Exposición-homenaje a Flaubert en la Biblioteca Nacional de París
Este año se cumple el centenario de su muerte
Cuando termina el año en que se celebra el primer centenario de la muerte de Gustave Flaubert se inaugurarla en París; la importante muestra de los testimonios que quedan del método de trabajo y las preocupaciones de quien puede ser considerado como el padre de la literatura contemporánea. Manuscritos, correcciones y reescrituras que muestran su sentimiento de la literatura como tortura y como trabajo. Por otra parte, el Instituto Francés de Madrid dedica un ciclo este mes a la memoria del escritor de Croisset. Su seminario mensual de literatura tratará los Tres cuentos, de Flaubert, y Federico Sopeña, catedrático de Estética y director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma, hablará hoy sobre Flaubert y la música.
La Biblioteca Nacional francesa inauguró recientemente una exposición, en la llamada galería Mansart, dedicada a Gustave Flaubert, uno de los monstruos de la novela gala, nacido en Ruán en 1822 y muerto en su retiro de Croisset en 1880. El pretexto de la manifestación ese primer centenario de su fallecimiento. Durante un trimestre, todo el mundo flaubertian o relacionado con lo que constituyó su vida (la escritura o, más precisamente, la perfección de la escritura) se rnanifestará en la biblioteca oficial como otra biblioteca apasionante: la que constituye esta colección de iconografías, de borradores, de datos, de viajes, de imágenes y, en suma, de los sufrimientos cotidianos de quien se permitía asegurar que «el gran arte es científico e impersonal».Para aprisionar en pocas frases lo que representa íntimamente para el espectador esta película de la vida de Flaubert que es la exposición de la Biblioteca Nacional, lo más fácil y lo más seguro es recurrir a un párrafo de El idiota de la familia, el monumental estudio biográfico que le dedicó el filósofo Jean Paul Sartre a Flaubert: «Si se queja sin parar» (se refiere Sartre a Flaubert), «cuando dice "me uso, me torturo, etcétera", es porque el trabajo, para él, no es una praxis verdadera: ¿se es tan desgraciado cuando se ejerce una actividad que se escogió libremente? Flaubert no trabaja para encontrar la expresión justa, el estilo jugoso y rápido, la frase musical, sino para merecer encontrarlos. Hace borradores, los copia, los recopia hasta catorce veces, y esta labor estúpida se la inflige con el fin siguiente: reescribir los vocablos ya frecuentemente escritos para que de un borrador a otro, cambie una palabra escasa. Esto es lo que él espera: el millagro que caerá en la trampa de su desesperanza y que, con su pluma gruñona, hará nacer una flor».
Este calvario íntimo del autor de La educación sentimental, minuciosamente dibujado por Sartre, es posiblemente lo más tangible de la exposición. De todas maneras, los manuscritos de Flaubert constituyen el eje en torno aI cual se articulan los otros componentes de la película.
Flaubert escribía torcido, menudo, elegante, casi perfectamente legible. Incluso en las cartas a sus amigos, Anatole France, Georges Sand, los hermanos Goncourt, Emilio Zola, perfectamente onservadas, aparecen tachaduras. Pero lo que constituye un colosal y sofisticado enjambre son los borradores de sus novelas, cuentos, obras de teatro. Al margen de otros manuscritos autógrafos, baste anotar los seis volúmenes de los borradores de Madame Bovary: 2.000 folios escritos por las dos caras, tachados, emborronados, dibujados, con márgenes aprovechados en todos los sentidos de igual manera que los espacios entre líneas. Cada hoja es un jeroglífico entre sensual y espantoso. Y, como Madame, los cinco volúmenes de Salambó, los doce volúmenes de La educación sentimental y la casi totalidad de los manuscritos de Flaubert aquí reunidos.
Además de esta exhibición, enternecedora y terrorífica, de lo que fue el trabajo colosal de Flaubert, de su investigación de la forma asentada en montañas de documentación que también escribía al año, la exposición ofrece una amplia iconografía de la familia. Su viaje a Oriente, entre 1849 y 1851, que constituyó una especie de espejismo con repercusiones determinantes en su obra, aparece ampliamente ilustrado con fotografías de su compañero de viaje Maxime du Camp, y con dibujos y acuarelas que evocan aquella ventura.
El despliegue de los últimos diez años de su vida, sembrados de dificultades económicas, cierran el recuerdo, exaltante y amargo a la vez, de lo que parece deber ser el ser escritor.
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