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El Papa aboga por la realización de la justicia en Latinoamérica mediante reformas sociales

Juan Arias

ENVIADO ESPECIAL, En esta ciudad de São Salvador, «la perla de Brasil», con sus 365 iglesias, su 90% de población negra o mestiza y una mezcla increíble de ritos religiosos de origen africano, como el macumba y el cadomble, Juan Pablo II empezó su jornada con la visita a los alagados, es decir, a los habitantes de las moradas consideradas las más pobres de la Tierra. Desde aquí también lanzó a toda Latinoamérica el discurso programático de su viaje.

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Samba para Wojtyla

Lo hizo ante un público muy significativo: el grupo llamado Constructores de la Sociedad Pluralista, movimiento creado en Puebla (México) durante el viaje papal y que reúne a todo tipo de intelectuales: ingenieros, catedráticos, artistas, sociólogos, periodistas y empresarios.El Papa afirmó tajantemente y con mucha solemnidad: «La realización de la justicia en este continente de Latinoamérica, tal y como se presenta en la hora actual, se halla ante un dilema muy claro: o se realiza a través de las reformas profundas y valientes o se hará con la fuerza de la violencia». El Papa subrayó que el camino de la violencia «no ofrece resultados duraderos ni beneficia al hombre».

Juan Pablo II, aquí más que en cualquier otro país, ha revelado sus intenciones a lo largo de las etapas de este viaje, el más largo que jamás haya efectuado un Papa, y con un programa que todos consideran espantosamente duro y denso. El papa Wojtyla dijo que la Iglesia está dispuesta a ofrecer toda su colaboración para la construcción de esta nueva sociedad latinoamericana, que deberá edificarse no en base a los resultados de un cierto análisis de la situación y de los males de la sociedad, sino formando la propia conciencia, según las exigencias de la ley de Dios, del mensaje de Cristo sobre el hombre, de la dimensión ética de toda empresa humana».

A los miserables de esta ciudad maravillosa en una mañana de lluvia, que viven ya sobre un agua que es fango, porquería y residuos de todo tipo, que generan olores insoportables, el Papa les dijo «que debían ser capaces de amar en un mundo de odio y de ser solidarios en un mundo terriblemente egoísta». «Que nadie venga a deciros», concluyó, «que es voluntad de Dios que vosotros viváis en esta situación de pobreza, de sufrimiento, que es contraria a la dignidad humana».

Esto lo dijo el Papa sin haber visto la parte verdaderamente «infernal». Le enseñaron sólo la parte menos espantosa, y el Gobierno había construido deprisa una Iglesia horrible en una colina, dominando a estos 150.000 miserables. Un jesuita italiano dijo: «Con lo que ha costado se podían haber construido quinientas casitas».

Pero precisamente esta gente gritaba: «El Papa es un alagado, es un pobre como nosotros. Vino a vernos porque somos los más abandonados. Lo cantaban al ritmo de samba, agitando todo lo que tenían en las manos. Y en esta ciudad famosa por el rito de origen africano, el macumba, una mezcla de misticismo y espiritismo durante el cual caen en delirio poseídos por un espíritu, según afirman, el Papa tuvo ocasión de presenciar, sin quererlo, una representación de macumba, que rompió el protocolo. Una preciosa muchacha mulata de catorce años, vestida de amarillo y con la carne de gallina en sus brazos descubiertos, pues llovía y hacía mucha humedad, saltando como un gato el cordón de policía, logró echarse en brazos del Papa.

Menos suerte tuvo otra joven mulata de su misma edad que se lanzó hacia el coche del Papa mientras se trasladaba desde el aeropuerto a la catedral. La policía la empujó para que no se acercara, pero con tan mala suerte que cayó bajo las ruedas de atrás del papamóvil, como se le llama aquí al coche descubierto del Papa.

Ayer, una madre argentina de desaparecidos logró llegar hasta el Papa y darle una carta. El policía se la quitó diciéndole: «Vienen aquí pagados por los comunistas». El Papa, cogiendo la carta, respondió: «No importa, el Papa no puede rechazar una carta de nadie».

Editorial en página 10

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