El ejemplo de algunos parlamentarios
El pasado 28 de noviembre, asistí como espectadora de la tribuna a una de las sesiones del Congreso de los Diputados, acompañando a un grupo de alumnos míos de tercero de BUP. Había presenciado otras sesiones en la anterior legislatura y consideré interesante el llevarlos en grupos. No es lo mismo para ellos leer en la prensa el resultado de unas votaciones que presenciar «en directo» una sesión de Cortes. Vivir el Parlamento (aunque sea como espectador) es una experiencia recomendable.Desgraciadamente, la sesión no era una de las más interesantes para ellos. El tema de los presupuestos, concretamente elde los sueldos de los funcionarios, no parecía muy atractivo, y mis alumnos comenzaron a bostezar ante la aridez del tema, y más que atender a las exposiciones de los parlamentarios, se dedicaron a observarles.
Quizá lo primero que les sorprendió fue el hecho de que, ante la presentación de una enmienda por uno de los parlamentarios, los escaños situados de bajo de nuestra tribuna (la número seis),ocupados por diputados del partido del Gobierno, se vaciaban sistemáticamente, y esos parlamentarios sólo volvían a ocuparlos cuando eran avisados de que se procedía a la votación. El hecho les extrañaba, ya que ellos, sobre todo, lo identificaban como una «falta de compañerismo».
Pero lo más grave, aquello que no sólo les sorprendió, sino que encontraron realmente vergonzoso, es que esos mismos diputados que se encontraban en el hemiciclo mientras sus compañeros de partido estaban ausentes, a la hora de la votación pulsaban su botón y aquel del escaño vacío que estaba a su lado, para así asegurar el resultado favorable.
Lo que para un adulto -como es mi caso- no pasaba de ser una «pillinería» en ese caso por parte de aquellos parlamentarios, para estos jóvenes ha sido un ejemplo deplorable de la actuación de esas personas elegidas por el pueblo para representarlos. La imagen que estos jóvenes se han llevado hoy a sus casas, y mañana transmitirán a sus companeros de clase, no es precisamente la de la honestidad.
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