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El presidente de EE UU llega a una Italia especialmente próxima a las posiciones de Washington

Juan Arias

Después de ocho horas y treinta miniutos de viaje, a bordo del USA Air Force Number One, el presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, llegó ayer, a las diez de la noche, al aeropuerto romano de Ciampino. Se dirigió inmediatamente al palacio el Quirinal, como huésped de honor el presidente de la República italiana, Sandro Pertini. Para hoy, el presidente de EE UU tiene previstos sus primeros contactos con los principales dirigentes políticos italianos.

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El presidente americano realiza su primera visita oficial a Italia y al Vaticano, en un momento muy distinto de cuando hace cinco años llegó el presidente G. Ford. En 1975, el Partido Comunista había conquistado los Gobiernos regionales y municipales, junto con las otras fuerzas de izquierdas, en las mayores ciudades italianas, entre ellas Roma. Era un momento de gran preocupación para Estados Unidos, mientras Italia vivía un momento de tremenda crisis económica. Tras las recientes elecciones, sin embargo, un centro-izquierda reforzado permite afirmar a algunos diarios romanos que Carter visita a «su aliado más fiel», un Gobierno incondicionalmente al lado de Washington.En estos cinco últimos años han cambiado muchas cosas, entre ellas, la desaparición de Aldo Moro, el líder democristiano que estaba dando los primeros pasos para asociar a los comunistas al Gobierno, aunque los pasos fueran muy pequeños.

Estados Unidos vivió siempre con gran preocupación esta posibilidad, el ingreso de los comunistas en el Gobierno de un país de Europa occidental.

EE UU, que siempre se había apoyado en la Democracia Cristiana, como en su aliada más fiel, y a quien en realidad ha sostenido en el Gobierno en estos treinta años, hasta el punto que la izquierda ha definido siempre a Italia de «colonia americana», temió en un cierto momento que una serie de escándalos explotados en el ámbito de este partido pudieran ser la causa de su debilitación y de un avance de la izquierda, sobre todo comunista. Por eso, a los principales líderes democristianos que en estos últimos años han visitado Estados Unidos, entre ellos Andreotti, Fanfani y Zaccagnini, se les pidió que se «purificara» la Democracia Cristiana, para que recuperara fuerza moral.

En enero de 1978, Carter hizo saber abiertamente a este partido que no estaba dispuesto a que los comunistas participaran en ningún tipo de Gobierno en Europa occidental y, por tanto, en ltalia.

Todas las últimas elecciones, con la disminución constante de los comunistas, han tranquilizado a Carter, quien hoy está muy agradecido a los dos Gobiernos, presididos por Francesco Cossiga, quien logró, primero, la aprobación del Parlamento para la instalación de los euromisiles en Italia y, después, la entrada en el Gobierno de los socialistas, «sin los comunistas».

El actual Gobierno, formado por democristianos, socialistas y republicanos, es de total fidelidad atlántica y podría jugar un papel importante en las relaciones con Estados Unidos, tanto en el diálogo con Europa, dada la capacidad diplomática de los italianos, como en el diálogo con Oriente Próximo, con quien Italia ha mantenido siempre buenas relaciones.

Hay quien asegura que Carter está encantado del auge, casi inesperado, del Partido Socialista de Bettino Craxi, y que está dispuesto a apoyar con gran fuerza este crecimiento de un socialismo como el de Craxi, de signo socialdemócrata, dispuesto a gobernar con estabilidad junto a la Democracia Cristiana y los demás partidos laicos menores, sin la entrada de los comunistas.

Un alto funcionario de la Casa Blanca ha comentado, en vísperas del viaje de Carter a Europa, la pérdida electoral del Partido Comunista en Italia en la misma línea a la superación del franquismo en España, del salazarismo en Portugal y de la capacidad de Yugoslavia en la resistencia contra el comunismo soviético, y ha alabado públicamente la «significativa consolidación de la democracia en Italia».

El auge de la Democracia Cristiana, junto con el aumento de los socialistas y la disminución de los comunistas, es la mejor tarjeta de visita que Italia podía hoy presentar a Carter.

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