"Love story" II

En 1970 Erich Segal, un graduado en Harvard que había escrito algún guión cinematográfico, publica una novelita, tanto por su número de páginas como por su valor literario, que no tarda en convertirse en el gran éxito de la temporada.Ese mismo año Paramount compra los derechos de la novela, encarga su realización a Arthur Hiller, un artesano sin imaginación, y da los principales papeles a dos actores poco conocidos, Ali Mac Graw y Ryan O'Neal, y la canción de fondo la escribe el empalagoso Francis Lai, músico habitual de Claude Lelouch. El resultado es una aburrida y apacible comedia sentimentaloide con ribetes melodramáticos que carece de atractivos, pero que se convierte en una de las películas más taquilleras de la historia del cine, ante el asombro de sociólogos e investigadores, que inútilmente tratan de comprender el fenómeno.

Ocho años después Erich Segal, tal vez alentado por la moda de las segundas partes o porque sus cuantiosos derechos de autor comienzan a disminuir, repite la operación. La nueva obra se llama Oliver's story, continúa en el punto en que termina la anterior y cae plenamente dentro del género rosa. No alcanza las altas cotas de éxito de la anterior, pero se vende bien y se traduce a múltiples idiomas.

Nuevamente Paramount produce la adaptación cinematográfica. Ryan O'Neal, ahora cotizada estrella, y Candice Bergen, una elegante y guapa mujer que no quiere o no sabe elegir sus papeles, son los protagonistas. El director es John Korty, un realizador independiente que, por razones de supervivencia, ha pasado por televisión y actualmente hace cuantas películas le ofrecen, pero que con un buen proyecto entre las manos podría hacer una buena película. La prueba es esta Historia de Oliver, donde consigue que una anécdota que bordea el ridículo y el absurdo tenga una entidad cinematográfica.

Ahora los problemas de Oliver Barrett IV son que está deprimido, que visita regularmente al psiquiatra, que no puede olvidar a su mujer, que se enamora de la dueña de una cadena de grandes almacenes y que sus relaciones con ella le impiden dedicar todo el tiempo que quisiera a sus complejas y desinteresadas labores en favor de un grupo de inquilinos de casas viejas. Finalmente se le abren los ojos, descubre que los ricos deben seguir siendo ricos, y los pobres, pobres; que unos han nacido para mandar y otros para obedecer, y que debe dejar sus elucubraciones sobre los problemas de clase y seguir dirigiendo la fábrica familiar. Al tiempo que un astuto final deja la puerta abierta a una posible tercera parte.