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Reportaje:COYUNTURA ECONÓMICA

Aspectos económicos de las comunidades y regiones, españolas

Uno de los temas que preocupan actualmente en relación con las comunidades y regiones españolas es el de su distinta capacidad y nivel económico, debido a los problemas que ello puede originar para la generalización prevista de las propias autonomías e incluso, para la consecución, a largo plazo, de un mayor grado de equilibrio en la distribución regional de la renta y de la riqueza. Por ello, ofrecer algunos de los datos que permiten configurar una imagen de la potencia económica de tales regiones puede resultar de interés en momentos como los actuales, en que se comienza a poner en funcionamiento una organización autonómica generalizada del Estado. Antes de comenzar esta tarea ha de hacerse, sin embargo, una advertencia: las agrupaciones provinciales que utilizamos en este trabajo no intentan más que responder estrictamente a la situación autonómica o preautonómica existente en el momento actual, sin que ello suponga prejuzgar de ningún modo acerca de la posible integración de determinadas regiones en otras o de su consideración aislada.Por otra parte interesa asimismo subrayar que la información estadística que se ha utilizado para la elaboración de este trabajo procede de los estudios sobre la renta nacional de España y su distribución provincial que cada dos años viene publicando el Servicio de Estudios del Banco de Bilbao, complementados tales datos sobre la renta y el producto provincial con otras diversas informaciones procedentes de las publicaciones del Instituto Nacional de Estadística.

Pero un análisis de los aspectos económicos de las comunidades y regiones autónomas españolas quedaría incompleto si no se le añadiese un término de referencia. En este caso, la referencia obligada no podía ser otra que la Comunidad Económica Europea, puesto que hacia su integración en la Comunidad se dirige la economía española. Sin embargo, como la propia Comunidad ofrece una gama muy amplia de matices entre sus distintos países miembros, se han incluido en la mayor parte de las ocasiones los datos relativos a Italia, para que el lector cuente con suficientes elementos de juicio. De ahí que los datos de la CEE y de Italia constituyan también otra fuente estadística de obligada referencia en este trabajo.

La España "intensiva" y la España "extensiva"El punto de partida en el análisis que hoy presentamos a los lectores es el de la disparidad entre las distintas regiones españolas. Como es conocido, esa idea de disparidad ha llegado incluso a concretarse en torno posible existencia de dos Españas muy diferentes. Sin entrar en la validez actual de tales afirmaciones, en otros planos de la realidad, conviene quizá comprobar hasta qué punto la economía española de hoy, contemplada desde sus diversas comunidades y regiones, responde a esa visión de la España dual y antagónica que se nos ha transmitido desde perspectivas distintas a la puramente económica y generalmente en relación con otras épocas.

Pero también en el ámbito de la economía se ha mantenido la idea simplificadora de la dualidad española. Cambó utilizó los términos de "oasis" y "desiertos", así como otros han empleado los de regiones agrícolas para calificar nuestra varioda geografía. Quizá por ello, comprobar hasta que punto tales afirmaciones son ciertas pueda constituir un comienzo lógico para la tarea de presentar los indicadores que mejor definen la realidad económica de las distintas comunidades y regiones españolas.

¿Puede sostenerse hoy la existencia en España de dos tipos distintos de comunidades o regiones que respondan a la típica configuración de «oasis» y de «desiertos»? Posiblemente, la mejor forma de responder a esta pregunta consista en comprobar la densidad de la producción y la población en cada una de ellas, tomando a tales efectos las cifras de producción y de población correspondiente a. 1977 y la extensión en kilómetros cuadrados de cada una de las citadas regiones. Los resultados se ofrecen en el cuadro número 1, y a través del mismo puede comprobarse cómo no existe una radical y completa separación entre los «oasis» y los «desiertos», si con estos términos designamos respectivamente al aquellas regiones de escasa densidad en su producción y en su población y a aquellas otras con altas densidades en ambas variables, aunque los términos citados no encajen demasiado bien en el ámbito de la producción. Podría hablarse quizá con mayor propiedad en este último caso de regiones de producción «extensiva» y de regiones de producción «intensiva».

En efecto, si la España «extensiva» o «desértica» puede estar constituida por Extremadura, La Mancha, Castilla-León y Aragón, que son las regiones o comunidades con más baja densidad de población y producción, la España «intensiva» o los «oasis» -en el sentido evidentemente distorsionado en que aquí se viene utilizando este término-, estaría formada por Cataluña, el País Vasco y Madrid, que constituye, sin duda, las zonas geógráficas en las que se concentra una mayor cantidad de población y producción por kilómetro cuadrado. La disparidad entre ambos tipos de regiones o comunidades es notable, a la vista de los datos del cuadro número 1. Pero la dualidad nítida entre ambos núcleos de regiones no queda fundamentada a la vista de los datos del cuadro número 1. Entre los «oasis» y los «desiertos», entre la España «extensiva» y la «intensiva» existen otras muchas regiones -nada menos que nueve-, que agrupan un 46,9 % de la producción y un 39,9% de la población española, formando con los extremos anteriores un tejido continuo de gradaciones y matices en el aparente enfrentamiento dialéctico de las dos Españas que venimos mencionando.

El cuadro número 1 es lo suficientemente significativo para que el lector compruebe cómo cabe todavía a través de los datos del mismo efectuar otra agrupación intermedia que rellene suficientemente el aparente vacío que dejan entre sí los grupos extremos. Entre los «oasis» y los «desiertos», entre la España «intensiva» y la España «extensiva», cabe holgadamente una España intermedia, que constituye hoy en día nada menos que casi la otra mitad del país.

La España rica y la España pobre

Hasta aquí hemos utilizado el criterio de la densidad territorial para caracterizar a las distintas regiones y comunidades españolas. Sin embargo, quizá el criterio de riqueza o pobreza de una determinada zona que cuente con mayor popularidad -evidentemente justificada- sea el de la producción por habitante y, pese a sus conocidos y evidentes efectos, sea el que más rápidamente permita cuantificar el potencial económico de cualquier zona.

Pues bien, si se recurre a este indicador, de nuevo puede comprobarse cómo tampoco existen tan sólo dos núcleos plenamente definidos y diferenciados de comunidades o regiones ricas y pobres. Por el contrario, entre las comunidades que pueden considerarse como ricas a través, de su producción por habitante y las que pueden calificarse como pobres conforme a ese mismo indicador se extiende un núcleo importante de comunidades que van dando continuidad al intervalo y tienden un puente entre ambos grupos extremos. El cuadro número 2 permitirá comprobar al lector el fundamento de esta afirmación. Tampoco la vieja teoría de la España dual y antagónica resiste en el ámbito concreto de producción por habitante, su contraste con los datos de las comunidades y regiones españolas actuales.

Afirmar que no existen tan sólo dos España distintas -una rica y otra pobre- no significa el no reconocer que existen unas regiones con altos niveles de producción por habitante y otras con niveles muy bajos. El cuadro número 2 demuestra, por ejemplo, cómo la producción por habitante en Cataluña, el País Vasco y Madrid duplica con creces a la producción por habitante de Extremadura, extremo inferior del intervalo. Del mismo modo, esa disparidad entre la potencia económica de las distintas regiones medida a través de su producción por habitante puede comprobarse cómo es elevada tomando como criterio la desviación típica del citado indicador, que, en relación con su media, es de un 21%.

Los datos del cuadro número 2 permiten asimismo una cierta tipificación de las distintas comunidades y regiones españolas, tomando como criterio clasificador los niveles de las 200.000 y de las 275.000 pesetas de producción por habitante. De este modo, podría caracterizarse un primer bloque de comunidades y regiones con producción por habitante inferior a las 200.000 pesetas en 1977 formado por Extremadura, Andalucía, Galicia, Canarias, La Mancha y Murcia; un segundo grupo con producciones comprendidas entre las 200.000 y las 275.000 pesetas, constituido por Castilla-León, Valencia, Asturias, Santander, Logroño, Aragón y Navarra, y, finalmente, un tercer grupo, integrado por Baleares, Cataluña, el País Vasco y Madrid, cuya producción ha superado en 1977 las 275.000 pesetas por habitante. Si se efectúan tales agrupaciones, la homogeneidad de las -mismas -como es lógico- resulta mayor, pasando la desviación típica a representar un 10,5 % de la media en el grupo de producción más reducida, un 6,8% en el grupo intermedio y tan sólo un 3,8% en el grupo de producción más elevada.

En el cuadro número 2 también se contienen las tasas de crecimiento de la producción total para cada comunidad o región duraníe el período 1955-1975 y durante el período 1975-1977. A la vista de tales datos puede comprobarse cómo, en general, las tasas de crecimiento de la producción, han reducido su cuantía a partir de 1975 como consecuencia del impacto de la crisis económica. Pero también cabe obtener algunas conclusiones adicionales y, entre ellas, que las tasas de crecimiento se han hecho mucho más heterogéneas dentro de cada uno de los grupos indicados en el período 1975-1977, y que las regiones más afectadas por la crisis respecto a su tasa de crecimiento han sido aquellas de mayor nivel económico.

Menor velocidad en el crecimiento de la producción, mayor heterogeneidad en su distribución a nivel regional y, sobre todo, mayor impacto desacelerador en aquellas regiones o comunidades con más alto nivel de producción por habitante constituyen, en consecuencia, algunas de las secuelas de la crisis sobre la economía de las comunidades regiones españolas.La España agrícola y la España IndustrialUn tercer criterio al que suele recurrirse con frecuencia cuando se trata de describir las distintas comunidades y regiones españolas es el del mayor o menor peso de la producción agraria en la producción total de las mismas. Se habla así de una España agrícola y de una España industrial y de servicios como versión diferente de la España dual y antagónica.

Los datos del cuadro número 3 parecen indicar, no obstante, que tampoco esta dicotomía puede sin más admitirse. Desde una producción primaria de más del 22% del total de su producción -Extremadura- hasta una producción primaria de menos del 1% -Madrid- se extiende una amplia gama de variedades y matices a lo largo de nuestra geografía.

Sin embargo, esta afirmación debe ser adecuadamente ponderada porque, si bien no es cierto que pueda hablarse sin más, en la actualidad, de regiones o comunidades agrarias, cuando en la que mayor peso tiene el sector primario -Extremadura- tan sólo alcanza algo más de un 22% de la producción total, sí es totalmente cierto que la mayor parte de la producción primaria -un 63,7%- se concentra en las seis primeras regiones del cuadro número 3. En consecuencia, si bien no existen actualmente regiones agrarias, en el sentido estricto del término, si continúan existiendo regiones en donde se obtiene la mayor parte de la producción agraria del país. En todas ellas, sin embargo, la producción, industrial y de servicios es muy superior a la producción primaria.La España desigual en sus regiones

Hasta aquí hemos tratado de demostrar que no existen tan sólo dos grupos posibles de regiones y comunidades españolas, cualquiera que sea la característica que se elija para su definición. No existe, en consecuencia, tan sólo una España desértica frente a una España intensamente poblada, ni una España rica frente a otra pobre, ni tan siquiera una España agraria frente a otra industrial y de servicios, aunque todos esos extremos se den cita en la amplia variedad de nuestras regiones y comunidades.

Sin embargo, variedad significa heterogeneidad o desigualdad, y lo que interesa ahora comprobar es el grado de desigualdad económica existente entre nuestras regiones y comunidades. Para ello, quizá el mejor indicador consista en atender a la producción por habitante que se contiene en el cuadro número 2. A la vista de tales datos es posible hacerse una idea del grado de desigualdad económica existente entre las diferentes comunidades y regiones españolas en los momentos actuales.

Pero cabe preguntarse si las cifras de la producción por habitante son un indicador suficiente para medir el grado de concentración de está magnitud entre las distintas comunidades autónomas, es decir, el grado de desigualdad entre las mismas. Los co nocedores de las técnicas estadísticas nos responderán que, sin duda, un buen indicador para medir la desigualdad es el índice de concentración de Gini. Como es sabido, cuando este índice alcanza el valor de la unidad -o de la centena, si se expresa en porcentajes- indica el máximo grado de desigualdad posible, mientras que cuando toma el valor cero señala la existencia de una igualdad absoluta en la distribución de la magnitud de que se trate entre los distintos sujetos de la comparación.

Pues, bien, si se obtienen los valores del índice de Gini para la distribución de la producción entre las comunidades y regiones españolas en algunos años significativos de nuestro proceso de crecimiento económico o al comienzo de la crisis actual, los resultados son los siguientes: en 1955, el índice de Gini tomaba un valor del 20,99%; en 1967, del 17,24%; en 1973, del 13,76% y, finalmente, en 1977, el índice se redujo al 12,80%. De estos valores pueden obtenerse algunas conclusiones. de interés que trataremos de comentar seguidamente. En primer término, que, por sorprendente que quizá esto pudiera parecer, el proceso de crecimiento de la economía española ha supuesto una importante reducción en el índice de concentración de la producción entre las distintas comunidades y regiones. En otras palabras, que la desigualdad entre estas regiones y comunidades, medida a través de la producción por habitante, ha disminuido sensiblemente entre 1955 y 1977.

Pero, además, otra conclusión que fácilmente puede desprenderse de los datos comentados es que el grado de desigualdad entre las distintas regiones, si se atiende a la producción por habitante, no es excesivo, puesto que un índice del 12,80% no puede considerarse como muy elevado en materia de distribución de la renta.

Finalmente, que la reducción de la desigualdad regional ha sido relativamente lenta en el período 1955-1967, acelerándose notablemente entre este último año y 1973, y volviendo a desacelerarse entre 1973 y 1977. En consecuencia, la crisis económica ha afectado negativamente al proceso de mayor equilibrio entre las regiones que venía recorriendo la economía española desde la mitad de la década de los años sesenta.

Las migracionas como factor de igualación regional

Las conclusiones que acabamos de obtener respecto a las desigualdades regionales han de ser, sin embargo, matizadas de forma considerable. Como es evidente, un mayor grado de equilibrio en la distribución regional de la producción por habitante puede alcanzarse por dos procedimiento muy distintos: aumentando la producción o reduciendo el número de habitantes. Pues bien, importa destacar que ese mayor grado de equilibrio en la potencia económica de las distintas regiones españolas que acabamos de señalar se ha venido produciendo gracias a las fuertes corrientes migratorias interiores, en lugar de mediante mayores producciones en las regiones más pobres.

La relativa «desertización» de algunas regiones, en lo que se refiere a su población, ha sido, en consecuencia, el motor básico del mayor grado de equilibrio regional de la producción por habitante. A estos efectos, si se toman las cinco regiones de producción por habitante más reducida en 1955 y se compara su población con la que alcanzaron en 1977 se observa que han pasado de un 43,04% de la población total a sólo un 34,64% de dicha población, es decir, han perdido 8,40 puntos de porcentaje respecto a la población total.

Por el contrarío, si se toma la población de las cinco regiones con producción por habitante más alta en 1955 y se compara con su población en 1977, resulta que ésta ha pasado de representar un 28,52% a un 38,77%, es decir, esas regiones han ganado 10,25 puntos de porcentaje respecto a la población total, cifra relativamente similar a la que han perdido las regiones y comunidades de producción más reducida. La «desertización» -o mejor, las migraciones- ha constituido en los últimos veinte años uno de los motores del proceso de mayor equilibrio en la distribución de la producción por habitante entre las distintas regiones españolas.

Transferencias e im puestos como factores redistributivos

Hasta aquí hemos analizado algunos de los factores que han producido en los últimos años una clara tendencia hacia un mayor grado de igualdad en la producción por habitante de las distintas regiones españolas, midiendo el grado de desigualdad a través de la producción bruta regional. Pero cabe preguntarse si ese grado de desigualdad regional resultaría distinto si, en lugar de tomar como criterio la producción bruta por habitante, tomásemos los ingresos regionales netos o la renta familiar disponible.

Pues bien, si en lugar de la producción bruta por habitante se tomasen los ingresos regionales, el índice de Gini, en lugar del valor 12,80%, se situaría en el 13,78% para 1977. La distribución de los ingresos regionales por habitante es, en consecuencia, sensiblemente más desigual que la distribución de la producción bruta. Como entre uno y otro concepto la diferencia estriba en las amortizaciones y en las transferencias con otras regiones por trabajo y capital, es evidente que tales conceptos -y, en especial, las transferencias citadas- constituyen factores que influyen negativamente en la distribución regional de la renta.

Pero si en lugar de la renta o los ingresos regionales tomásemos el concepto de «renta familiar disponible» por habitante, el valor del índice de concentración de Gini se reduciría al 9,65% para 1977. Como puede comprobarse, este valor es mucho más reducido que el de concentración de los ingresos regionales e, incluso, que el de concentración regional de la producción, y señala de modo evidente una distribución regionalmente más igualitaria.

La conclusión que puede obtenerse de estos datos es relativamente simple, pero puede exigir de no pequeños esfuerzos en los próximos años: cualquiera que sea el sistemá que se adopte de organización de las comunidades autónomas en un futuro inmediato, no deberia disminuirse esta tarea redistributiva a nivel regional del sector público, que tan importante papel está desempeñando en el lento y problemático camino hacia una mayor igualdad económica de las distintas regiones españolas. Conseguir el mantenimiento de este proceso redistribuidor quizá no resulte tarea sencilla en un Estado de comunidades autónomas, pero constituye exigencia esencial para la pervivencia del mismo a largo plazo.

¿La España regional, diferente?

A lo largo de este trabajo hemos venido comentando los datos que configuran una posible valoración económica de urgencia de las distintas regiones y comunidades españolas. En los cuadros habrá encontrado el lector, además, los datos referentes a la Comunidad Económica Europea y a Italia. A la vista de los mismos cabe preguntarse si nuestras cifras son muy distintas de las de Europa o si nuestro mosaico regional podría encontrar aceptable acomodo sin desentonar demasiado en el concierto europeo.

Responder a esta pregunta exige, sin duda, una investigación mucho más profunda que la provisional y fragmentada que aquí se ofrece. Pero las diferencias entre algunas de las cifras medias de la Comunidad y de Italia ya ponen de manifiesto la heterogeneidad evidente que se oculta tras la apariencia unitaria de la CEE. Si a ello se une el elevado grado de heterogeneidad que existe asimismo entre las distintas regiones de los diferentes paises miembros, no cabe duda de que nuestra conocida y no tan excesiva heterogeneidad regional podrá encontrar en la España comunitaria más similitudes de las que, en un principio, cabría esperar. España, en esto, tampoco sería diferente.

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