Triunfo del tenor José Carreras

Por quinta vez llegó a los Festivales de la Opera La Bohéme, el título favorito entre todos los de Puccini. Proporción que no puede extrañar si tenemos en cuenta que el Real, durante veinticinco años (1900-1925), la representó 108 veces. Esa popularidad aumenta las dificultades intrínsecas de la obra, pues los asiduos soportan mal imperfecciones que, en la ocasión presente, menudearon: el segundo acto lindó con el desbarajuste, la Musetta (Naney Shade) cantó mal y actuó con exagerado histrionismo, y el director musical (Gianfranco Masini) se ganó una pequeña bronca, pues su labor fuee absolutamente mediocre.Pero el respetable pudo, en cambio, entusiasmarse con José Carreras, voz hermosa, expresión emotiva, técnica fácil, musicalidad preciosa. El tenor catalán se suma a los mejores Rodolfos que registra la historia lírica. Su arte, tan depurado y flexible, encarna el ideal del estilo pucciniano, heredero y modificador de la tradición verdiana. Escuchar a Carreras constituye un goce estético ininterrumpido. Su fraseo y su dicción -claros, frescos, comunicativos- dan vida a los personajes que encarna hasta presentarlos como algo nuevo de singular penetración e intensidad.

Junto a él, la rumana Illeana Cotrubas supo dotar a Mimí de tan exactos y diferenciados matices corno los que consigue, por ejemplo, con Manon o con Mélisande. Su arte tiene todos los atributos de lo encantatorio, y, su timbre, un no sé qué de irreal que acaba por prendernos. Noble, preciso, dominador, el Marcello de Vicente Sardinero, y en buena línea de valores el Schaunard de Martín Grijalba. El bajo Malcolm King se hizo aplaudir en su breve aria del cuarto acto.

Música vasca

María Luisa Ozaita, compositora y clavecinista, ofreció un panorama de música vasca del siglo XVIII en -el Teatro del Círculo de Bellas Artes con obras de Oxinaga, Larrafiaga, Eguiguren, Sostoa, Lombide, Bidaurre, Gamarra, Olague y Mateo Albéniz.