Los amores difíciles
El amor caballeresco, que no es lo mismo que el amor cortesano, alcanzó su mayor rango y esplendor en Francia. A España llegó tarde y mal, o al menos nunca tuvo protagonistas tan ilustres como Petrarca o Dante. El primero dedicó la mayor parte de su obra a una adolescente, el segundo, a otra que habría de llevarle de la mano por los sombríos laberintos de la Divina Comedia. Así, a la entrada del Paraíso, exclama: «Cuando la esperaba para que me saludara, ya no había en el mundo enemigos para mí; me llenó el fuego del amor fraterno».Tal le sucede, mas con final bastante diferente y salvadas las distancias, al protagonista de El nido, quien desde la mera curiosidad, desde su música, sus egoísmos particulares y sus placeres solitarios, acabará convertido en esclavo de una pasión donde el sexo se halla ausente.
El nido
Guión y dirección: Jaime de Armiñán. Fotografía: Teo Escamilla. Intérpretes: Héctor AIterio, Ana Torrent, Luis Politti, Patricia Adriani, Ovidi Montllor, Amparo Baró, María Luisa Ponte, Mercedes Alonso, Agustín González. España. Comedia dramática. 1980. Local de estreno: Coliseum.
Tal tipo de pasión suele llevar a hacer lo que a los ojos del que la padece se enmascara de propia voluntad, pues la muier desde entonces y hasta hoy, adolescente o no, toma la iniciativa, como en este caso, cuando es consciente de su fuerza. Se dirá que esta fuerza reside en el sexo a la postre, y sin embargo, no hay en esta película el consabido homenaje de la sensualidad al ideal cristiano de la castidad, sino una voluntad de igualdad que supone cierta emancipación, camino actual de las mujeres españolas.
Esta Goyita anónima, que, más allá de servidumbres y barreras, por encima de lo convencional y lo tradicional, vive a su modo su aventura con un hombre al que arrastra, redime y al final destruye, cobra un matiz trágico poco frecuente en las pantallas españolas. Ana Torrent es algo más que una actriz. En esa edad incierta, en la que las promesas vacilan entre el saber colmar de humanidad unas excepcionales condiciones o caer en la monotonía, la intuición de que hace gala en cada imagen puede llevarla mucho más allá de premios y, otras glorias mayores y menores. Héctor Alterio supone la otra cara de la historia, el lado opuesto, convencional, ilustrado de lo que un personaje hubiera podido llegar a ser sin tal carga de recursos teatrales. Una historia tan sutil y difícil a la hora de aparecer representada, es sobre todo cuestión de matices y de sinceridad, nunca de oficio prodigado hasta un grado que cansa en ocasiones. Buena muestra de ello es María Luisa Ponte, que sólo necesita una palabra, un gesto, una mirada para decirnos lo que desea o siente; Agustín González, con su sólida carga de humana realidad; Amparo Baró o Luis Politti, aunque a éste, a la postre, le tocara en vida un personaje no demasiado definido.
La aventura que ya de por sí roza los limites de lo real y lo que pudo ser se resiente de un final poco verosímil, no por el hecho en sí del desenlace, sino por la forma en que se produce, rematado por un epílogo demasiado explícito.
De todos modos, este cuento de amor más allá de la edad en la que el sexo queda aparte supone un paso importante en el camino ya demasiado conocido del cine español o, por mejor decirlo, es de por sí cine español con ambición, que es lomenos que se puede exigir en el camipo de este arte, hoy por hoy, tan ciego como vacilante.
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