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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Santoro

Querido Paco: eso es lo que sos para nosotros cada vez que pensamos en alguien para ayudamos a multiplicar nuestra frágil voz de argentinos exiliados, con todo un osario a la garganta. Somos poetas y pintores y hemos editado a pulmón este libro-homenaje a uno de los nuestros desaparecidos. No queremos abrumarte con un estilo epistolar plañidero. Lo que más queremos es que vengas sería una gran alegría, ese día tenerte entre nosotros para abrazarte, apretarte fuerte contra nuestras bobas (corazones) de náufrago. ¿Qué más podemos decirte, excepto que la barra te quiere hondo y nos quedamos cortos? Aún recordamos, siempre recordaremos tu actitud cuando el homenaje a Haroldo Conti, y tantos gestos, tantas manos fraternas, calídamente prójimas y tuyas que saltan día a día de tu columna y que nos ayudan a sentirnos menos gauchos, gauchos expósitos de patria como estamos, chao, hasta siempre, Julio Huasi, Pon¡ Micharvegas, Etelvina Astrada, Walter Canevaro, Vicente Zito Lema, Luis Luchi, David Viñas, Horacio Salas, Alberto Costa, Nélida González Tuñón Ignacio Colombres, Ricardo Carpan¡ y muchos latinochés y Martín Fierro y Girondo y Macedonio y Discepolín y la Biblia y el calefón y Carlos Gardel, y lloro de mañana, como dicen ellos, como decís, hermanos separados y tan juntos, lloro muy de mañana sobre la tinta verde de esta carta, sobre la sangre verde, sobre mi llanto verde ya de tinta.Santoro, calvo de lucidez y con la barba larga y resignada, cuatro canciones y un vuelo, uno más uno humanidad, fraternalmente para Paco Umbral, Roberto Santoro, Ediciones del Rescate, ¿y a tí quién te rescata, Santoro? Declaración jurada, si mi poesía no ayuda a cambiar la sociedad, no sirve para nada, un testimonio del procedimiento, el día 1 de junio de 1977 las clases en la Escuela Nacional de Educación Técnica se desarrollaban normalmente, hacia las ocho, tres hombres desconocidos, de paisano, sin mediar palabra alguna, redujeron a Santoro por la fuerza, esgrimiendo armas de fuego, Santoro se desempeñaba como subjefe de preceptores. Lo introdujeron en un coche Ford Falcon y nada más nunca se supo, rechazado el habeas corpus en su favor, vestido de luces apagadas, su cabeza de batalla muerta clavé espadas en el pecho mordido de la villa, y dijo el general; bozal a los zaguanes, la mentira del viejo escalafón bramó por su lenguaje ofidio, muera el habitante que habla, maten al que piensa, él está como una miss de barrio, orlado de cintas y bastones.

«No debo tocarle el culo al general», «Militancia: de frente Marx.» Nació en el 39, Santoro, de oficio desesperado, de tango y lo demás, hombre del último tranvía, a pedradas con su patria, en esta tierra lo que mata e s la humedad, las cosas claras, lo que veo no lo creo.

La otra tarde, en el Casino de Madrid, bajo la acumulación geológica de los artesonados que Luis Rosales me explica muy bien, en un Madrid isabelino de Valle-Inclán, presentamos el último libro de Juan Carlos Onetti, y allí, mientras el ático maestro de la novela americana ardía en el alcohol de su silencio, un pululante semicírculo de latinochés vivía la fiesta de las palabras y la música, los viejos tangos -«Tienen cincuenta años», me dice Félix Grande-, como escritos para este evento nomás, para el exilio, la pena., la lejanía, la distanciaJa dictadura, el valor y el miedo, de modo que historias de cuchilleros y pebetas se inundan hoy de otro contenido, de un añadido patetismo que significa otra cosa: la prehistoria de arrabales y navajas que vendría a parar en el hampa estatal, en el inmenso tango, en la milonga atroz que desgarra el bandoneón como el pecho extendido de Santoro, de Conti, haciéndole dar rotas negras que no están en la música.

-Estás carroza, amor -le digo al gran Onetti, luego, en Lhardy.

-Y vos te estás carroceando -me dice, siguiendo ya el juego madrileño.

Alberto de Santiago, Hortensia Campanella, Guido, y los mil entrañables desconocidos íntimos de América, el libro de Santoro y la mano de Onetti, que le besé porque es nuestro y está vivo.

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