Los habitantes de la casa deshabitada
La política española cada día se parece más a un iceberg, del que sólo emerge a la superficie una parte de su volumen. Y no me refiero únicamente a esa tendencía, al parecer, consustancial a la clase política, al ocultismo, al off the record y al escamoteo sobre el contenido de pactos y negociaciones que deberían ser cristalinos ante la opinión pública, sino a esa parte de la realidad velada pudorosamente en función de su supuesta escabrosidad política. La sensación de «que algo pasa» y, sobre todo, «que algo puede pasar», es especialmlente perceptible en este otoño sembrado de minas y de estallidos terroristas. No hay círculo ni reunión política que no acabe con el susurro de que «esto está muy mal» o con un gesto de preocupación por lo que, se dice, es un grave y difícil momento. Es más, el comentarista puede tener la incómoda sensación de estar traicionando un secreto cuando verifica y da e. la publicidad esta difusa -y, sin embargo, palpable- sensación y que no se refiere particularmente. a ninguno de los que podíamos llamar «puntos calientes» (paro, violencia, autonomías) que configuran y delimitan primordialmente la actividad política. Los estados de ánimo, especialmente si son colectivos, pueden ser sólo eso, estados de ánimo. Pero pueden también responder a un conjunto de circunstancias que, no por imprecisas, resultan irrelevantes o poco creíbles. No nos engañemos: la democracia pasa por unos momentos de permanente y continuada desestabilización, no sólo psicológica, y sería suicida correr un tupido velo sobre ello., El mayor peligro está precisamente en la deliberada ignorancia o en una interpretación psicologista y anímica de algo que evidentemente tiene raíces más profundas. Se quiera o no reconocer, tenga o no bases sólidas en que apoyarse, el fantasma de la involución recorre los cenáculos políticos y, como vimos no hace todavía un mes, la sola posibilidad de que cierto tipo de rumores no resulten de entrada inverosímiles es una prueba contundente de que estamos ante un. fenómeno bastante más complejo que esa explicación, muy manejada por la izquierda, de que en el fondo se trata de una estrategia elaborada por el Gobierno para «acongojar» y mantener quieta a la oposición.Yendo al grano: ¿existe o no peligro de vuelta atrás en el régimen de libertades y cuáles son los factores que pueden poner en marcha ese temido proceso? Primera constatación: esa es una pregunta que hoy nadie, absolutamente nadie, puede contestar. Lo que significa, entre otras cosas, que cuando una democracia no tiene certidumbre de continuidad ha perdido uno de sus elementos políticamente más diferenciadores y valiosos. La estabilidad y la capacidad para asumir sin traumas las tensiones sociales, lógicas en toda sociedad viva, son rasgos inequívocos de una salud democrática que, obviamente, aquí nos falta. Esa ausencia de percepción de futuro condiciona ostensiblemente nuestra realidad política, y no digamos la económica, con un marcado carácter coyunturalista incompatible o, al menos, disonante con la confianza que los políticos deben transmitir a la ciudadanía. Naturalmente, no es una confianza de caudillaje, sino de gestión y de fe, o, al menos, de seguridad, en las instituciones. Y aquí sucede exactamente todo lo contrario. Son los políticos los que someten a las instituciones a un constante juego de permanente desgaste. Por activa y por pasiva.
Instituciones que ellos mismos encarnan y para las que fueron elegidos por las urnas. La clase política española es la que más se abraza en privado y más se insulta en público y la que más sensación de insatisfacción transmite a sus electores. La más propicia a decir «esto no tiene remedio» o «bordeamos el precipicio» cuando el adversario político no asume exactamente sus propuestas. Así, mientras el Gobierno parece incapaz de dar una respuesta global a la situación, la oposición se empeña en resaltar todos los puntos negros, que son bastantes, sin dejar el más mínimo resquicio a la esperanza. Y, por si fuera poco, se enzarzan mutuamente en polémicas verdaderamente disparatadas (como la denominación o el protocolo de los delegados del Gobierno o gobernadores generales en Euskadi y Cataluña y la no menos chusca discusión sobre la duplicidad de negociadores en Argel para liberar a los pescadores del Garmomar), en lo que podría ser una bonita ilustración de la fábula de los galgos y de los podencos.
Esto no se aguanta, es una frase hecha que se oye estos días por doquier. Si. es o no verdad, el tiempo lo dirá. Lo que no se ve por ningún lado es que se obre en consecuencia. En lugar de enfrentarse con la realidad, se mira para otro lacio o se sale con la pata de banco de las descalificaciones. Después de cuarenta años de triunfalismo franquista hemos pasado a un constante ejercicio masturbatorio de masoquismo nacional. Los pasos adelante que se dan, y algunos hay, quedan rápidamente engullidos por la osada y sangrienta escalada de lo que algunos llaman ya «Ia guerra del Norte » o por la insípida, dada sus características cadenciales perpetuamente repetidas, dialéctica Gobierno-oposición. ¿Hay algo más aburrido que una declaración del Consejo de Ministros? Pues, aunque parezca mentira, sí: algunas declaraciones de la oposición, como por ejemplo el comunicado del último comité federal del PSOE o del Comité Central del PCE, que parecen hechos a multicopistas hace un par de años y dados ahora a la publicidad, tan idénticos son a otros anteriores.
Mención aparte en este apartado merecen los políticos vascos y, muy especialmente, los del PNV, con su lendakari Garaicoetxea a la cabeza. Los líderes vascos, sin duda, para no perder onda con sus bases, no abren la boca si no es para quejarse. Pocas veces han mostrado, ni aunque fuese relativamente, su satisfacción. Ni siquiera cuando Garaicoetxea, de jefe de Estado por Madrid, se llevó para la siderurgia y para las ikastolas, entre otros conceptos, unos cuantos miles de millones de pesetas. O cuando, muy justamente, consiguen transferencias. Políticamente, ¿de cara a quién puede ser más rentable lo que falta por conseguir que lo conseguido? Pero con su absoluta incapacidad para matizar, sólo eso, algún elemento positivo no hacen otra cosa que oscurecer, aún más, un panorama que sólo parece existir cuando se resaltan los puntos negros. Naturalmente, esa incapacidad de matizar es en determinadas cuestiones. En otras se riza el rizo hasta niveles inverosímiles. Especialmente, si se habla en Euskadi o fuera de él. Así, mientras Marcos Vizcaya, por primera vez. hablaba en el Congreso de terrorismo, Garaicoetxea, dos días más tarde, y en circunstancias dramáticas, volvía a escamotear la palabra, empleando violencia y bandas armadas en lugar de ETA.
Entonces, si el presente está lleno de miedos en los que., como mas meigas gallegas no se cree; pero es evidente que los hay, mejor harían los políticos en dejar a un lado cierto tipo de estériles lamentaciones y se dedicasen a urdir con toda urgencia un plan para apuntalar el edificio de la democracia. Y eso se consigue, digámoslo una vez más, hablando claro al país y haciendo frente a la desesperanza. Lo que no se puede es dejar que el gran vacío que unos llamaron desencanto, y otros, simplemente incapacidad creadora e imaginativa, se vaya poblando cada semana de fantasmas.
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