Los cuatro años de Argentina
A LOS cuatro años de un poder cuyo absoluto no ha podido tener más límites que los de las circunstancias mundiales y los de una economía interna difícilmente dorninable, Argentina presenta unas alternativas de cambio que la opinión pública mundial coincide en considerar corno insuficientes. La apertura a la entrada de los civiles en diálogo con el Ejército en el poder no representa, en realidad, más que una esperanza de legalización; las posibilidades de sustitución de Videla, que cumple su período presidencial (con arreglo a unas normas fijadas por la conveniencia de la propia Junta), no ofrece más que lo que pueda suponer un cambio de rostro (el del actual general-presidente, y su retórica propia, no han sido particularmente afortunados), pero en ningún caso un cambio de doctrina; y el gran tema de los derechos civiles y humanos apenas ha mejorado desde que se estableció la mala doctrina de responder a una violencia guerrillera con una violencia de Estado, apenas disfrazada con la mención de «grupos de incontrolados» o de policías paralelas. La lista de personas y hechos que ha presentado Amnesty International en la misma fecha del cuarto aniversario es un inventario abrumador de agravios a cualquier forma de libertad, y las respuestas del Gobierno de Buenos Aires no han ido más allá de las consabidas quejas contra la campaña comunista de las más oscuras fuerzas del mal. Cuando, por cierto, los comunistas no son precisamente los más perseguidos por el régimen ni las fuerzas más vivas en la oposición, y cuando se realizan una serie de acuerdos entre Buenos Aires y Moscú, visitado precisamente estos días por una comisión gubernamental argentina que va a recibir ayuda en la tecnología nuclear a cambio del envío de trigo con el que paliar el boicot de Estados Unidos.Videla y la Junta que le da la palabra pueden, en estos momentos de aniversario, presentarse como aquellos que acabaron con el caos. Fue ciertamente un caos el tiempo de Perón y el de su tercera esposa y heredera; un caos espectacular y necio en el que el fanatismo, por una mística que trataba de reproducir una época que no fue tampoco feliz y que inició el gran desastre económico y social del país, con la apariencia de una concesión de protagonismo a sindicatos y a desfavorecidos de la fortuna, pero con una realidad de corrupción en todos los órdenes y de desgaste de una riqueza nacional y de una cultura que todavía sobrevive. Pero el nuevo régimen argentino no acabó con el caos: lo invirtió y le dio la apariencia de un orden. Es decir, el caos quedó organizado; que es el ideal de muchas mentalidades políticas de la gran derecha. La respuesta a la arbitrariedad peronista de la segunda época hubiera sido la organización de una democracia real, que era la que estaba directamente agredida; fue, en cambio, la de una paz octaviana que ha sustituido el desorden por el miedo, que ha vertido y vierte la sangre como remedio, que ha impuesto la necrofilia como doctrina y como acción y que busca la restauración económica por la vía de la miseria o, por lo menos, de la necesidad.
No es creíble que el diálogo con los civiles» pueda, ahora, restablecer un régimen de derecho. Entre otras cosas, porque los civiles no son una casta más o menos numerosa con la que el poder dialoga como quiere y con sus condiciones: los civiles son, precisamente, el país. No parece creíble que esta nueva política sea más que un intento de legalización de la Junta militar: un cíertojuego al que algunos se prestarán por ambición de poder, algún otro con la esperanza de poder hacer algo «desde dentro»; pero la gran mayoría de la nación quedará, una vez más, excluida. Desgraciadamente, no hay demasiadas esperanzas para el futuro. Si esta variación no es creíble, tampoco se ve que hay una presión internacional suficiente, en un momento en que Estados Unidos se preocupan más de la nueva guerra fría que de otros temas, y cuando la Unión Soviética colabora con el régimen de Videla con la esperanza de romper un cerco. Los rumores de que en el Ejército hay una disconformidad con el sistema de gobierno o las posibilidades de que el pueblo se alce contra el poder absoluto no ofrecen, por ahora, ninguna esperanza seria de caducidad del régimen. El cuarto aniversario del poder militar en Argentina no ofrece ninguna perspectiva esperanzadora para el futuro.
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