La libertad de expresión
Desde hace algún tiempo está en los comentarIos de los periódicos y de los políticos el tema de las limitaciones o de los atentados a la libertad de expresión, y este es un asunto que merece ser tratado con toda la carga que lleva de denuncia, con el ejemplo de alguna particularidad expresiva, y con ánimo de no aceptar la deflacción de los periódicos y de los otros medios de comunicación social como instrumentos de influencia -no de éstos y de aquéllos-, sino de la sociedad misma y completa.El otro día, con ocasión de vernos tanta gente en palacio con motivo de la fiesta de¡ Rey, un personaje de gran dinamismo político y de excepcionales merecimientos en la transición hacia la democracia me revelaba que el presidente de] Gobierno había manifestado al presidente de la Generalidad de Cataluña que no aceptaría ningún mensaje a través de los periódicos. Cualquiera que sea la certidumbre e la leyenda de estas manifestaciones, lo que parece claro es que una gran parte de los políticos españoles, desde 1936 en adelante, han pensado que el llamado «cuarto poder» estaba muerto y cualquier resurrección no sería ni útil ni viable. El «cuarto poder» -como se sabe- no era, y no debe ser otra cosa, que una manera de hacerse oír el país, además de liacerse oír en el Parlamento. Esa denominación inventada por los políticos católicos, referida a la Prensa y a los otros instrumentos informativos y de opinión, de «medios de comunicación social», parece correcta, pero es peligrosa, porque la Prensa no es solamente comunicación social referida a la información, sino un instrumento de representación pública para la queja, la protesta, la crítica, la petición y hasta la afirmación, y para todo aquello que represente «la libertad de expresión». Cuando alguien, afortunadamente, calificó a los periódicos de «parlamento de papel» se oyeron voces respecto a que este parlamento era legítimo entonces, puesto que no había otro a nivel democrático. Pero cuando vino la democracia no fueron pocos los demócratas que utilizando aquel. condicionamiento anterior señalaron que la Prensa ya no debía ser un «parl.amento de papel», puesto que existía el Parlamento de la democracia. Nada más falso. Precisamente cuando se inventó lo de «cuarto poder» existía el Parlamento democrático, y ello quiere decir que son compatibles y hasta complementarios. Pero ahora más que nunca -refiriéndome al sistema político democrático-, cuando el Parlamento parece sometido férreamente a la disciplina de los partidos y los comportamientos se cuecen fuera. Ahora los periódicos en la democracia deben ser más «cuarto poder» que nunca, aunque fuera un poder no atendido.
Hay una particularidad expresiva -a la que me refería antes- y que he elegido para señalar otro problema referido a la Prensa y a la libertad de expresión, que no está contemplado desde una perspectiva global de la situación actual por la que atraviesa la Prensa. Me refiero al recientemente desaparecido periódico Informaciones -del que fui su último director- hasta la fecha, puesto que parece que su editor quiere hacerlo reaparecer en condiciones mágicas, impensables y hasta estrambóticas. Este periódico era de esos que han existido y existen en el mundo que, sin una tirada grande, tenía una influencia social relevante. Era el decano de la Prensa de la tarde de Madrid y había contemplado la mayor parte de los episodios básicos de este siglo. Era un periódico privado que había pasado por diferentes manos, pero tenía el aroma de la independencia o, cuando menos, del alejamiento del mundo oficial o del poder. Sus momentos culminantes, y en distintas circunstancias, pertenecieron a dos grandes directores, y precisamente dos La Serna, padre e hijo -Víctor y Jesús-, y tenía raíces profundas,en la historia contemporánea española. Los lectores de Informaciones componían lo que hoy suele llamarse «clase dirigente» en una sociedad, y que no es otra cosa que la empresa, los profesionales, los liberales, los universitarios, las gentes de letras, todo eso que constituye una extensa y variada elite en cuyas manos está siempre la inspiración o el destino de un país. Los azares económicos de la Prensa española, con su tecnología antigua, sus crisis publicitarias y de adaptación, sus altos costes de mano de obra y de materias prirnas, todos los elementos que componen una explotación periodística, habían puesto a Informaciones -como a tantos periódicos- en una situación económica apurada, y un día aterrizaron en la empresa dos grupos de accionistas, representados por un Garrigues y Sebastián Auger, que no aportaban vigorosamente otra cosa a. la empresa que deseos de tener un periódico en las manos, tender la mano al poder y a la banca -en espera de subvenciones o de créditos- y sueños a largo plazo. No eran empresarios con patrimonio propio disponible, ni siquiera contaban con crédito generoso, al poco tiempo entrarían en colisión los dos grupos, y afrontaría el protagonismo uno solo, Sebastián Auger, que era un empresario de periódicos catalanes, con algunabiografía antigua de promotor en Madrid, y en cuyos negocios periodísticos actuales había más utopía y fantasía que realidad, porque ya no solamente vivían con apuros sus cuatro periódicos de Barcelona y otras empresas, sino que se embarcaría al poco tiempo en otro periódico de Valladolid, y hasta quería hacerlo en la Costa del Sol y en el Norte. Sebastián Auger era una admirable mente calenturienta. Confieso que sí alguien me ha engañado en la vida, éstos han sido los soñadores, o los que aparentan serlo, probablemente por mi naturaleza literaria. El caso es que me incorporé a la dirección de Informaciones en septiembre de 1979 con la creencia, por mi parte, -porque así me lo juraron por su santa madre mis amables oferentes e interlocutores- que había dinero para este periódico en su necesaria reversión tecnológica, para cien más y para aguantar lo que fuera necesario en ese propósito de hacer un gran periódico y una buena cadena de ellos.
La redacción y la colaboración eran muy aceptables, el taller estaba constituido por viejos y nuevos profesionales de gran espíritu y abnegación, como son todos los gráficos que he conocido a lo largo de mi existencia, y aquello hubiera funcionado muy bien con el objetivo -naturalmente, quirúrgico- de la reversión tecnológica a los métodos modernos de impresión. Pero Sebastián Auger, como pude ver en seguida, tenía cerradas las puertas del poder en cuanto a ayuda, y de la banca en cuanto a crédito. Y tuvo que cerrar dejanto montones de deudas; las más graves, las de los trabajadores.
Lo que se cerraba -un periódico prestigooso- no puede considerarse como el patrimonio exclusivo de un empresario, que además había puesto muy poco dinero, sino como el patrimonio común de sus lectores, de sus anunciantes y del país. Esta no era la historia de un fracaso periodístico, que hubiera justificado un cierre en cualquier momento, sino todo lo contrario, era un periódico viejo, prestigioso y con una gran influencia social cuyo problema era únicamente su tecnología antigua, y gozaba de una cartera de publicidad excelente. Prácticamente representaba la más alta titularidad de independencia en la prensa de la tarde de Madrid. El caso de Informaciones es otro atentado a la «libertad de expresión», puesto que tanto el Gobierno como el Parlamento, y como determinadas legislaciones obsoletas, alejándose del tema, permiten ese atentado, sin ser sus autores. Concretamente, don Sebastián Auger, por muy admirables que sean sus sueños, no debe disponer de la vida y del destine, de un periódico famoso y prestigioso, que, en razón de las cuentas que echamos habitualmente de cuatro lectores por ejemplar vendido, resulta que lo leían 200.000 españoles de [as variadas especies políticas, intelectuales, culturales, economicas, sociales, y era su periódico de la tarde. Todos coinciden en deplorar la ausencia de este periódico; pero, para agravar más las cosas todavía, existen, al parecer, grupos y personalidades de nuestro mundo financiero que apetecerían hacerse cargo de Informaciones, y ante los cuales el señor Auger pasa una cuenta astronómica e imposible por la cabecera, asunto que antes se denominaba con una palabra popular muy expresiva y, que era la de «estraperlo». El señor Auger quiere hacer estraperlo, o lo simula -aunque no lo pretenda- con la cabecera de un periódico,
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que no vale eso, y que pertenece moralmente al común de los españoles, y donde él no ha puesto apenas nada. Concretamente, a un conocido financiero español tuvo la petulancia demencia¡ de pedirle cuatrocientos millones por esa cabecera, cuando todos los empresarios del país saben que eso es pura imaginación. O eran deseos angustiosos y habilidosos de buscar dinero o ganas de joder.
Probablemente, Sebastián Auger, que es emocionalmente inagotable en el empeño, podría encontrar algún manantial soterrado y extraño para resucitar anémicamente este glorioso título, pero al poco tiempo moriría por su propia penuria vital. Esta aventura sería todavía peor, porque entonces, después de su segunda defunción, la resurrección verdadera y prestigiosa de Informaciones ya sería imposible. Lo más lógico sería que este catalán, original y soñador, cediera el paso, con grandeza personal, a otros que pudieran tener dinero o crédito para no privar a Madrid de uno de sus periódicos fundamentales. La libertad de expresión habría sido así servida por un hombre, el cual merecería todos los plácemes. El caso es que Madrid tiene un periódico menos por circunstancias que son remediables; otros pasan por situaciones difíciles, y no se notan, por parte de quien tiene las altas obligaciones de servicio a un país y a la democracia, que es el Gobierno y el Parlamento, de plantear hasta.el límite todos estos casos que están dentro también de lo que se entiende por «libertad de expresión».
El otro problema contra la bertad de expresión, que únicamente puede ser denunciado, pero difícilmente probado, es aquel en que el poder, o los grupos de presión, alquilan las conciencias o los saberes profesionales de determinados periodistas, escribiendo, como decía Quevedo, «que el pesebre es bueno para cabras, necesitados y otras gentes con apetito de barriga y de honras», para complacer sus opiniones o sus intereses en periódicos de los que son meros redactores, cometiendo estas dos figuras de infidelidad: la infidelidad a sí mismos y la infidelidad a sus empresas. O, si se quiere, dos deslealtades. Esto es lo que se viene llamando desde el pasado «el fondo de reptiles», que tiene diferentes manifestaciones. Hay algún compañero de este oficio que dice tener en su poder una nómina del «fondo de reptiles». Este es un tema que avergüenza a una profesión y que inhabilita a quien organiza el pesebre. Por otra parte, «el fondo de reptiles» se averigua muy fácilmente leyendo determinados artículos. Es un testimonio que no falla. La independencia no se nota, es verdad, solamente por la crítica, sino también por la afirmación; pero cuando esta última es constante y repetida, es incensario puro, se dibuja «el fondo de reptiles» con una nitidez fuera de toda duda.
Así es que, a la hora de analizar a fondo el tema de los atentados actuales a la libertad de expresión, procede hacer un examen general de las diferentes especies de ese atentado, para concluir en una denuncia global, aunque fuera -en el orden práctico- una tramitación sin esperanza. En este país los autoritarios suprimen la libertad y los liberales organizan pesebres de reptiles para impedirla.
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