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La "rentrée"

Juan Luis Cebrián

El regreso de las vacaciones es también el reencuentro con la realidad. No sólo para el empleo del tiempo y el ocio en la vida doméstica el período estival supone un paréntesis de sueños y distancias. También la política es de ordinario más distendida en agosto, menos crispada, más expectante.Sin embargo, los españoles nos vamos a encontrar ahora con algunas novedades de envergadura, fruto de la actividad veraniega. Han sido resueltos los estatutos vasco y catalán y las fuerzas políticas se aprestan a la campaña referendataria previa a su promulgación. El Gobierno nos ha regalado al fin con un programa económico tan discutible como coherente y que los empresaríos han recibido con apenas contenido entusiasmo. En Guinea ha caído una antigua y cruel dictadura en un golpe de opereta, y nuestra política exterior se ha visto sacudida nuevamente por los sucesos saharianos. Algunas polémicas literarias ya bastante pesadas, a las que este periódico ha servido de plataforma, y otras menos literarias, trufadas de ataques y virulencias personales, han animado por último, tristemente, el patio, cuyo auditorio mueve el culo, inquieto de cansancio y aburrimiento ante lo que se nos viene encima. Ni siquiera el congreso del Partido Socialista Obrero Español, que ha de dilucidar -o quizá no- el futuro de la segunda fuerza política del país, parece interesar a la opinión pública, desmayada y ausente, salvo cuando el doctor Rosado sale en televisión y sugiere fórmulas mágicas y hechiceriles para salvar ahogados o para que no huelan mal los pies.

Este país está sufriendo una crisis de imaginación que nos alcanza a todos. La clase en el poder parece, sin embargo, saberse aprovechar de las mediocridades ajenas, incapaces de competir con las propias cuando se tiene en las manos el aparato burocrático del Estado. Todo preludia así un largo rigodón de vaciedades. Si creo, como creo, que es de muy mala educación autocitarse, se me perdonará, no obstante, que lo haga por dos veces en este mismo artículo, aunque sólo sea para tratar de demostrar que esta situación era más que previsible por cualquiera. Hace casi un año que, al final de una entrevista con el presidente del Gobierno, me permití opinar que teníamos Suárez para rato. Eso fue tomado como una propaganda o una adulación. Hoy creo que puede decirse que al paso que vamos, y si nadie rectifica, ese rato va a ser muy largo, y por una razón tan sencilla como elemental: Suárez ha hecho todo lo necesario para afianzarse en el poder y nadie ha hecho nada de lo preciso para desmontarle de él. Ruboriza decir cosas tan obvias.

Por otra parte, a mediados de julio publiqué un artículo en este periódico que promovió algunas discrepancias. No voy a entrar en polémicas estériles, y mucho menos sobre el juicio que merezcan los pobres análisis que uno pueda hacer, pienso que la esencia del diálogo consiste en no enzarzarse en la discusión, y aunque no siempre el que calla otorga, supongo que el lector tiene derecho a optar entre posiciones contrapuestas con alguna libertad intelectual y sin someterse al personalismo o a la obcecación de los que escribimos. Probablemente aquel artículo fue, en cualquier caso, bastante malo, porque, lamentablemente, no parece que se entendiera lo que quise decir. Esto no era nada, por lo demás, extraordinario ni original: mientras la derecha española, bajo el confortable adjetivo de centro, ha sabido acomodarse y rentabilizar la transformación de las estructuras políticas para mantener el viejo entramado social y económico, la izquierda, que ofrece verbalmente una alternativa de cambio, incluso revolucionario, se dedica a reforzar sistemáticamente el aparato tecnoburocrático sobre el que reposa el poder de la propia derecha, y gracias al cual ese rato que va a durar Suárez puede ser un rato largo. Esto que digo lo ha dicho ya mucha gente, y lo dirá mucha más, aunque quizás apenas tenga ningún valor. Sin duda, no lo tiene cuando la reflexión que origina en los líderes políticos es nula.

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La izquierda de este país debería, no obstante, abrir un debate sincero sobre qué papel quiere jugar realmente en el espectro de fuerzas políticas, qué, alternativas de cambio ofrece y cómo quiere transformar la vida de los ciudadanos. Debe también aprender a manejar el poder, aun si éste es sólo de carácter municipal, de manera que no tenga que sustituir a cada paso la autoridad por los encierros en las diputaciones. Estoy convencido de que cien alcaldes pueden hacer frente al poder central con más eficacia firmando órdenes y estableciendo normas que durmiendo en el suelo. Gobernar es menos estético, que protestar, pero más rentable en política. La izquierda tiene ahora unos cuantos años por delante para demostrar que su capacidad de gestión, aunque sólo sea a nivel municipal, es mejor -¿o no lo es?- que la del partido en el poder.

En definitiva, resueltos los estatutos catalán y vasco, y con un programa económico en la mano, es la política exterior lo que va a concentrar la atención del Gobierno en los próximos meses. Yo no veo ningún signo inicial de debilidad ni nada que haga suponer que son ciertos esos cantos de sirena sobre un hipotético Gobierno de coalición. Las tareas del desarrollo constitucional no van tampoco a apasionar a nadie. Aquí lo que hay que ver es cómo es posible contener el paro y relanzar la economía y de qué manera pueden ganarse posiciones paulatinas contra el terrorismo. Todo eso está bastante claro para el Gobierno, que cuenta con posiciones holgadas en ambas Cámaras y con oportunidades de alianzas, que le han de garantizar las mayorías precisas en cada caso.

El problema reside entonces en la oposición, y a eso me refería cuando hablaba de la oportunidad de abrir un debate sobre el papel de la izquierda. El congreso del PSOE es, sin duda, una buena ocasión. Lo que se trata es de determinar qué proyecto real de país ofrecen los socialistas -los únicos que a corto o medio plazo pueden obtener una victoria electoral- y qué papel juegan los comunistas y hasta la propia izquierda extraparlamentaria en esa oferta. Pero los síntomas anuncian que nada de eso o muy poco va a suceder. Y ver enzarzarse ahora a los socialistas en una discusión teórica sobre el marxismo, en vez de hacerlo sobre la preparación de un programa con contenido político concreto, resulta un poco exasperante. Lo que interesa a los españoles no es tanto conocer las fidelidades ideológicas del PSOE como sus propuestas alternativas de gobierno. Si las próximas elecciones no son ganadas por los socialistas, no es dificil predecir un desgaste aún superior de este partido, alimentado desde la izquierda por el PC, ni imaginarse por tanto el largo reinado ucedista.

Y esta es, a la postre, la primera y casi única meditación que esta rentrée melancólica, de tardes de bochorno, sugiere al veraneante que regresa. La de que la estabilidad de un partido en el poder no se puede quebrar a base de columnistas ingeniosos o iluminados, sino por un trabajo político inteligente de la oposición, que haga volver al electorado sus ojos hacia ella como solución posible a los problemas de la convivencia. La sensación de. que el Gobierno está aprendiendo a entender su papel es creciente, mientras crecen también las dudas sobre los grandes partidos de oposición. Cuando la mitad de los españoles han depositado su confianza en ellos, los líderes deberían ser más sensibles a las críticas y menos al cotilleo. Aunque sólo fuera por su propia conveniencia.

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