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Los sevillanos dispuestos a salvar Triana

Salvar Triana es un grito que hoy repiten los sevillanos. No es un eslogan que se haya puesto de moda en ambientes más o menos progresistas: es la expresión de la conciencia generalizada de un barrio con tradición, con personalidad propia y con solera de siglos.Porque Triana todavía existe. Aunque el río Guadalquivir ya no corre entre Sevilla y la calle Betis, gracias a las obras de la corte de la Cartuja, que llevaron el río por otros parajes -según dijeron las autoridades de entonces, «para proteger la ciudad de inundaciones»-, aunque hayan añadido más altura al puente de Hierro, que había que restaurarlo y era esa la forma más barata, aunque hayan demolido decenas de corrales de vecinos, aunque haya cambiado la estructura urbana, Triana sigue existiendo.

Esta afirmación no es el producto de un deseo de los estetas de la otra margen del río, sino que es la constatación real de un estilo de vida que siempre ha hecho diferentes a los trianeros del resto de los vecinos de Sevilla: «Que voy a Sevilla, madre», decían las muchachas cuando tenían que cruzar el puente.

Hoy las cosas son diferentes. La especulación, e incluso la mala cabeza, la secular torpeza del capitalismo andaluz han estado a punto de acabar con Triana y con su peculiar estilo de vida. Si durante la guerra y en los años cuarenta este barrio, con fama de rojo, fue duramente castigado, en años posteriores la desidia de los propietarios de las casas de vecinos, ricos de Sevilla que no se preocuparon de sus propiedades, hicieron que muchos trianeros tuvieran que iniciar un éxodo hacia las nuevas y monstruosas barriadas del extrarradio, que ofrecían, por lo menos, el aliciente de la falta de humedad y del cuarto de baño. La emigración en busca de trabajo también contribuyó a que muchos hogares se cerraran, con lo que aumentó el número de viviendas que, poco a poco, iban obteniendo la categoría de ruinosas.

Ahora las cosas están cambiando: desde hace algunos años, las asociaciones de vecinos de Triana se han preocupado de reivindicar la forma de vida trianera. Posteriormente, los partidos políticos descubrieron este enclave,

Más tarde, y reivindicando Triana, intervino Adelpha, urgiendo al Ayuntamiento para que se incoen expedientes de declaración de monumentos en los corrales de vecinos que aún quedan, y que son estampas vivas de un estilo de vida.

Pero la puntilla en el asunto de la salvación de Triana la ha dado el nuevo Ayuntamiento. Todos los años, a finales de julio se celebra la Velá de Santiago y de la señá Santana. Son las fiestas trianeras por excelencia. En esta ocasión, la Velá ha tenido un esplendor inusitado; la organización corrió a cargo de una comisión popular en la que estaban representados el Ayuntamiento, los partidos políticos, las peñas futbolísticas, etcétera. Desde el ministro de Cultura, señor Clavero Arévalo, hasta el último trianero, todos han contribuido de alguna forma para que la Velá despertara interés en toda la ciudad. Ha sido una semana de fiestas y de actos culturales en los patios trianeros. Un concejal del PSA, Ortiz Nuevo, se casó en plena Velá, en la iglesia de la señá Santana, y celebró su boda en uno de los patios de vecinos que ahora la piqueta quiere tirar: «el hotel Triana».

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