González-Seara
Me llama una marquesa para hablarme de/contra «la macarrada democrática» porque ha conocido a un periodista joven que no está de acuerdo con sus ideas. La macarrada democrática, en la que me parece de buen gusto no creer, está haciendo sus hombres y gastándolos noblemente, épicamente; a veces, como ha sido ahora el caso de mi amigo Luis González-Seara, que ha ofrecido (no amenazado) dejar el cargo de ministro de Universidades si no sale la ley de las mismas como él la tiene perfilada, y contra la que se levanta el farallón del nacionalcatolicismo docente /decente, reivindicando privilegios, como lo hizo cuando las enseñanzas inferiores, en favor de los colegios religiosos. No se levantan nunca, en cambio, contra el escándalo de que los maestroescuela de setenta años de edad, tengan que seguir explicando los reyes godos a los niños con poco sueldo, poca estufa y mucha tos. Hay maestros que vienen explicando los reyes godos casi desde el tiempo de los reyes godos. Luis González-Seara, demócrata reprimido del tardofranquismo, a quien luego he conocido y escuchado en largas, repetidas y provechosas noches de vino y futuro, antes y después de que le hicieran ministro, tiene la sonrisa y la leve papada de fraile que piensa demasiado como para llegar a prior, y que se ve que cualquier día va a dejar el convento por la ventana, como ahora sugiere dejar el Ministerio. Una vez, en los últimos tiempos de la Resistencia (me gusta decir Resistencia por oposición a aquello, porque la palabra Resistencia nos pone a todos como una bufanda conspiratoria y sartriana), una vez, digo, decía (robot, cuerpo, que aquí suele patinarte el reostato), Luis y yo fuimos con Bardem a un coloquio en una exposición de Calvo, en lo que luego iba a ser Azca, y allí se montó el cirio anticosa y Luis y yo nos mirábamos por encirna de las bases clamantes, por si había llegado el momento de incendiar las estructuras o tomar el Palacio de Invierno, con aquel frío. Lo dejamos para más adelante.Luis, antes y después de que le hicieran ministro, ha tenido siempre un cruzarse de brazos que es como un maniatarse a sí mismo los ímpetus del corazón de cheviot demócrata para actuar sólo con la cabeza. A veces, cuando voy a comprar Le Monde (pan ya no compro con estos precios, porque el papel tiene nutrientes y Le Monde, a más de alimentar, le mejora a uno el francés por vía digestiva), a veces, sí, encuentro en el hiper a la señora de González-Seara, por lo que puedo informarles a ustedes que en esa casa se sigue comiendo igual, ni mejor ni peer que cuando Luis no era ministro. Sólo un hombre que le da toda la vida a su señora el mismo dinero para la cesta/carrito de la compra está en condiciones de defender una ley justa y conveniente hasta el puñal del godo de la dimisión. Lo mismo habría que decir de mi querido Fernández-Ordóñez, que también ha puesto su cargo en juego si no sale el divorcio que España nécesita y él ha imaginado. Pero, por encima de las causas progresivas que estos dos hombres defienden con el cuerpo (como Manolete defendía a Manolete frente al toro: con el cuerpo de Manolete), por encima de esas causas está el gesto común, la épica democrática, el además unánime, de vasija demogriega, de renunciar al huevo por el fuero, que estas cosas siempre han sido cuestión de huevos. ¿Cuáles son los frutos de la democracia, democracia para qué?, se pregunta hoy la antidemocracia, sin saber que están fonetizando -oh paradoja que no lo es- a Lenin.
Democracia para la libertad, para que dos demócratas tengan la libertad de dimitir, curiosidad astrológica que no se había visto en el cielo de cuarenta años. Lo patético no es que no dimitieran, aquellos ministros, por gusto del buga, sino que no eran libres de dimitir. Luis Seara, nada gesticulante, ha hecho el gesto griego y bello de su vida. Su señora, como si nada, estaba hoy en el mercado pidiendo lombarda.
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