pabellón de España.... el pabellón de la República española.
Y es que allí estaba le tout Paris, la reunión internacional más densa del arte, de la sensibilidad, de la razón, del pensamiento .... la intelectualidad del mundo entero que toda se volcaba en simpatía hacia el pueblo español, hacia la República. Aquel sencillo pabelln que había sido construido por el genial arquitecto catalán José Luis Sert, después profesor en la Universidad de Harvard y constructor de, original es edificios en la ciudad de Boston, donde hoy reside; aquel pabellón que tenia como atractivo para el río multitudinario de visitantes la fuente de mercurio de Almadén para platear con esa plata líquida española (hidrargirum = mercurio) las monedas de oscuro cobre de todos los culos del mundo, en aquella palangana exclusiva donde caían continuamente los chorros de plata líquida, en artísticas figuraciones, porque lo había diseñado todo Alexander Calder, el artista norteamericano residente en París que había inventado los mobiles, haciendo del alambre un objeto de arte y que ahora convertía una cascada de mercurio en otro objeto de arte; aquel pabellón que tenía una pared entera con la poesía primigenia de Paul Eluard en homenaje a la epopeya del pueblo español; aquel pabellón que tenía como decoración de fondo... el Guernica, de Picasso.
Allí se desfloró la genial creación del pintor malagueño, que se formó en Barcelona y conquistó el mundo desde París; allí se desgarraron los velos virginales de novia pura del arte universal, lo que ha sido denominado el capolavoro de la pintura -o, quizá, del arte completo- del siglo XX. Allí me contaron -yo no tuve la suerte de presenciarlo- que, reunida en aquel lugar tan sencillo como emotivo toda la mejor gente de sensibilidad y de razón del mundo, se hizo la pantomima simbólica, ¿surrealista?, de armar caballero del mercurio a Calder. Según me lo dijeron -realidad o fantasía, es lo mismo, la emoción del corazón y¿ lo ha grabado en forma permanente- el maestro de ceremonias, nada menos que el pintor francés Femando Léger, poniendo en los hombros una espada medieval -¿trasunto de la tizona o remedo de las armas de don Alonso el Bueno, en la venta?- a un Calder arrodillado, le dijo: «A tí, que ya eras el amo del alambre, yo te armo caballero del mercurio y velarás tus armas ante el altar de la Mater Dolorosa, Nuestra Señora de Guernica».
Era la mayor concentración universal de sensibilidad y de pasión en homenaje al altar mayor que representaba el grito desgarrado de la humanidad contra la barbarie moderna, el alarido de protesta contra los nuevos bárbaros del siglo XX.
Porque era también la mayor concentración de ciencia y técnica modernas, en la lengua predilecta de la ciencia y de la técnica de nuestro siglo, la que había puesto a las órdenes del general Galland la mayor capacidad destructora, mensajera dramática de muerte y aniquilación, contra lo que Picasso clamaba en blanco y negro. Destrucción y horror contra el corazón de ese maravilloso pueblo vasco, tan importante en la creación de Castilla y de España, ese pueblo que acababa de recibir su. primer Estatuto de Autonomía de manos .de la República agredida y se batía con su habitual valentía -de león español por defender no sólo Bilbao, sino toda la legitimidad republicana de que ellos formaban parte.
El espíritu de Picasso
Por si alguie,n duda de cuál era el espíritu de Picasso en relación con la legitimidad republicana, quiero referir lo que ocurrió en 1946 en París, al fundarse la Unesco. Como España, entonces, había sido condenada a no formar parte de las Naciones Unidas, se quiso hacer un reconocimiento universal a la cultura española recibiendo oficiosamente en la asamblea fundacional de la Unesco a una delegación del Gobierno republicano en el exilio. Al entrar en el salón, la ovación fue grande, pero el presidente de la asamblea, que era el culto escritor mexicano Alfonso Reyes -¡como siempre, tenía que ser México!-, interrumpió la entrada triunfal de los republicanos españoles para anunciar con sus ojillos picarescos: «Perdone la asamblea por haber olvidado decirles que, entre los miembros de la delegación republicana española figura el pintor Picasso».
Por gestiones del embajador republicano en Estados Unidos, don Fernando de los Ríos, de acuerdo con Picasso, el capolavoro del arte contemporáneo se depositó provisonalmente en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde hasta ahora continúa. De ello, y de gestiones para cambiarlo de lugar, informó a su debido tiempo y en debida forma la venerable primera dama republicana, Victoria Kent, desde su revista Ibérica, que editaba en su residencia neoyorquina. En la vida norteamericana, el Guernica, allí depositado, ha sido más bien un exótico atractivo turístico que no el portador de un mensaje fundamental para nuestra confusa y atormentada vida actual. Ya lo dijo nuestro don Miguel de Unamuno: en Estados Unidos nunca entenderían a don Quijote.
De todos modos, hasta 1952, el Guernica estuvo expuesto en Nueva York con una dignidad impresionante, cuya sobriedad objetiva conmovía a los solitarios visitantes del exilio republicano y, quizá, a algunos más. La causa de semejante emoción era la escueta reproducción textual de las tres breves noticias de Prensa publicadas en el Times de Londres:
1. La telegráfica información de la atrocidad cometida por el general Galland y sus escuadrillas del horror sobre la ciudad sagrada de los vascos.
2. Días después, desde Barcelona, la noticia de que el Gobierno de la República encargaba al pintor Picasso un cuadro que inmortalizase tamaña barbaridad.
3. Dos meses después, el pintor Picasso anuncia desde París que ha terminado el cuadro y que será presentado en el pabellón de la República española en la Exposición de París.
Así, con esa sobriedad objetiva calibrada por el primer periódico del mundo en aquel momento, nos gustaría a los republicanos que se presentase el Guernica, ahora que se especula con él como merkancía política para avalar si somos o no somos democracia, ahora que se reclama si debe ser propiedad del pueblo vasco -víctima principal del horror- o si va a ocupar el Casón del Retiro. Claro que esa presentación tan objetivamente escueta se fue deformando en el propio Nueva York, donde se variaron en forma muy distinta las sucesivas presentaciones, desde que el almirante Sherman vino a Madrid (1953), con su tenebrosa misión de crear los nuevos gibraltares atómicos en nuestro territorio. Desde entonces, en inglés y en español, hay que desfigurar el significado del Guernica, capolavoro del arte universal del siglo XX- Y es que el general Galland, en lugar de ser llevado al Tribunal de Nüremberg -al cabo, su delito genocida no valía la vida de un marinero inglés-, ha sido después un consejero técnico destacado en el moderno desarrollo de la aviación alemana..., y de la aviación norteamericana. Gracias a la experiencia que adquirió en Guemica.
Por muy difícil que sea ahora informar cabalmente a la opinión norteamericana de semejante hecho tan trascendente, nos nsuela saber que en estos tiempos algún trasnochado transeúnte, por las calles de Boston, se haya podido sorprender con el rasgueo de una solitaria guitarra acompaiíada de,una letra que pretende despertar la conciencia americana cantando en inglés, a estas alturas del tiempo: «Mientras Guemica arde en llamas, América duerme ... ». El joven norteamericano que así canta es mi nieto homónimo, mi único nieto nacido en Estados Unidos (Ann Arbor, Michigan), pues todos los demás son nacidos en México. Y así canta porque le salen sus raíces españolas -los cuentos de los abuelos-, ya que ostenta orgulloso con su apellido inglés el mismo nombre español que yo, el mismo nombre que mi abuelo materno -el generoso farmacéutico de Navalmoral de la Mata (Cáceres)-, el mismo nombre que un atrabiliario empleado de la Administración norteamericana se resistía a inscribir por no ser inglés y no saber escribirlo correctamente, hasta que mi hija -la madre del guitarrista- tuvo que obligarle con estas palabras en inglés: «No me diga que un oficial de la Administración norteamericana es incapaz de escribir correctamente el nombre de la cuarta ciudad norteamericana. Pues escríbalo igual».
Deseamos el mayor éxito aljoven y solitario cantante de Boston, y que su mensaje trascienda en América. En España, preparémonos a recibir con la emoción que merece esa obra maestra del arte universal contemporáneo que lleva un mensaje trascendente para este controvertido mundo, como consecuencia de nuestra trágica guerra en todo lo que tuvo de ejemplar. En cuanto a la materialidad del cuadro, después de todo, que nos lo pongan donde quieran y como quieran: los republicanos desfilaremos silenciosos, sobrecogidos de emoción ante la más importante obra de arte de nuestro siglo, que se pintó como una protesta cimera ante el bárbaro intento de destruir las libertades simbolizadas en el pueblo vasco como una parte de la defensa heroica de la legitimidad republicana española, sostenida y apoyada por las libertades vascas y catalanas, también españolas.
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