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25º FESTIVAL DE JAZZ DE SAN SEBASTIAN

La borrachera de Gato Barbieri y los niños de Art Blakey

Efectivamente, y tal como se preveía, el festival de jazz de San Sebastián tampoco defraudó en su dos últimas sesiones. El conjunto ha resultado brillantísimo y, según algunos asiduos, ésta es una de las mejores ediciones que se recuerdan.El sábado estaba anunciado Gato Barbieri. El velódromo de Anoeta registró un nuevo récord de entrada, con más de 12.000 espectadores apelotonándose en la entrada y más tarde dentro del recinto. Ocurre que el Gato neurótico no apareció a su hora, porque había perdido un avión, de manera que empezaron en plan parche bienvenido los ganadores del concurso internacional de aficionados: los ingleses Stinky Winkles, que se han pasado estos cuatro día tocando allí donde les dejaban. Se agradeció, aunque era evidente que el personal esperaba otra cosa.

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Y esa otra cosa (que aún tardó una media hora, amenizada con globos de colores que soltó un espontáneo) apareció en forma y figura de sombrero negro de ala ancha, maravillosos pantalones blancos y una no menos rutilante camisa de seda alba: eran el Gato Barbieri y su cogorza. Entra saludando en inglés, cosa que no se entiende mucho teniendo en cuenta que es oriundo, y durante el desarrollo del concierto explicó que estaba muy contento de venir a «Barcelona o donde estemos». Su patinaje de neuronas no pareció notársele demasiado en su música, excepto cuando semicantaba con su voz aflautada aquello de « las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas», en plan salmodia beréber. Lo que ocurre es que su grupo funcionaba bien y que el hombre le da marcha a -su mejunje latino-jazzístico, en el cual lo mismo caían las vacas como el Ultimo tango en París o sus éxitos Caliente y Europa. Porque el chico es comercial y eso es importante. Lo de Gato, saxo tórrido, su animación y sus despistes quedaron bien, pero era muy difícil olvidar la noche de las trompetas, aun sin querer establecer comparaciones desagradables. De todas maneras, la gente se lo pasó francamente bien; que el público donostiarra (y asimilados) es tremendamente agradecido.

Total, que en esas estábamos, contentos y felices por lo bien que estaba saliendo todo y porque el domingo se levantó un sol espléndido y esperábamos que el cierre del festival, a cargo de la gran orquesta de Art Blakey, fuera la guinda del pastel. Y sí, una guinda enorme, colorada y rozagante, nos presentó este negro vejete, con. su sonrisa profidén y su, sombrero tejano. Trajo una banda donde toda el mundo era joven y donde todo el mundo tocaba con una afición y una entrega emocionantes. Art Blakey pasará a la historia como el gran mensajero de la buena nueva jazzística y como uno de los mayores descubridores de talentos que se hayan dado en esta música. Entre los instrumentistas que han pasado por su banda pueden destacarse a Horace Silver, Clifford Brown, Curtis y Fuller, Fredy. Houbbart o Keith Jarret, entre otros muchísimos. Los nuevos, es decir, Bill Pierce, Charles Fambourgh, los hermanos Eubanks o los Marsalis, James Williamsy el resto de los que tocaron el domingo, llevan el mismo camino. Solos enormes se velan después de intervenciones de todo el grupo perfectamente empastadas, sonando, dentro de lo que da de sí el velódromo, a gloria bendita. Y además, el mismo Art Blakey, presentando de verdad a sug músicos como un padre cachondo que se lo pasa como un crío con sus hijos y que toca la batería con la alegría de un colegial. En el jazz, además de la música, se valora la vivencia, y la de la noche del domingo, viendo y escuchando a esos futuros valores (¿por qué futuros?), resultaba una experiencia discretamente histórica.

Muy bello todo, muy buena música y una pena que mucha gente de fuera tuviera quelegresar a sus lugares de origen para llegar al curro el lunes por la mañana. Pero no pasa nada; en este festíval un solo día de música podía dejarle a uno contento para una larga temporada. El año que viene, más.

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