La "guerra escolar", o la resistencia al cambio
Confieso, para empezar. que me repugna la expresión guerra escolar, que hasta ahora sólo ha sido utilizada por la derecha integrista, siempre dispuesta a calificar de «enemigos» a quienes no estén de acuerdo con sus principios, idearios e intereses; y, como es natural, a los enemigos hay que tratarlos como tales, se les hace la guerra. Pero en la presente ocasión conviene aclarar dos cuestiones; primero, quiénes son los enemigos contra los que se declara la guerra escolar y, segundo, qué oculta o enmascara dicha expresión.Ambas cuestiones están estrechamente unidas y coinciden en un objetivo único: conservar la organización escolar creada por las congregaciones religiosas al amparo del franquismo, pero ahora financiada con fondos públicos. A lograr este objetivo están dirigidos los dos proyectos de ley enviados al Congreso de Diputados: el estatuto de centros docentes y la ley de financiación de la enseñanza obligatoria.
Para conseguir su propósito, las congregaciones religiosas y la derecha integrista han resucitado la guerra escolar como espantajo y como amenaza, y, aun aportando, probablemente, sus votos a Blas Piñar y a Coalición Democrática han comprometido al partido del Gobierno, a UCD. Sin embargo, los dos proyectos de ley son una demostración paladina de que algo muy profundo ha cambiado en el campo de la enseñanza de nuestro país. Por ello, hay que tener mucho cuidado de no dejarse arrastrar por falsas analogías históricas, y creer que, si la declaración de guerra escolar en los años de la Segunda República constituyó una de las consignas movilizadoras para desencadenar la guerra civil, ahora va a ocurrir algo parecido. Grave y craso error, pues mientras en aquellos años la guerra escolar se libraba por las órdenes religiosas, aliadas al integrismo más retardatario, frente a una reducida fracción de profesionales, los únicos interesados por la enseñanza media y por la superior, por lo pronto, hoy la polémica ya no se centra en esos dos niveles de enseñanza, sino en la enseñanza preescolar, en la enseñanza general básica, en la formación profesional y, en menor grado, en el bachillerato unificado polivalente. Todo esto quiere decir que el enemigo en esta nueva guerra escolar no es ya una insignificante minoría, sino que es, básicamente, la clase trabajadora y la mayoría de los profesionales. No hay que olvidar que éstos, en las condiciones de la sociedad industrial, dependen exclusivamente de un salario y, debido a la inflación, se encuentran en una fase avanzada de proletarización.
El gran crecimiento de la clase trabajadora, provocado por la industrialización, fue la causa del fuerte aumento de la demanda de puestos escolares en preescolar, EGB y formación profesional. Nos encontramos en la tercera fase de las transformaciones de nuestro sistema educativo; 1.º, antes de la guerra civil, la demanda de puestos escolares se limitaba a las enseñanzas media y superior, como correspondía a un país agrícola tradicional, dominado por una aristocracia y una clase media muy reducidas; 2.º, después de la guerra civil se produce el crecimiento acelerado de la enseñanza media por el enriquecimiento y expansión de la pequeña burguesía que orientó a sus hijos hacia los «colegios de pago» privados y de las órdenes religiosas. Fue la época dorada de la enseñanza privada; 3.º, con la industrialización se produjo un brusco crecimiento de la enseñanza superior (como medio de promoción de los hijos de la pequeña burguesía) y el crecimiento, todavía más brusco, de la enseñanza general básica, que obligó a la reforma más profunda, desde que fuera creada la enseñanza primaria, hace más de un siglo.
Interés por la enseñanza
Esta explosión de la demanda de puestos escolares por parte de las familias trabajadoras refleja una mutación brusca en el interés de las masas por la enseñanza, que apenas habla hecho acto de presencia en la opinión pública española, ya que, con anterioridad a esta etapa, los padres se habían preocupado muy poco por la enseñanza de los hijos. Los padres de las clases alta y media limitaban su preocupación a elegir un colegio de pago perteneciente a la órden religiosa con más prestigio a la que confiar sus hijos y sólo se preocupaba de paglár las facturas; durante las cuatro últimas décadas la pequeña burguesía, campesina y urbana, adoptó la misma actitud, pero su despreocupación era debida a la falta de una formación adecuada: por ello no es válido alegar la existencia desde 1929 de asociaciones de padres de familia integradas en la Confederación como manifestación del interés de los padres por la educación. En realidad, fue sólo una creación de los propios colegios religiosos como un instrumento de presión.
Naturalmente que todo esto se producía a niveles minoritarios; la inmensa mayoría de las familias de pequeños campesinos y trabajadores del campo y de la ciudad vivía totalmente desinteresada de la enseñanza especializada, impartida en las escuelas y colegios, porque sus hijos no la necesitaban para seguir trabajando como gañanes o como simples peones. En estas condiciones toda la enseñanza estaba dirigida a seleccionar cuadros para el Estado y a fomentar las «vocaciones» para nutrir las filas de las propias órdenes religiosas. Por tanto, se trataba de una enseñanza abiertamente elitista- adoctrinadora, dirigida a moláear profundamente las conciencias para reproducir las pautas de comportamiento (actitudes y modales), principios y valores que caracterizaban a los miembros de las respectivas organizaciones e instituciones a fin de sobrevivir e, incluso, expansionarse. Se trataba de educar diferenciadamente al servicio de clases o grupos, lo que implicaba objetivos pedagógicos y métodos didácticos muy peculiares y especiales, es decir, objetivos y métodos pedagógicos de adoctrinamiento y persuasión, repetitivos y memorísticos.
Es indudable que este tipo de educación persistirá mientras subsista el tipo de sociedad que lo pide y la izquierda española acepta esta situación; pero lo que parece irracional es que se quiera aplicar ese tipo de educación a los millones de niños de las familias trabajadoras. Con la demanda educativa de las familias trabajadoras se produce un cambio radical en los objetivos y métodos pedagógicos, no sólo porque las famillas exigen un tipo de formación, sino porque la finalidad misma de la educación es otra. El simple hecho de vivir en democracia, trabajar en una fábrica en cooperación decenas, cientos o miles de compañeros, divertirse colectivamente, poseer y viajar en coche propio, pasar las vacaciones fuera del propio hogar, hacer turismo, etcétera, impone, exige un comportamiento regular, general, coincidente, que sólo puede ser fruto de un nuevo tipo de educación. Hemos pasado de una sociedad agrarizante (jerárquica y personal), cuyos miembros sostenían pocas relaciones personales y sin ningún tipo de cooperación, a una sociedad en la que todos dependemos unos de otros, los encuentros personales frecuentísimos, continuos y la cooperación obligada; sin olvidar que la sociedad democrática es una sociedad dominada por la información, tanto teórica como comercial.
Improvisar remiendos
El cambio social de la agricultura a la industrialización fue tan rápido que hemos tenido que improvisar, poniendo remiendos a nuestro viejo y desorganizado sistema educativo y todavía no hemos tenido tiempo, ni reposo suficiente, para meditar serenamente y decidir el tipo de hombre que debemos proponernos como modelo y que debe condicionar nuestra pedagogía y nuestros métodos didácticos. En vez de esto, se declaran guerras escolares para mantener y, a poder ser, ensanchar los privilegios y posiciones adquiridas sin atender a lo esencial, que es formar a nuestros hijos de manera que sean capaces de vivir satisfactoriamente en la sociedad que, voluntaria o involuntariamente, hemos construido para ellos.
Los proyectos de ley entregados al Congreso de Diputados no aspiran a resolver los problemas agobiantes y determinantes de la educación en nuestro país, no; se proponen solamente reafirmar y reforzar la llamada «libertad de enseñanza», mejor dicho, la fibertad de crear centros escolares en los que profesores, alumnos y padres se sometan a un ideario (implícitamente, a una ideología). Ahora bien, como a pesar del abandono por el Estado de la educación en beneficio de la privada, ésta daba muestras de decadencia, se buscó la manera de inyectarle nueva vitalidad con el fácil recurso de financiarla con fondos públicos; de esta manera queda resuelto el futuro de la educación española. Para esta solución no hacia falta mucha imaginación.
*) Profesor de Etica. Es presidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- I Legislatura España
- UCD
- Blas Piñar
- Democracia
- Opinión
- Coalición Democrática
- Educación primaria
- Presidencia Gobierno
- Educación secundaria
- Enseñanza general
- Legislaturas políticas
- Actividad legislativa
- Partidos políticos
- Centros educativos
- Parlamento
- Gobierno
- Sistema educativo
- Legislación
- Administración Estado
- Educación
- Historia
- Justicia
- Administración pública
- Política
- España