Cena con un premio Nobel
En seguida se ve que es un hombre acostumbrado a pisar buenas alfombras. Odysseas Elytis tiene pinta de griego rico, no exactamente de millonario armador de petroleros que suele ser la receta, sino más bien de consejero delegado de una banca familiar. Le brilla el filo de la quijada y eso es una señal inequívoca de que sus abuelos ya comían con tenedor. En realidad, Odysseas Elytis es propietario de una empresa de jabones finos de tocador, marca Hermes, con los que la clase media alta de toda Grecia se lava la cara. Aparte de eso este hombre de calva bruñida, nacido en Creta, una isla donde cae la vertical de los dioses, es premio Nobel de Literatura 1979, poeta que talla los versos como diamantes para gente fina. El músico Teodorakis había fabricado algunas canciones con sus poemas y sólo así, a base de pespuntes de sirtaki, consiguió Elytis bajar del olimpo a las tabernas populares del barrio de Plaka. Los griegos usaban su jabón, pero no leían sus versos. Todo lo contrario de lo que hacía la Academia Sueca.Pero aquí no se trata de perfumería selecta, sino de cultura, de modo que es obligado hablar de cierto cochinillo asado trinchado en honor al poeta coronado. Llegó Odysseas Elytis el lunes por la tarde a Madrid y un par de horas después, según la costumbre de este territorio, ya estaba sentado detrás de un parapeto de carne asada entre catedráticos de griego, gente de la embajada, eruditos, poetas, pintores y jóvenes con la mente puesta en las metopas del Partenón, un compuesto bastante raro, entre académico y pasota, que forma la asociación hispano-helénica. Al restaurante Botín solía ir Hemingway. Después de matar un par de leones se comía un cochinillo de la casa que es un plato muy poco platónico. Eso viene en la guía gastronómica. Ahora acuden allí americanos de Oklahoma, devotos de aquel santo montaraz, a sentarse a la misma mesa mientras una tuna turística rasca el laud y pasea la calza negra entre soperas.
En el restaurante Botín ha recibido Odysseas Elytis el primer homenaje culinario apenas aterrizado en la capital de estas diez o doce Españas. Allí estaba con su pipa el grabador Dimitri, que parece un sátiro de bajorrelieve; el artista Perdikidis, que es exactamente como un gran Zeus nevado; José Hierro, con su calva roja y las orejas desabrochadas; Gregorio Prieto, que es todavía un pollito tomatero, con la cabeza llena de mozalbetes griegos de muslos trémulos, el poeta y abogado Juan Mollá postrado ante las cariátides como san Pascual Bailón ante la hostia consagrada, y un resto de profesores y alumnos con las pestañas quema das en el hipérbaton. En el rincón del comedor, ahumado por la sopa de pescado, entró el héroe laureado dando finas cabezadas de consejero delegado. Carmen Conde, Rosa Chacel y Antonio Tovar le dieron escolta en la presidencia detrás de dos banderitas de ambas patrias clavadas en los panecillos.
Cenar con un premio Nobel es un acto de cultura, se mire por donde se mire. Comprobar que los poetas, orfebres, minoritarios y herméticos también son capaces de apearse ante un cochinillo asado, es una experiencia íntima bastante simpática. Después, a Odysseas Elytis lo recibirá el presidente del Gobierno y el Rey. También el Ayuntamiento de Madrid le ofrecerá un homenaje y el Instituto de España le montará una recepción con chaqués y uniformes. Ese espacio de alfombra mullida le va muy bien a este poeta, que tiene en la arista del maxilar el fulgor de la minoría selecta. Después de la tarta de merengue, Antonio Tovar le dio las gracias por la visita. Odysseas Elytis se sacó un folio griego del bolsillo; lo leyó, lo plegó, saludó, sonrió y a renglón seguido cruzó la parroquia de comensales helenistas dando cabezadas mudas de financiero, después de una junta de ampliación de capital, y se largó. Estaba cansado. Se ve en seguida que Odysseas Elytis, además de un buen poeta, es todo un señor como los de antes.
Babelia
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