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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dos estrategias ante el nuevo curso político

LA EJECUTIVA socialista ha dado el primer paso en lo que se entiende acomodaticiamente por rentrée política. El primer partido de la oposición no ha descubierto sujuego político inmediato -está en su justo derecho-, pero por boca de su secretario general ha dejado claro que en el ajedrez de la política de este país es al Gobierno a quien le toca ahora mover su pieza. No obstante, de la conferencia de Prensa del jefe de filas socialista hay que destacar algunos puntos positivos y reconfortantes.Felipe González ha venido a hacer un canto del respeto a las normas de la democracia parlamentaria, afirmando que su partido cumplirá estrictamente su papel de oposición que por representación popular le corresponde. No es una observación tan obvia como pudiera parecer. Y en este mes de especulaciones, unas «grotescas», como afirma Felipe González, y otras igualmente esperpénticas, pero con algún fondo de verdad, se despeja notablemente el panorama con la afirmación de Felipe González de que el PSOE prescindirá de la política conspirativa para desarrollar una estrategia parlamentaria y a la luz pública.

La interiorización por parte de la ejecutiva del PSOE de prácticas franquistas (aún no abandonadas por UCD) sobre una política entendida más como secretismo de pasillos o conspiraciones para derribar a personalidades individuales hubiera terminado por destruir un crédito moral -el socialista- que es muy necesario para este país. Por lo demás, es comprensible la irritación socialista ante un presidente del Gobierno que sigue la estrategia de los históricos generales rusos de cambiar espacio por tiempo o, quizá más modestamente, la añosa táctica del general Franco de dejar pudrir los problemas hasta su consunción o hasta la confusión del adversario. Pero lo que el partido socialista no debiera hacer -y parece que ya no desea hacer- es caer en la irritación personal contra el presidente Suárez -sobre la que existe algo más que especulaciones- o abandonar su papel de oposición parlamentaria y testimonial, a más de su importante trabajo hasta las legislativas de 1983 de crear tejido social, moral civil, sentido comunitario y solidario ante los problemas de la nación, rechazo de la corrupción, etcétera.

Si la estrategia socialista, reflexionada sobre este verano trufado de conspiraciones de tercera fila, se montara sobre la defenestración de Adolfo Suárez como cabeza visible de UCD, el PSOE se vería indefectiblemente implicado en un juego políticamente lícito, pero parlamentariamente execrable en una democracia naciente. Sobre este asunto se están tejiendo varias conspiraciones, y Felipe González ha adelantado bastante al reconocer que, aunque las críticas se personalicen en el jefe del Ejecutivo, éste no es más que la personificación de una responsabilidad colectiva. Es un secreto a voces que el PSOE no vería con desagrado una defenestración de Adolfo Suárez y que apoyaría, bajo condiciones, otra alternativa al frente del partido del Gobierno. Felipe González y la ejecutiva de su partido no debieran olvidar que la máxima de todos los liberales ilustrados que han intentado históricamente consolidar la democracia en España ha sido la de que se debe acostumbrar al país a que «la democracia dure». Muchos y graves son los problemas que se ciernen sobre el país, pero los más dolosos serían los que trajeran las elecciones anticipadas, el que un presidente electo no acabara su mandato o que la figura del Rey se viera obligada a mediar entre las tentaciones de unos «barones» de UCD que ven en «pérdida» a su líder y un presidente que tiene constitucionalmente en sus manos la posibilidad de disolver el Parlamento.

La democracia -insistimos- debe durar, y toda la teoría de elecciones anticipadas, Gobiernos de gestión o de «notables» que se está montando para acabar con la existencia política de Suárez debiera acallarse. Valga sólo un ejemplo de entre los muchos posibles: ¿resistiría un «Gobierno de gestión» o de «salvación pública» como los que están gestando abiertamente desde la derecha incon fesa y mártir de Coalición Democrática -versiones Osorío, Senillosa y Areilza- o solapadamente desde el área democristiana de la propia UCD un atentado terrorista como el de Bolonia? ¿El paro y la inflación serían aliviados mediante un pacto entre los debeladores de Suárez desde dentro de su partido y desde el PSOE? ¿La caótica distribución de las facultades autonómicas sería mejor conducida por este Gobierno de gestión que por otro con respaldo estricto constitucional?

El líder de la oposición descarta nuevos pactos, como los de la Moncloa. Pero en una sociedad democrática no cabe el arro ar por la borda pactos legislativos entre los dos primeros partidos, si con ellos se palía la crisis económica y laboral, se salé del atolladero de las autonomías y se «desaparcan» leyes orgánicas que incidan sobre el modelo social. Así las cosas, que la mayoría minoritaria siga gobernando y que el partido primero de la oposición siga en su papel no sólo no es monótono, sino que consolida la nueva situación de democracia parlamentaria. A este respecto no deja de resultar significativo que tanto Abril Martorell como Alfonso Guerra abunden en la misma tesis de ese acuerdo legislativo que deje a cada partido -UCD y PSOE- en su estricto papel parlamentario y encarrile a la nación hacia comportamientos democráticos habituales. Es la tesis de los «validos» que acaso nada resuelva -dependerá de lo que haga UCD-, pero que abunda en la tesis aceptable de Gladstone de que en la democracia muchas veces es necesario atender a lo que piden los demás, yque rechaza la teoría napoleónica de que el líder siempre camina militarmente delante de unos cuantos millones de votos.

El caso es que el resto de la tesis de pactos contra Suárez que están en el telar sumirían a la ciudadanía en notable confusión (¿cómo entiende el electorado el sí en un voto de investidura de Felipe González o Alfonso Guerra a favor de una personalidad de UCD o de CD, a la derecha de Suárez?). Y no es menos cierto que los pactos de legislatura o de Gobierno que esté fraguando Suárez con la Minoría Catalana ofrecerán flancos muy débiles hacia el trabajo de la oposición y resultarán, como el refrán, «pan para hoy y hambre para mañana ».

Como bien afirma el líder de la oposición, ahora le toca a Suárez mover sus piezas en el tablero. Este país ya alcanzó el suficiente nivel de cultura política para rechazar fórmulas milagrosas contra el paro, el hambre de Andalucía, la reticencia hacia las autonomías históricas, el agravio de las nacionalidades «aparcadas» entre artículos constitucionales, una sociedad entera que espera que la acertada reforma fiscal no castigue exclusivamente a las clases medías asalariadas o que el divorcio que pueda venir resuelva sus existencias traumatizadas innecesariamente, que el aborto no castigue exclusivamente a las mujeres económicamente incapaces de pagarse una operación en el extranjero, u otras «gavelas» sociales o económicas, elementales en una sociedad occidental y moderna. El jefe del Gobierno, lógicamente, tiene la palabra. Y si quisiera tendría mucho que ofrecer; sinceramente. Tras su largo silencio y su caótica crisis gubernamental de mayo, Suárez debe ofrecer al país algo más que una manida recomposición de la mayoría parlamentaria a través de la Minoría Catalana. Suárez, desde su elección como presidente de Gobierno de esta democracia, le debe al pueblo español ese modelo de sociedad que no terminan de perfilar sus estudios sectoriales de UCD.

Suárez puede, una vez más, destapar su sombrero de copa y ofrecer al país una nueva mayoría parlamentaria hacia los catalanes, con sugerencias secretas hacia el PNV. Pero el país precisa otra cosa. Precisa un proyecto gubernarnental, que resista la crítica parlamentaria de la oposición, y -aunque sólo sea anímicamente- la presencia pública del jefe del Ejecutivo, explicando lo que está pasando y lo que puede pasar. De otra forma, habrá que confiar en que repetidas mociones de censura de la oposición calen definitivamente en la opinión pública. Quisiéramos que Suárez durara, si no existe otra solución constitucional y políticamente coherente. Pero sería también una traición a los usos democráticos que Suárez continuara callando. Y ayer Felipe González ha abierto la veda de las declaraciones.

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