_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La economía española ante una Europa en mutación: el contexto europeo / 1

Buen número de observadores económicos coinciden hoy en afirmar que el conjunto de los países industrializados ha entrado en una fase de crecimiento lento. Un análisis más detenido del problema muestra, sin embargo, que es la jerarquía de las tasas de crecimiento característica de los años sesenta (primero el Japón, luego Europa y, en último lugar, Estados Unidos) la que se ha modificado a lo largo de los años setenta (primero el Japón, luego Estados Unidos y finalmente Europa), y que va a ser Europa la más perjudicada por la desaceleración general prevista para los años ochenta. Factores tanto técnico-económicos como socio-políticos son susceptibles de afectar muy especialmente a una Europa carente de recursos energéticos y minerales en el curso de ese lento proceso de transición de las economías de los países industrializados hacia las formas más descentralizadas, participativas y humanistas de la sociedad posindustrial.De entre los numerosos análisis sobre los obstáculos técnicos al crecimiento económico europeo, nos ocuparemos especialmente de los cinco siguientes:

- La crisis energética.

- El funcionamiento del sistema monetario.

- La inadaptación del ahorro a la inversión.

- Los cambios estructurales de la demanda.

- La confusión conceptual de las políticas económicas.

La crisis energética

El aumento del precio del petróleo ha planteado al conjunto del bloque europeo un problema de transferencia real de recursos hacía el exterior, que provoca entre los países del bloque una lucha silenciosa, la cual ha contribuido a la progresiva descomposición del proceso de integración al crear una división malsana entre países «fuertes» y países «débiles». Todo induce a pensar que el aumento de los precios del petróleo proseguirá durante la década de los ochenta. Pero el problema no consiste en la limitación de los recursos petrolíferos, como bien lo demuestra el estudio de Interfuturos (OECD), sino más bien el de la estrategia óptima de un grupo de países productores cuyas reservas se suponen finitas.

Si se excluye una intervención militar en el Próximo Oriente, el precio medio del petróleo seguirá aumentando, en términos reales, en el curso de los próximos diez años, con lo que se reforzarían los efectos negativos que sobre el crecimiento de Europa viene ejerciendo desde 1974 la transferencia real de recursos que ello implica.

En lo que concierne al sistema monetario internacional, la adopción de los tipos de cambio flotantes, con su contrapartida (aparente) de una mayor independencia para las políticas monetarias nacionales ha contribuido tanto como el problema del petróleo a la división europea entre países «fuertes» y países «débiles». El carácter principal de las políticas europeas de los años setenta ha sido su fe inquebrantable en mecanismos de regulación casi exclusivamente monetarios, a pesar de que resultaran incapaces de explicar satisfactoriamente los fenómenos inflacionistas de que fueron víctimas, sobre todo, los países «débiles».

Hay un cierto fatalismo en el modo con que se observa por toda Europa el aumento de los precios, y el clima psicológico que lo envuelve no es precisamente el más favorable para llegar a contenerlo, con inflaciones de demanda e inflaciones de coste que se entrecruzan y superponen en un proceso que alimenta sin cesar las expectativas inflacionistas de todos los agentes económicos.

Desde 1973 se asiste en Europa a un claro declive de las inversiones, especialmente en el sector privado. Como factores determinantes de tal evolución, además de la inestabilidad monetaria y de la falta de confianza que aquélla genera, hay que considerar el alza de los tipos de interés, coincidiendo con una elevación del endeudamiento que impide la recuperación de las inversiones. El ahorro de las familias se desvía del mercado de capitales de renta variable, e incluso de la vivienda para concentrarse, a medida que crece la incertidumbre, en activos líquidos o en valores de renta fija (a pesar de que la inflación suele adscribirles tipos de interés real negativos). La debilitación de las inversiones se hace especialmente patente en los sectores donde el grado de innovación reclama la asunción de riesgos elevados: la investigación, el desarrollo o las producciones de vanguardia se ven sensiblemente reducidas, con lo que se frena el proceso de cambio estructural de las actividades productivas.

¿Cómo reactivar la autofinanciación cuando la presión sindical perturba la distribución global de las rentas entre trabajo y capital en detrimento de este último? ¿Cómo reorientar el ahorro familiar hacia la financiación a largo plazo de las empresas? Estos mecanismos de financiación del crecimiento han sido los más seriamente perjudicados por la crisis de los años setenta y es poco probable que la confianza perdida, tanto por los ahorradores como por los inversores, pueda reconstituirse en los próximos años.

Al margen del aludido debilitamiento de la inversión, los años setenta se distinguen por la aparición en Europa de fenómenos parciales de saturación de la demanda de las familias (especialmente en la relativa a bienes de consumo duradero), comparables a los que se registraron en Estados Unidos hace diez o veinte años. De estas saturaciones parciales del consumo de bienes materiales surge una mayor demanda de servicios privados y colectivos cuyos efectos multiplicadores sobre la actividad y el empleo son más reducidos. Bajo la óptica de los modelos de relaciones interindustriales de Leontief podría decirse que la demanda final se orienta hacia estructuras que generan menos efectos indirectos al nivel de la producción. Una vez más, nos hallamos frente a una evolución casi ineludible y que, además, es coherente con las aspiraciones ecológicas en favor de un mayor ahorro de energía y de materias primas.

En este terreno subsisten, sin embargo, sensibles diferencias entre regiones y países de la Europa, aparte del hecho de que la demanda de productos manufacturados se halla todavía lejos del nivel de saturación en países como España e Italia, lo cual debería permitirles seguir creciendo aún a ritmos relativamente elevados durante los años ochenta.

La confusión conceptual de las políticas económicas

Durante los años cincuenta y sesenta, los países europeos se pertrecharon con contabilidades nacionales y con instrumentos de análisis que permitían contemplar con optimismo el problema de la gestión del crecimiento económico gracias a la intervención de mecanismos fiscales y monetarios. Resulta grato recordar ahora la eficacia de los planes de estabilización adoptados por varios países al final de los años cincuenta, y que reforzaron la confianza en el omnímodo poder de los instrumentos de la política económica. Por muy sorprendente que ello pueda parecer, hoy todas las teorías económicas encontraron entonces argumentos cuantitativos que avalaban su validez.

Después de iniciarse la crisis monetaria internacional y su agravación por la crisis del petróleo, las economías europeas entraron en una situación totalmente nueva que desafía prácticamente a todas las escuelas del pensamiento económico. Así nos hallamos, pues, en sintonía con lo que decía Keynes hace más de cuarenta años: «En el estado actual de la cuestión, (...) las profundas divergencias de opinión entre los economistas casi han destruido ya la influencia práctica de la teoría económica y continuarán haciéndolo mientras aquéllas no se resuelvan.» La historia económica establecerá quizá un día con claridad la responsabilidad que en la crisis actual incumbe a los economistas que han preconizado sistemáticamente medidas de política económica a corto plazo para solventar problemas de evolución estructural que son esencialmente de plazo largo. En casi todos los países (con la excepción, sobre todo, de los que contaban con un amortiguador constituido por la mano de obra extranjera) se han sucedido los planes económicos de restricción y relanzamiento, saldados siempre con otros tantos fracasos, sin que por ello haya tambaleado la confianza de los consejeros económicos, encerrados en continuas batallas dialécticas entre keynesianos y monetaristas.

Estas líneas harán sonreír, sin duda, a aquellos lectores que crean que la crisis actual es una crisis del capitalismo y que su solución está en el socialismo. Y, sin embargo, ¿alguien puede negar que en sus aspectos económicos la palabra «socialismo» está hoy vacía de contenido? El «socialismo» planificador de los países del Este ha fracasado en lo económico, además de haber demostrado su incompatibilidad con las libertades individuales. Sobre el socialismo utópico que preconizan las alas izquierdas de los partidos socialistas europeos no existen análisis precisos de sus mecanismos de funcionamiento. Por último, si por socialismo entendemos lo que realmente practican los partidos socialistas europeos cuando están en el poder, es decir, una socialdemocracia intervencionista, su enfoque macroeconómico es de corte similar al de otros países más liberales y no ha aportado ninguna solución innovadora a la crisis actual.

En nuestra opinión, todo lo que cabe pedir hoy a la macroeconomía es una garantía de continuidad en el mantenimiento de los instrumentos de la política económica (estabilidad de los cambios, regularidad en el crecimiento de la masa monetaria, delimitación del déficit del sector público), para devolver la confianza en la estabilidad del sistema y para favorecer a los productores en lugar de estimular a los especuladores. Dicho de otro modo, se trata de definir una política económica que cree condiciones favorables a una mayor flexibilidad y adaptabilidad de la oferta en condiciones de estabilidad monetaria, sin que ello sea óbice para atacar el fondo del problema mediante otro tipo de políticas que las económicas.

¿Existen soluciones?

La continuación de las tendencias actuales implicaría tasas de crecimiento insuficientes para asegurar niveles adecuados de empleo. En la mayor parte de los países las simulaciones tendenciales conducen a resultados socialmente inaceptables a largo plazo. Es evidente que al ser esos resultados inaceptables, los países europeos deberán adoptar medidas para evitarlos. Hemos visto, sin embargo, la insuficiencia de las políticas económicas tradicionales para conseguirlo. ¿Existe alguna solución?

Desde luego, una panacea no existe. Nos atreveríamos a decir que el primer paso ineludible debe ser, precisamente, el de la modestia: debemos constatar qué fórmulas que hasta ahora parecían mágicas, como las monetaristas o las keynesianas, no funcionan. En segundo lugar, no podemos olvidar los aspectos sociológicos de la situación. La crisis del petróleo y la pérdida de nivel de vida que implica no habrían tenido demasiada importancia si no nos encontráramos en una sociedad cuyas escalas de valores se encuentran en profunda mutación. Una sociedad cuyos componentes son cada vez más remisos a sacrificar en favor de la colectividad sus derechos individuales y, al mismo tiempo, más exigentes en cuanto a los beneficios que de esa colectividad esperan. No es casualidad que países tan pobres en recursos energéticos y tan diferentes en muchos aspectos como Japón, Alemania o Suiza hayan resistido tan bien la crisis puesto que en los tres casos las escalas de valores imperantes siguen primando más que en otros países el esfuerzo y la laboriosidad.

Partiendo de esta constatación parece tan carente de sentido lamentarse y desear simplemente que las cosas vuelvan a su cauce (postura conservadora) como pretender dar un salto en el vacío basándose en una ideología sin soluciones concretas (postura izquierdista). Los intentos de solución deberán intentar llegar al fondo del problema actuando en todos los frentes y a los dos niveles antes citados:

- Eonómico, racionalizando el sistema de tal modo que produzca más satisfacción con niveles de esfuerzo inferiores.

- Sociológico, transformando las estructuras sociales, políticas y administrativas de modo que correspondan mejor a los deseos de los ciudadanos.

Hemos dicho anteriormente que no existía ninguna panacea. Sugerir esquemáticamente toda una serie de actuaciones en los dos niveles que hemos indicado es una tarea que, aplicada al caso de España, emprenderemos en dos próximos artículos.

Emilio Fontela 39 años, es catedrático de la Universidad de Ginebra, presidente de la Agrupación Europea de Política Económica y miembro del Instituto Battelle. Eduardo Merigó 42 años, es economista por las universidades de Ginebra y Montana. Fue director adjunto de la OCDE entre 1971 y 1974, año en que se incorporó a la asesoría económica del Ministerio de Hacienda. Fue subsecretario en los ministerios de Joaquín Garrigues y en estos momentos es presidente de Visa España.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_