_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Rescatar del olvido a Joan González

Joan González, el hermano mayor de Julio, el que fuera su principal sostén espiritual desde la liquidación (1900) de los célebres talleres de forja del padre, Concordio González, hasta su prematuro fallecimiento, en Barcelona.Carmen Martínez nos dio, presentando en el marco de la FIAC 80 una espléndida serie de trabajos de Joan González, una nueva oportunidad para rescatar del olvido a este artista de talento, a esta singular personalidad digna de figurar, pese a la brevedad de su quehacer, entre las más destacadas, lo que enriquecería notablemente el panorama de nuestras artes plásticas entre finales del siglo XIX y los comienzos del actual.

De nada han servido hasta ahora las esporádicas manifestaciones destinadas a devolverlo al recuerdo de público y especialistas, que tan rápidamente lo perdieron tras su desaparición, pese a los loables textos que en su memoria escribieran A. de Riquer y Torres García. Nada ha quedado de la exposición personal de 1906 en la sala Parés (Barcelona). Nada de la retrospectiva que le dedicó, en 1926, el Salón de los Independientes. Como tampoco han conseguido sacarlo del inexplicable silencio las exposiciones de 1965 en la Galerie de France y la Galería Landau, de Los Angeles, o las de 1968 en la Galería de Santa Catalina (Madrid) y el Palau de la Virreina (Barcelona).

Más información
Clausura de la Feria Internacional de Arte de París

Quizá la modestia de esas manifestaciones, unos pocos dibujos, justifiquen la poca atención que se les prestó. Pero, ¿quiénes sabíamos que en 1969 entraban en el «gabinete de dibujos» del Louvre veinticuatro importantes piezas de Joan González (pasteles, lápices, gouaches)? Es más, La Polígrafa publica en 1973 un grueso y lujoso volumen titulado Lidio González, con texto de Vicente Aguilera Cerni, donde éste dedica un amplio capítulo a la vida y obra de Joan González acompañado de numerosas y sugestivas reproducciones. Pues bien, figuran en dicho capítulo unas líneas que, desgraciadamente, Aguilera Cerni podría hoy repetir textualmente: «Se sigue ignorando cuál fue su dimensión, su papel histórico, su tragedia. Aún se le deben el recuerdo, el reconocimiento, el lugar. Y desde ahora, esas deudas corresponden casi por entero a Barcelona». No, esas deudas nos corresponden a todos. Y sería imperdonable que perdiéramos esta nueva oportunidad.

Acento inconfundible

La obra de Joan González es corta, situándose toda ella entre 1902 y 1908. Es de asombrar el camino recorrido por el artista en tan corto período de tiempo, su capacidad para entrar en la problemática y horizontes de la plástica de su época, para decantar y afirmar una personalidad propia, un estilo, para pergueñar un universo con acentos inconfundibles. Los óleos fueron escasos, pero los dibujos (tintas, carboncillos, lápices), pasteles, gouaches y acuarelas pasan aún hoy de los ochocientos. Los temas tratados son el paisaje, las escenas urbanas (el Paralelo de Barcelona o los bulevares parisienses), escenas de bailes y café- conciertos, damas vestidas a la moda, desnudos y una serie, notable por su audacia y abstracción, de nubes como tema único. En ella hizo especial hincapié Carlos Areán- en su texto para Joan González, ediciones de Le Musée de Poche, 1971, París.Nada más normal que la pluralidad de vías, el contraste entre los sutiles cromatismos de una sensibilidad a flor de piel y las tenebrosidades, en el claroscuro, de un espíritu inquieto, ávido y atormentado, entre las gamas ligeras y luminosas y la profundidad amenazadora de los negros aterciopelados, en lo que, para Joan González, era tanto búsqueda febril, impaciente, y ya, prácticamente desde el principio, hallazgo.

Ni nada más natural que aquí o allí adivinemos el eco de otros nombres: la escuela de Barbizon, de Puvis de Chavannes, de Ramón Casas, de Lautrec, de Seurat, de Munch, siendo los últimos, poco más o menos, de su misma generación. ¡Pero qué rápida y personalmente digeridos y re interpretados, traducidos a su propio estilo! Hijo, sobre todo, del modernismo (cuando llega a París, a los 32 años, está en pleno apogeo el art nouveau), con huellas dejadas, sin duda, por Els Quatre Gats, Joan conseguirá sintetizar con acierto elementos procedentes, asimismo, del simbolismo y del expresionismo, todo ello plasmado con dejes claramente neorrománticos. Aunque, a mí, en quien más me hacen pensar el inquietante dramatismo de algunos paisajes, especialmente de Montserrat, y el misterio y desazón que se desprende de algunas piezas con personajes, es en Munch. En todo caso queda una obra lograda en sí misma, seria y apasionada, que no podría tener mejor destino que su recuperación para nuestro patrimonio cultural.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_