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Los Reyes entregaron las medallas de oro de Bellas Artes

«Quiero reiterar mi más sincera felicitación a todos los galardonados y mi satisfacción por entregar personalmente estas medallas, cumpliendo así una de las tareas que ha sido siempre preocupación de la Corona: la promoción de las artes y la protección de nuestro riquísimo patrimonio artístico». Con estas palabras terminaba el rey Juan Carlos su discurso y el acto de entrega de las medallas de oro de Bellas Artes, que se celebró ayer en el salón de actos del Museo del Prado.

Por delante de la mesa de la presidencia habían pasado los galardonados: el presidente de la Academia de Bellas Artes, señor Moreno Torroba; Lorenzo Dorta, alcalde de Garachico (Tenerife); los representantes de los museos y fundaciones e instituciones premiados el pasado año (fundaciones Joan Miró y Juan March, museos de Bilbao y Cuenca y el Círculo de Bellas Artes de Madrid) y los artistas relacionados con las plásticas, la música y el cine que recibían también su medalla: el pintor Eusebio Sempere, el conservador de museos Manuel Chamorro Lamas, el jardinista y urbanista canario César Manrique, el académico José Filgueira Valverde y el escultor Pablo Serrano, por las artes plásticas; los maestros Mompou, Rodrigo y Narciso Yepes, por la música, y el director Carlos Saura, por el cine.Para todos ellos tuvo el ministro de Cultura, Ricardo de la Cierva, inspiradas palabras en su turno de intervención. Habló el ministro de que el Museo de Cuenca era «una explosión de futuro creador en el remanso más tranquilo de la Castilla libre», de que César Manrique venía a ser un «milagro del Atlántico surgido de las entrañas de su isla» y de que Carlos Saura es «la demostración viva y joven de que el cine español es tan importante como el resto de las artes», por citar sólo algunos, y recorrió también la historia del Real Museo del Prado, vinculado de nuevo ahora a la Corona con la creación inmediata del Real Patrimonio. Hizo, por fin, Ricardo de la Cierva, pormenorizadas promesas sobre la terminación gradual, hasta 1983, de las obras de acondicionamiento del museo.

Pero no fue tan aplaudido como Francesc Vicens, el quijote flaco y barbado de la Fundación Miró, cuyo discurso fue interrumpido a mitad por una ovación. Efectivamente, se dice que fue Pablo Serrano quien abrió el fuego del aplauso cuando el catalán, ex directivo del Partido Socialista Unificado de Cataluña, diputado ahora por Esquerra Republicana, evocó aquella tradición que encontraba rediviva, y que era la existencia de «una monarquía caracterizada en otras épocas gloriosas por su protección a las artes».

Y es que el ambiente era fervorosamente monárquico. Lo era, con los contrastes negros y las majestades evidentes, en la galería de Velázquez, que los Reyes y los poco más de cien invitados atravesaron hasta llegar al salón de actos, y en los comentarios de la gente cuando, cerca de la mirada cercana del cardenal infante, se organizó el besamanos de despedida de los Reyes.

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