La crisis de cuatro estrellas
«En una costa donde la especulación ha campado por sus respetos, la competencia entre empresarios adquiría caracteres grotescos y nadie se preocupó de crear un movimiento interempresarial de denuncia de los problemas de la costa y aporte de soluciones, se ha producido un verdadero terremoto de miedo cuando se han visto las negras perspectivas del turismo para los próximos años». Estas consideraciones fueron realizadas por un alto ejecutivo de la Junta de Andalucía poco después de que el inicio de la campaña terrorista en la Costa del Sol generara una histeria de llamadas telefónicas entre los lujosos hoteles de la zona.Las bombas de ETA en el año 1979 contribuyeron a definir el profundo estado de depresión en que se encuentra el turismo de la mítica Costa del Sol. Los empresarios, que no quieren ni oír hablar de reestructuración, siguen empeñados en la vuelta del turismo de cuatro estrellas y no tienen en cuenta que por Europa ha pasado, como un vendaval, una crisis económica que ha reducido la capacidad de gasto de los turistas, al tiempo que los precios se disparaban en la Costa del Sol y España dejaba paulatinamente de ser competitiva.
El altruismo de la Administración llevó a exportar técnicas turísticas, experiencia, a países que hoy figuran amenazadoramente en lugar destacado de los folletos de los tour operators europeos. La campaña oficial incitando a los españoles a veranear en su país se produce al tiempo que la compañía oficial Iberia hace un despliegue publicitario sin precedentes sobre el número de vuelos semanales que tiene con Nueva York, Londres o los Emiratos Arabes, y se explican las facilidades económicas que se pueden conseguir a través de la también oficial Mundicolor.
Los empresarios que han ofrecido confort de cuatro o cinco estrellas a turistas que luego se bañaban en unas aguas marinas profundamente contaminadas, han recogido los frutos económicos de un turismo que casi venía solo. La falta de profesionalidad de los empresarios quedaba disimulada tras la facilidad con que las divisas permitían subsistir a un inoperante aparato turístico oficial. Las bombas de ETA no son más que el punto final, espectacular, de una larga cuesta abajo que muy pocos denunciaron a tiempo. El fin de la crisis podría venir cuando empresarios, sindicatos y administración se tomen en serio algo que quizá les vino demasiado fácil y se ofrezca al turista seguridad, mimo y precios de acuerdo con sus bolsillos.
Para muchos empresarios que deponen su parcela de responsabilidad en la crisis y quieren meter la Costa del Sol en la UVI del Ministerio de Turismo, para que allí se intente una operación a corazón abierto, aún resultan catastrofistas las predicciones de unos cuantos profesionales, a los que llaman iluminados, que se estremecen ante la posibilidad de que la calle más larga de Europa, la Costa del Sol, se convierta en un desierto de cuatro estrellas.
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